lunes

Odio la cerveza Estrella Damm

Cae en Madrid la primera nevada de la temporada. Es madrugadora y, aunque me gusta el frío, la nieve y el invierno en general, justo hoy voy a dar con el anuncio completo de esta pasada temporada estival de Estrella Damm, acompañada de su canción "Applejack"








Lo cierto es que me deprime y me cabrea. ¿De verdad existen esos veranos? ¿De verdad existen los barcos, las aguas transparentes, las tías estupendísimas que se dejan ligar, las fiestas, la juerga? ¿Y por qué yo no he pasado de la maldita playa de San Juan en Alicante en donde te encuentras con todos tus vecinos, jefes y compañeros? ¿Por qué yo no he conocido ninguna tía de esas? ¿Que pasa, que las matan después de terminar el rodaje? Prometo firmemente no tomar Estrella Damm a ver si deja de hacer estos anuncios y de sumirme en una depresión de caballo cada vez que llega el verano. O el otoño. O el invierno. Que me pongo verde de envidia, lloro por lo que ya nunca será, añoro mis veintitantos, que me los pasé entre acabar de estudiar (contrareloj), hacer la puta mili y comenzar a trabajar cobrando una mierda. Y encima me casé con mi ex, que por cierto no se parecía en nada, en nada a la del anuncio (serían de verdad de la misma especie o es que hay homo sapiens y homo sapiens-buenísimus)

Si tuviera la consabida varita mágica o un genio con un solo deseo, creo que no pediría fortunas ni chorradas de esas. Yo pediría un verano de Estrella Damm. Pero repito ¡¡ni una sola cerveza!!

viernes

¡Devuélveme esas tetas!

Al poner la radio en el coche, cuando he llegado a la oficina... esta era la noticia que, entre risas, comentaba todo el mundo:


Un alemán reclama el dinero que prestó a su ex para operarse
Miércoles 24 de noviembre de 2010 21:15 CET

BERLÍN (Reuters) - Una alemana que se gastó una gran suma de dinero en implantes mamarios, con un préstamo de su novio de aquel entonces, teme ahora que sus bienes sean embargados ya que no logró reembolsarselo por completo, dijo la mujer de 20 años ,al periódico Bild.
Su ex novio le exige que le devuelva los 4.379 euros que le dio para que se pagara su cirugía de aumento de pecho en 2009 o llamaría a la policía y trataría de conseguir un embargo, informó el miércoles el diario.
"Es verdad que Carsten firmó un préstamo poco antes de la operación", dijo la mujer identificada sólo como Anastasia según fue citada. "La condición era que yo no tendría que devolverle el dinero si permanecía un año con él", agregó.
Pero la pareja se separó poco después de que ella se sometiera a la cirugía plástica. La mujer dijo que había transferido 3.000 euros a la cuenta bancaria de su ex novio la semana pasada.
© Thomson Reuters 2010.





Esto, lo primero, me recuerda a la canción de Riki López que se convirtió en himno oficioso de nuestra selección de baloncesto el año en que ganamos el mundial (ver aquí). La canción es cojonuda, pero real como la vida misma según vemos.



En segundo lugar, propongo una alternativa al siempre denigrante tema del dinero. Es humillante y rastrero estar que me debes, que te debo... No. Lo mejor sería otorgar derecho de uso, usufructo en este caso, al novio, en condiciones marcadas de calendario y duración ¿no? Así según vaya incrementándose el "desgaste" y la "caída" las disfrutará en esas mismas condiciones... Es lo más justo.

jueves

Sueños amargos (Relato)

Según la frase de Lennon que figura al pie de esta página del blog, la vida es eso que te pasa mientras tú estás ocupado haciendo otros planes.


Eso le sucedió a Javier. Su historia es una historia más, normal, casi vulgar, de amor, desamor, cuernos y vergüenza. De desesperanza y desánimo después de acariciar el cielo con la punta de los dedos.


Era Javier un divorciado de mediana edad, con hijos, y con un futuro que no era blanco ni negro. Simplemente no veía lo que había en él, no sabía lo que podía esperar de la vida ahora que, por fin, se había quitado de encima a la que durante tantos años había sido su compañera y que había convertido su vida en un infierno latente, sin grandes llamaradas pero con brasas que quemaban constantemente. Cuando al fin dio el paso, difícil, complicado, incomprendido, sintió un alivio, una liberación difícil de describir para quien no la haya vivido. Y ahora se debía enfrentar a un futuro ignoto, lleno de dudas y con sus hijos, cuando le tocaban, como compañía.


Sin embargo, la vida se empeñó en recrear el cuento de Cenicienta (¿o era Blancanieves ohummmmm... la Bella Durmiente?). Bueno, ya he olvidado cuál era, pero lo cierto es que comenzó a vivir un cuento de Disney. Conoció a Edurne. La primera vez que la vió se quedó mudo, sin poder articular palabra pues esa era la mujer con quien había soñado toda su vida. Increíble toda ella, poro a poro, centímetro a centímetro, era su mujer perfecta.


Se las apañó para que los presentaran, para poder conocerla y mediante una hábil maniobra, poder pasar, justificadamente, tiempo juntos. Pasaron unos meses, con un transcurrir del día a día satisfactorio, mucho, pero con un futuro negro. Su relación, platónica, iba a tener que acabar pues tenía fecha de caducidad.


La pena le invadía pues creía haber encontrado en ella esa media naranja de la que hablan por ahí. Ella era su amiga, amante, cómplice, compañera, su mujer.


Y Disney siguió haciendo de las suyas. A escasas horas del límite marcado, el guión hace una filigrana y con gran esfuerzo y estrépito y muchas facturas morales que pagar, el ultimátum desaparece y se abre ante ellos un futuro de cuento: perdices, felices…


Javier estaba en una nube, sin creerse su suerte, sin poder aceptar que por una vez, el destino había echado los dados y habían salido seises Sus seises.


Correspondido, comenzaron una luna de miel. ¿Dificultades? Muchas. Todas. Falta de apoyo del entorno cercano de ammigos y familia, escasos recursos económicos… pero todos estos problemas no eran sino anécdotas que día a día se vencían gracias al amor, a la alegría, a las ganas de vivir. Edurne era una mujer vital, risueña, alegre, que contagiaba su amor por la vida y conseguía que cualquier tarea que emprendieran juntos, por muy trivial que fuese se convirtiera en una fiesta, en algo grato de llevar a cabo, en algo que, siempre, acababa bien.


El tiempo fue pasando. Javier seguía en su nube, viviendo una felicidad que a estas alturas debía de ser ya irreal, y sin darse cuenta de que poco a poco Edurne comenzaba a marchitarse.


Una enfermedad, operación, convalecencia, larga convalecencia, seguida de fuertes problemas anímicos para recuperarse tras la operación, fueron el primer aviso de que la luna de miel había finalizado. Por su culpa. Por no saber dominar los efectos secundarios de esa cirugía, Edurne estuvo a punto de irse de casa en varias ocasiones. Sólo los hijos, las lágrimas y los ruegos consiguieron retenerla.


Obligado a salir de su marasmo, Javier tomó unas grandes y graves decisiones con respecto a su futuro, haciendo que este pasara a ser de unas tonalidades demasiado oscuras, sin nada claro en su interior.


Y comienza un período de desgaste. Problemas económicos, familiares, laborales, todos ellos a un tiempo van haciendo mella en Edurne. Sin embargo Javier, viviendo aún en su nube de amor no es consciente de todo. Sólo se percata de parte de lo que sucede. Él sigue el transcurrir diario pensando que todo es perfecto y dando gracias a los dioses y a Disney por dejarle vivir la historia que estaba protagonizando.


Este periodo, de varios años, los cambia a ambos, sin que ninguno sea consciente de este alejamiento que se va produciendo, demasiado ocupados en solventar los problemas de cada día. Para abundar más en el lado negativo, una rara enfermedad hace mella en Edurne que se siente incomprendida, a veces inútil e impotente y siempre desplazada.


Sin embargo, Javier, con una exquisita falta de sensibilidad continúa viviendo feliz, ajeno a la realidad que se ha creado a su alrededor, sabiéndose sólo mirarse el ombligo.


Y mientras el tiempo pasa y la relación se deteriora abriendo huecos por todos los lados, Javier desaprovecha una tras otras las oportunidades que se le presentan de intentar reconducir la relación. Al ignorar los problemas, no reconoce las soluciones.


Pero este proceso, finalmente siempre acaba por estallar.


Edurne, un día, encuentra a alguien que la escucha, la mima, la oye, la trata de nuevo como a una reina. Y cae prendada de Él. No quiere hacer daño, no quiere renunciar a su familia, pero es incapaz de decir no a quien le hace sentir viva, deseada, mujer otra vez, alguien que consigue que la sangre fluya con fuerza a impulsos de un desbocado corazón sólo con estar cerca de Él.
El drama es fácil de imaginar.


Ella en medio, Javier, con sus nuevos cuernos, destrozado, y Él, esperando, desde la comodidad de su situación en segunda fila, pero con una presencia permanente en primer plano.


Se buscan soluciones, se hacen promesas, se incumplen todas, la confianza vuela hacia parajes lejanos, las mentiras se hacen cotidianas. Nadie se atreve a tomar las medidas que habría que tomar porque hay daños colaterales indeseados.


Pero ahí están Edurne y Javier, que un día tocaron el cielo con la punta de los dedos y ahora tienen los pies en el infierno. Y no hay ninguna solución.


Por eso esta historia, es una historia vulgar, una más que escupir a la cara de Disney que siempre nos engañó con finales felices.

lunes

Adicción al trabajo ¿Yo...?

A menudo tengo con X una discusión sobre si tiene adicción al trabajo o no. Al suyo, naturalmente. Yo siempre he creído que si, que totalmente. X mantiene que no. Bueno, he respondido yo, en nombre de los dos, pero con la mayor imparcialidad posible, al siguiente cuestionario, un test relativamente sencillo de 10 preguntas, el DUWAS (Dutch Work Addiction Scale), dirigido a detectar los niveles de adicción de los trabajadores. :


Si os habéis puesto las gafas de ver o cogido una lupa no os habéis enterado de nada. Si habéis combinado ambas posibilidades veríais que yo saco una puntuación media de 1 y X obtiene 3,6.


Para interpretar estos resultados, los creadores del test nos dicen al respecto:


"Las universidades Jaume I de Castellón y la de Utrecht han elaborado un cuestionario para detectar la adicción al trabajo. Las respuestas se valoran con un punto (nunca / casi nunca), dos (a veces), tres (a menudo) y cuatro (siempre / casi siempre). Si la media final es superior a 3,3, existe una situación de riesgo."


Bueno, pues en este caso, yo diría que la situación de riesgo es evidente. Y continúan:


"Hasta hace un par de décadas había aspectos de esta conducta que no se veían con malos ojos, como destaca Mario del Líbano, investigador de la Universidad Jaume I de Castellón. No sólo por el sector empresarial -que, en parte, sigue sin advertir el lado más oscuro de este hábito- sino por distintos estudios que hablaban de una vertiente positiva relacionada con la elevada productividad de estas personas o incluso con la satisfacción que les proporcionaba estar volcados de forma absolutamente incondicional en su carrera profesional.


Sin embargo, las últimas investigaciones han echado por tierra estas lecturas. La más reciente, publicada por un equipo de investigadores dirigidos por Del Líbano y colegas de la Universidad de Utrecht el pasado mes de febrero en la revista Psicothema, ha servido, para dejar, claro el carácter patológico de este comportamiento. "Hemos demostrado que la adicción al trabajo es un concepto negativo, ya que a mayor adicción existe una menor felicidad y una peor percepción de la salud que tienen estas personas", sostiene Del Líbano. En ello abunda José María Vázquez-Roel (responsable del centro Capistrano, especializado en el tratamiento de las adicciones) desde una perspectiva más clínica, fruto de la experiencia del tratamiento a decenas de pacientes: "El trabajo les destroza la vida, viven sólo por y para trabajar, por lo que su vida se convierte en algo absolutamente unidimensional. Sacrifican todo lo demás, ya sean aspectos tan importantes como la salud o la familia".

A ello se suman los problemas personales que padecen en sus relaciones sociales, al reducir el círculo de amistades por no dedicar tiempo más que al trabajo, así como en su entorno familiar. "Hay estudios en Estados Unidos que reflejan una tasa de divorcios más elevadas en gente con este tipo de problema", según el investigador de la Jaume I, pero también tiene más riesgo de sufrir problemas de salud (cardiovasculares, gastrointestinales, incluso diabetes por episodios de estrés o emocionales)."


Pues eso, que cada cual se cuide y mime lo que pueda...

jueves

En la última fusión (Relato Taller Bremen)

Roberto recogió los papeles de la fotocopiadora y se encaminó de vuelta a su despacho. A mitad de recorrido, en pleno pasillo, se cruzó con Ana, la secretaria del departamento vecino.


- Hola Rober, buenos días. ¿Llevas prisa? Te invito a un brebaje de la máquina.


Roberto comprendió que Ana quería cotillearle algo, pues no era habitual en ella tomar café a esas horas y menos del que servía aquel aparato infernal cuyo principal cometido parecía ser “facilitar el tránsito intestinal” como decían en algún anuncio de la televisión.


-Hola Ana. De acuerdo, ¿Quién rechazaría una invitación de una mujer como tú?
-Anda y déjate de tonterías, que nos conocemos hace mucho…


Ya con los vasitos de plástico en la mano, abrasándose, Ana se acercó un poco más a Roberto con cara conspiratoria y bajando el volumen de su voz, le preguntó


- ¿Has oído la última hazaña de tu “amiga” Natalia?
- Sabes que Natalia no es mi amiga, es mi jefa y no es precisamente santo de mi devoción…
- Pues ha hecho otra de las suyas –continuó Ana- Verás, ha propuesto que para el próximo trimestre se reduzca en un 15% el…


A Roberto, mientras escuchaba, se le fue el santo al cielo. Dejó de oír la voz de Ana, que continuaba como un murmullo de fondo y su imaginación voló a Natalia, esa jefa que le habían impuesto en la última fusión y que ocupaba un cargo que claramente debía de ser suyo. Tenía unas ideas muy del gusto de la dirección de la empresa, siempre a costa de putear a los que estaban bajo su mando. Y si podía, también a los que estaban a su mismo nivel. Ahorros, reorganización, cultura de empresa, proactividad (¿Qué coño sería eso, por cierto…?) Todo sonaba muy bien cuando se lo presentaba a los jefes pero siempre se traducía en más trabajo, más responsabilidades y menos incentivos para todos los demás. Habían tenido varios encontronazos, algunos de ellos públicos y muy sonados, lo que le hacía sospechar que se encontraba en la lista negra de Natalia y que, en cuanto pudiera, se desharía de él. Pero no se lo iba a poner fácil. Sus años en la empresa le habían granjeado algunas influencias, algunos buenos amigos y un útil conocimiento de los resortes de la organización. El enfrentamiento estaba encima de la mesa, siempre, eso sí, bajo una capa de educada cortesía, pero sabía que de continuar por ese camino, uno de los dos sobraba y tendría que marcharse. Y él tenía todas las papeletas.


- ¿Me has oído? –le preguntó bruscamente Ana devolviéndole a la realidad-.
- Sí, sí, te he oído -mintió Roberto-. Ya conocía esa nueva patochada. Lo estuve discutiendo con ella varios días, pero no me hizo ni caso, para variar. Al final, se va a cargar el departamento.
- ¿Y tú no puedes hacer nada? –inquirió Ana-
- ¿Qué quieres que haga? Ya lo intento, pero ella es el capitán y yo sólo soy tropa. Doy mi opinión, discuto con ella, pero siempre es inútil.
- Pero esta vez, te perjudica directamente a ti… Bueno, me voy a mi sitio que me van a llamar y siempre me acusan de estar escaqueada por ahí. Hasta luego. ¡Suerte!


Roberto se quedó pensativo. ¿Qué le había contado? No se había enterado de nada. Y encima había dicho que le afectaba directamente. ¿Qué había hecho la tía esta ahora? Se sintió desanimado. Les hacía ver a todos que odiaba mortalmente a Natalia, que se enfrentaba con ella cada dos por tres y que nunca estaba de acuerdo con ninguna de las iniciativas que proponía. Y en parte era cierto, pero no del todo. Por muy cabreado que estuviera, por muy estúpida que le pareciera la idea, cuando entraba a su despacho… todos los argumentos se le venían abajo. Era mirarla… y el resto del mundo desaparecía. Temía incluso que se le notara en la cara y compusiera una expresión bobalicona, sonrisa tonta y mirada con ojos de cordero degollado. La verdad es que perdía todo por ella. No le caía profesionalmente bien, era cierto, y también lo era que le había perjudicado en bastantes ocasiones. Pero sus hormonas se habían impuesto, y su única neurona se había rendido incondicionalmente ante la imagen de Natalia. Realmente no podía decir que estuviera enamorado de ella, pero desde luego, la deseaba a cada momento y protagonizaba todas sus fantasías.


Sabía que así no había manera de ganar ninguna batalla. Lo tenía ya todo perdido. Mostraba, en público, una gran hostilidad hacia ella, hacía todo tipo de comentarios despectivos, y mostraba su malestar allí donde podía. Pero se sentía atrapado. Porque tampoco quería que las cosas cambiaran, que ninguno de los dos se fuera de la empresa, ni siquiera que lo trasladaran pues entonces, su contacto diario, sus intercambios de opinión en el despacho, sus “momentos” como le gustaba pensar a él, desaparecerían. Y ese pensamiento no lo podía soportar. Entre la espada de un futuro profesional dudoso y la pared de una atracción animal totalmente irracional, Roberto sentía una angustia profunda, fruto de la indeterminación, de su incapacidad para tomar camino alguno. Necesitaba el trabajo, quería a su familia, deseaba a su jefa… Un círculo vicioso de difícil salida. Por supuesto, nunca la había insinuado nada a Natalia y jamás había percibido el menor signo de aliento por parte de ella.


Aquella misma tarde, fuera del horario laboral, para aprovechar la jornada al máximo como venía siendo su costumbre, tenían una reunión con los representantes de otra empresa. Como siempre, sus opiniones eran dispares. Pero se impondría la de ella que para eso tenía la última palabra. Finalizada la reunión, Roberto se encontraba como siempre, dividido entre la rabia de ver desechadas sus opciones una y otra vez y el ensueño de haber estado con ella, a su lado, brazo con brazo.


Salieron de la sala de reuniones y acompañaron a los visitantes al ascensor. Cuando se fueron, Natalia se volvió, sonriendo irónicamente, hacia él.


- De nuevo vuelves a estar en desacuerdo conmigo… ¿De verdad ni una de mis ideas te parece correcta? Es increíble… -le espetó-
- Natalia, -contestó Roberto- ya sabes que aquí se hacían las cosas de otra manera. Tu forma de trabajar puede ser más moderna quizás, pero no tiene en cuenta a las personas y yo creo que no sólo los resultados son importantes.
- Roberto, en la empresa moderna, si quieres sobrevivir, lo primero que tienes que conseguir es rebajar costes, ser más competitivo que los otros, garantizar un resultado satisfactorio para tus accionistas…


Siguiendo con la discusión, con su eterna discusión, usando los mismos argumentos que siempre, subieron al siguiente ascensor que llegó, para desplazarse hasta su planta, varios pisos más arriba. Al poco de comenzar a moverse el elevador, la electricidad falló. Todo el edificio se detuvo y ellos quedaron atrapados en el interior de la cabina, iluminados tenuemente por las luces de emergencia. Lo avanzado de la hora, la ausencia de trabajadores en las oficinas, hicieron inútiles sus reiteradas llamadas al botón de ayuda. Nadie les oía y los móviles no tenían cobertura dentro del ascensor.


Nadie vino a rescatarlos. Nadie sabía tampoco que estuvieran allí. Tuvieron que pasar toda la noche. Juntos. Solos. A la mañana siguiente, cuando la oficina se pobló, se restableció la energía y procedieron a sacarles de allí, ambos salieron con cara de perro, discutiendo, casi gritando. Cada uno pensaba lo mismo del otro: “¿No tiene miedo de que la gente murmure cuando nos vean salir juntos, después de toda una noche?”.(*) La discusión, ya pública, subió de tono y alcanzaron a utilizar palabras gruesas que provocaron una llamada desde la dirección de la empresa.


Mientras se dirigían al despacho del director de RR.HH., Roberto sentía en su interior una felicidad irrefrenable. Que noche tan extraordinaria ¡Que mujer era Natalia! Una amante maravillosa…

(*) Frase /Tema de la quincena del Taller Bremen