jueves

Diseño: columna izquierda

Por causas técnicas y desconocidas, ajenas a nuestra voluntad, todos los contenidos chorras de la columna de la izquierda, tan innecesarios como el resto del blog, han desaparecido abruptamente de este.

El diseño y la plantilla los recogen pero Blogger ha decidido, supongo, que no se deben ver.
Cuando quieran aparecerán de nuevo.

Entretanto, vosotros, yo, y aquel señor de Cuenca, podemos sobrevivir sin problemas.

martes

Información: la necesaria, completa y exacta.

La información es poder. O al menos, es necesaria para poder llevar a buen puerto aquel dicho de “bien está lo que bien acaba”. Bueno, no os perdáis, esto va de una carrera. Una carrera infantil.

El peque, está estos días de vacaciones con su madre y la familia de esta, que dios guarde muchos años, en la Castilla La Vieja profunda (no sé exactamente a qué autonomía pertenece esa provincia, he llegado tarde a ese plan de enseñanza…), en un pueblo muy afamando por sus legumbres. Dentro del programa de animación veraniega del lugar, dado que el pueblo no ofrece, per se, muchas opciones de diversión, se organiza un fin de semana de agosto una jornada deportiva centrada fundamentalmente en las carreras. Carreras de correr, de las de siempre, de las de preparados, listos, ya y hala, to cristo a correr para ser el primero en llegar a la meta. Su reglamento es fácil de entender: hay que correr sin hacer trampas, siendo estas cualquier cosa que entiendan los jueces que no se puede hacer. Y punto. El recorrido, para los pequeños que es lo que ahora me ocupa, es de un trazado sencillo: dos vueltas a la plaza.

El sábado pasado tuvo lugar esta carrera y el peque, en la categoría correspondiente a su edad, quedó el cuarto, que no está nada mal, dado que según me explicó mi ex, los tres primeros son niños federados que entrenan y corren habitualmente atletismo en un club ad-hoc. Y mi hijo corre en el patio del colegio y punto. Pues eso, que ole sus huevos. Pero esta ha sido su tercera participación. No recuerdo la clasificación del año pasado, pero me acuerdo perfectamente del puesto en que quedó el primer año que corrió, cuando tenía 5 años: el último. Y la culpa fue de sus padres (entre los cuales me incluyo) por no facilitar correctamente la información necesaria.

A ver (no haber, sino “a ver”) que me explico. Como era la primera participación de mi hijo en esta carrera que recia raigambre familiar (ya la habían ganado, años ha, varios de sus tíos) y dado que el crío no es oriundo del pueblo, decirle que había que dar dos vueltas a la plaza le dejó bastante frío. Procedimos por tanto, el día anterior por la tarde, viernes para más señas, a visitar la “plaza del pueblo” y dar un paseo por todo su perímetro para que el niño pudiese reconocer el terreno sobre el que competiría el día siguiente (es necesario decir que la plaza es rectangular con una calzada para coches, por la que se correría que rodea una gran isla-parque central y que tiene cinco bocacalles que llegan-salen de la plaza). Al ser también su primera carrera oficial, le inculcamos las más elementales nociones sobre cuando salir, lo que debía y no debía hacer, etc. Es decir le preparamos perfectamente, según pensamos entonces.

Llega el gran día. Le prendemos el dorsal con su número correspondiente a la camiseta, un pequeño calentamiento para evitar tirones, grandes dosis de ánimo para elevar la moral… es decir, lo normal. Cuando por fin está en la línea de salida, con toda la caterva de críos preparada para correr, piensas en lo que le has dicho siguiendo la máxima del barón de Coubertín: que lo importante no es ganar sino divertirse y participar, etc. Chorradas. Allí estás tú muerto de nervios y dispuesto a morder lo que sea para que gane. (Atención psicólogos: yo no gané nunca nada y es un claro caso de volcado de frustraciones paternas sobre los hombros del crío, pero paso de vosotros). …Y ¡zas! el pitido de salida. Todos comienzan como desesperados a correr mientras tu hijo se queda parado. (Luego te explicaría que como le daban codazos en la salida y él no debía darlos porque tú se lo habías dicho…) Cuando por fin, después de desgañitarte como un energúmeno para que empiece a correr, comienza su recorrido, ves que se va parando en cada bocacalle y asomando la cabeza mirando en ambas direcciones, calle a calle, una a una, prudentemente ¡¡¡para mirar si vienen coches antes de cruzarla!!!

Claro. El recorrido de reconocimiento lo habíais hecho un vienes tarde con el tráfico plenamente activo y no le habías advertido de que durante la carrera la circulación estaría prohibida. De entrada piensas que tu hijo es tonto. E inmediatamente te das cuenta de que no, de que es un niño obediente, que recuerda las normas que le has inculcado, que es prudente, que no se deja arrastrar por los demás (era lógicamente el único que se paraba a mirar antes de cruzar) y que tú has sido quien no le has dado toda la información necesaria suponiendo que el niño sabría eso…

Él llegó tan contento (¿lo importante no era participar?), orgulloso pues había cumplido además con todas tus normas (no dar codazos, no empujar, mirar antes de cruzar…) Tan contento y el último, él. Y finalmente eres tú el que piensas que has hecho algo mal, porque esa carrera no ha sido normal. Para nada. Y pedir la repetición parecía fuera de lugar ¿no?

lunes

Quizás me dan algo de penita...

Frikipapas, Papaflautas… son algunos de los nombres que, de forma despectiva, se han motejado a los fervorosos peregrinos que estos pasados días han invadido Madrid durante las JMJ de agosto de 2011.

Desde luego es indignante que a estos pobres chavales que dejan parte de su pecunio y de su tiempo, en un inútil viaje en plena calorina agosteña al insufrible Madrid de agosto, les impongan motes con escarnio. ¿Pero acaso no tienen bastante con el engaño a que les tienen sometidos? ¿Por qué además de haberles lavado el cerebro haciéndoles creer en fantasmas y mitos, recibir promesas incumplibles de fantásticos premios inconsistentes a cambio de fastidiarse a base de bien mientras vivan, de hacerles renunciar a aquello que la naturaleza considera normal, tienen que recibir la burla de algunos que se creen más listos porque no creen en supersticiones y no se dejan embaucar por los delirios de una iglesia-estado más ocupada en lo terrenal que en lo espiritual?

Espero que, al menos, todos estos jóvenes se lo hayan pasado bien. Si uno es joven, hace un viaje (en ocasiones desde el otro lado del mundo) en vacaciones, en pleno verano, a un país de los más turísticos del mundo, para coincidir con más de un millón de personas de su edad, y convivir durante varios días y noches, lo menos que puede decir a su regreso es “me lo he pasado del copón”. Bueno, quizá la frase no es muy afortunada. “Me lo he pasado de la hostia”. No, tampoco. Pues sin utilizar palabras gruesas, que también estarían fuera de lugar, usaremos el modosito “me lo ha pasado muy bien”. Y a continuación el joven pasará a relatar los principales hitos de tan increíbles vacaciones:

“Joer, pues el 16 por la tarde estuve en la misa inaugural en la Plaza de Cibeles, ¡¡que ambientazo había escuchando a un tío que se jubilaba en dos días!! ¡¡Que forma de entender a la juventud!!
Al día siguiente estuvimos en el Parque del Retiro esperando para confesarnos en unos cubículos de diseño. ¡¡Que colas había!! Pero como te perdonaban, por ser la JMJ, dos pecados por una sola penitencia, había que aprovechar. Y en las colas podías charlar con gente de todo el mundo. Todos eran pecadores, pero como les iban a perdonar… no importaba.
Y al día siguiente, vino el Papa. Es un hombre nacido en Alemania, de apellido más acorde con su aspecto, Ratzinger, que lo de Benedicto, y tiene cara de película de miedo, que acojona un poco, pero así, desde lejos, parecía un "Madelman" de blanco, y creo que estábamos bien. Entre lo mal que pronuncia y nuestros gritos no entendí nada, pero fue magnífico. Actuó sin teloneros, pero no le hizo falta. El ambiente ya estaba suficientemente caldeado. Unos 40º aproximadamente.
Y al otro, en Recoletos, vimos un vía crucis, ¡¡que emocionante!! Apostamos a quien se le iba a caer la cruz, quien conseguiría llegar en menos tiempo… no gané nada pero nos divertimos un montón. Además, estaba todo tan bonito…
Al día siguiente nos fuimos a un aeropuerto a tener otra movida de discursos, eslóganes y gritos. ¡¡Que guay!! Y encima dormimos allí todos juntos, en los sacos y… bueno, fue fenómeno….
Y encima nos dejaban dormir en el suelo de polideportivos por dos chavos, nos cobraban la mitad en el metro, nos dejaron toda las calles para nosotros… fue algo mágico de verdad. “

A medida que vayan pasando los años los recuerdos fidedignos serán reemplazados, lamentablemente, por otros inventados o imaginados que sean más acordes con la personalidad que se vaya paulatinamente desarrollando. Finalmente, a sus nietos, les contará la movida que organizaron en Madrid, que debajo de los adoquines sí que estaba la playa, que ligó como en su vida con una “…..“, una “….” y una “….” (poner las nacionalidades exóticas que apetezcan), que el mundo a partir de ese día fue otra cosa y que…

Es evidentemente una visión personal, inventada y un pelín (muy poquito que me he mordido la lengua) mordaz de unas jornadas que congregaron una masa ingente de personas que invadieron Madrid, y que se irán como vinieron, dejando en el recuerdo del resto de nosotros unos pocos inconvenientes y molestias para los que veraneamos a la fuerza en la Villa y Corte y poco más.

No quiero entrar, ya me aburre, en la teórica aconfesionalidad del Estado, en ese doblar la bisagra de los elementos gobernantes e instituciones supuestamente laicas ante la Iglesia Católica, en la intromisión de esta en temas que no son de su incumbencia, en que los de siempre nos engañarán con las cifras (desde lo que Madrid ha ganado hasta lo que a Madrid le ha costado), en el perjuicio ocasionado a mentes jóvenes… Pero bueno, no es el sitio, insisto. Que en fin, que los papaflautas o los frikipapas se darán cuenta de la verdad cuando ya no haya tiempo de arrepentirse. Pero por otro lo mejor es que tampoco habrá nadie para decirles “ay tontines, vaya vida desperdiciada, pero ya te lo avisé…” Y sobre todo, nadie se dará cuenta de nada…



(Todas la imágenes han sido tomadas de la "Fotogalería" del diario El País)

martes

Deseos frustrados

Es evidente que la culpa fue de la luna,
de su luz, de su fantasmal claridad.
Yo tenía prepara mi mejor y más completa lista de deseos
Deseos buenos, buenos deseos para los míos, para mi.
Quería salud, quería felicidad, quería amor y por supuesto fortuna.
Para todos.
Para todos a los que quiero.
No había mal para nadie
Ninguna petición de ultrajes, venganzas o simplemente malas miradas.
Nada.
Pero no pudo ser.
La luna inmensa, cegadora, llena, plena, poderosa, apagó todo.
Era de día en plena madrugada.
No dejaba ver nada.
Por más que forzaras la vista, que escudriñaras,
que intentaras fijarte hasta el dolor de ojos,
nada.
Guardaré, de nuevo, los buenos deseos.
Los guardaré hasta dentro de un año.
Y de nuevo la luna, las nubes, el sueño...
me impedirán cumplirlos un año más.
Seguiré mirando la oscuridad,
Buscando,
intentando descrubrirlas durante las décimas de segundo que duran.
Intentando que me concendan los deseos
Es la única manera.
Pero tampoco.

viernes

Hospital, colegio, cárcel...

El anterior post sobre la JMJ y mi relación con los curas, me recordó el colegio. Y obviando la enseñanza y el trato, me acuerdo de ciertas peculiaridades relacionadas con el edificio propiamente dicho.

Era grande. Se abría a tres calles de Madrid (Farmacia, Hortaleza y Santa Brígida) y en su configuración existían alas y prolongaciones que eran interiores y se elevaban por encima de las tres plantas de las fachadas, formando un entramado de rejilla con los muros exteriores y dando lugar a algunos de los cinco patios que existían. El edificio, que databa del siglo XVIII (1793), había sido hospital de leprosos (desde 1787) y cárcel: durante la Guerra Civil el colegio fue convertido en cárcel, la cárcel de San Antón o Prisión Provincial de Hombres número 2. La gran puerta del edificio, que daba a la calle Hortaleza, fue cerrada y se accedía a la prisión a través de una puerta situada en la calle Farmacia. Desde esta cárcel salieron, durante noviembre y diciembre de 1936, diversas sacas de presos, entre ellos los asesinados en Paracuellos del Jarama, unos episodios conocidos colectivamente como Matanzas de Paracuellos. Tras la guerra, el edificio efectuó la misma función, albergando, en condiciones infrahumanas, a las víctimas de la represión franquista. Posteriormente, el edificio fue devuelto a los escolapios, quienes recuperaron su destino como colegio hasta 1989.

Apaarte de contar con estos antecedentes, el colegio era, además, convento, con lo que existían zonas “prohibidas” a la circulación de los alumnos: pasillos vacíos, umbríos y fríos, suelos rechinantes, con grandes y oscuros cuadros de martirios, decenas de puertas siempre cerradas y “pasadizos” o atajos que te hacían aparecer en cualquier parte inesperada o insospechada del colegio. Las pocas veces que los curas nos llevaban, en fila y completo silencio, por estas zonas, donde arribábamos a sitios conocidos pero por puertas no abiertas (por nosotros) antes, eran momentos de aventura que se vivían a tope con una gran intensidad, la respiración agitada y el corazón en un puño.

Y con estos mimbres… ¡menudo cestos se hacían! Dadles a unos críos cuya imaginación va al doble de velocidad de la cualquiera, un edicio enorme antiguo, de piedra y suelos crujientes de madera desgastada y gris, con rincones, recovecos, pasillos y zonas prohibidas, que ha sido hospital de leprosos y cárcel: Leyendas e historias, siempre tétricas, con muertos en medio de terribles circunstancias y terribles dolores, circulaban en voz bajita de clase en clase (siempre originadas en algún hermano mayor o padre bien informado, por supuesto) mientras el resto escuchábamos con los ojos como platos, el corazón encogido y un extraño gustirrinín de miedo. El martirio y la tortura, el olvido hasta la muerte, el encierro perpetuo sin luz eran temas obligados de estas historias que no sé de dónde salían pero que derrochaban imaginación. Si Becquer nos hubiese escuchado, el Maese Pérez y su retablo hubieran sido sustituidos por el profesor Pérez y su colegio y si Allan Poe hubiera conocido el colegio sus obras hubiesen variado de escenarios. Sin duda.

Si los curas se hubieran percatado de que el peor castigo que nos podían imponer era pasar una noche deambulando por esos pasillos del colegio... se habrían ahorrado muchas tortas.

jueves

Yo (me) confieso...

Llevo unos meses viviendo sin TV. Tengo aparato de televisión y lo uso para reproducir las películas y series que me gustan, pero no tengo los canales habituales, ni los raros, por lo que no veo ningún programa en vivo y por ello tampoco tengo acceso a los informativos. Por supuesto me mantengo al día con la radio y la prensa electrónica, pero… no sé, me falta algo para alcanzar el nivel de información que tenía antes de irme a vivir al paraíso. O tal vez es que, sencillamente no me interesa lo que ocurre: siguiendo la actitud del avestruz, al no oír hablar de ello quizás consiga que la deuda española baje su tipo, que las agencias de calificación nos suban el rating o que el déficit del estado y de las CC.AA. se enjugue sin necesidad de subidas de impuestos.

Todo este rollo, perdón, introducción, es para decir que a pesar de llevar un año en la radio oyendo que ECI era, es, patrocinador oficial de la jornada mundial de la juventud madrid 2011, ni me había molestado en saber qué era eso, ni me interesaba lo más mínimo. Como podéis comprobar, desde hace ya un tiempo, en la primera página de mi blog figura una “A” mayúscula. Pero una “A” especial, de trazo fino y rojo que tiene un significado concreto.: “Este blog es ateo y partidario del libre pensamiento“ (*). Esto, para mi, quiere decir que tú me dejes en paz y mientras lo hagas tú puedes mantener la creencia que quieras. Lo podemos resumir en otra frase: No vayas a rezar a mi colegio y yo no iré a pensar a tu iglesia. Cada cosa en su sitio y sin molestar a los demás.

Pero no, ahora llega a Madrid eso de lo que no me había ocupado: la JMJ Madrid 2011. Resulta que nos vemos invadidos de miles de jóvenes vestidos con el merchandising adecuado, que se desplazan en un metro subvencionado y que ocupan los espacios públicos en espera de la vista de su líder mundial, momento en el que supongo, tendrán una reacción de paroxismo. Todo esto ocupa una serie de recursos: infraestructuras, seguridad, sanidad, etc. que dicen que saldrán gratis por el patrocinio de la empresa privada. Bueno. Y que además, la ciudad ganará dinero. Bueno…

Entonces, realmente ¿que me molesta? ¿Ver a unos jóvenes, profunda y lamentablemente equivocados invadiendo Madrid? No. Lo mismo pasa cuando hay alguna eliminatoria de Champions contra algún equipo inglés o italiano y no me molesta aunque tampoco me gusta el fútbol. En ambos casos, puede resultar incómodo. Pero no más que otras actividades que se celebran y tampoco comparto: Carnavales, Orgullo Gay, San Isidro, Desfile de las FF.AA…. Todo ello me es ajeno pero me parece bien que se celebre. Con dar un rodeo y no escuchar las machaconas noticias es suficiente. Y, repito, ¿entonces? Llevo un par de días pensándolo, analizándome y creo haber encontrado la respuesta. Ayer, en concreto, al saludar a un fraile (o cura o sacerdote que no lo sé y no conozco muy bien la diferencia) que me presentó una amiga y ver su sonrisa automática, la verborrea incontrolable que no te deja hablar a ti, la preeminencia de lugares comunes en la conversación, la amabilidad forzada, fingida, se me despertaron un millón de recuerdos tapados y que creo que son el origen de esta fobia.

A los 9 años mis padres me cambiaron de colegio. Del pequeño colegio de barrio, en el que tus compañeros eran también tus amigos de juegos en la calle fuera del horario lectivo, y te cruzabas a tus profesores por la calle a cualquier hora, me cambiaron, haciendo un gran esfuerzo económico, al colegio de renombrón, famoso y reconocido en el antiguo régimen, en el centro de Madrid. Tenia que desplazarme en metro, media hora, para ir, volver, volver a ir y regresar de nuevo. Además, como ya tenía 9 años, lo que estudiaba era importante –mis padres dixit- y no podía perder el tiempo bajando a la calle a jugar: había que estudiar. Total, nuevo colegio, sin amigos (el transporte mandaba) y perdiendo lo antiguos. Pero lo malo estaba por llegar. El colegio fue elegido por fama y tradición familiar. Cinco primos (de dos ramas de la familia diferentes) habían pasado o estaban estudiando allí. La fama… bueno, estábamos en 1968 con lo que quizás podáis haceros una pequeña idea. Era un colegio de curas. Escolapios. Por supuesto con enseñanza discriminada, lo cual quiere decir que para mí, las chicas, fueron algo parecido a extraterrestres hasta unos cuantos años después, porque allí no entraban ni de visita. Y es evidente que tampoco había profesoras, limpiadoras ni nada femenino. Las únicas faldas que se movían eran las de las sotanas negras, raídas, de los curas.

El clima, el ambiente era… bueno no sé definirlo con exactitud: era obligatorio ir a misa los domingos al colegio y si por cualquier causa tus padres decidían que ibas a otra iglesia, por ejemplo, a tu propia parroquia, debías llevar un justificante del párroco como que habías ido a misa. Si no, castigo. Lo miércoles a primera hora de la mañana confesión obligatoria (con los mismos sacerdotes que luego eran tus profesores) y a continuación, otra misa. En estas confesiones, que se realizaban sin confesionarios por medio, con el cura sentado en una silla y tú arropado entre sus piernas puesto de rodillas sobre un reclinatorio, y donde a fin de conseguir el ambiente de recogimiento necesario, te abrazaban y te hablaban al oído, caí en la cuenta de que el único pecado importante era la masturbación y dato primordial era cómo lo hacías y cuantas veces. Era lo que tenías que confesar. Incluso antes de comenzar a masturbarte ya te acosaban con esas preguntas, y tú no tenías nada claro ni lo que te preguntaban ni lo que debías responder. En fin…

El orden y la disciplina eran fundamentales. Antes de comenzar las clases teníamos media hora de estudio tanto por la mañana como por las tardes. En este rato, cuidado por un chaval de un par de cursos más adelantado, estaba prohibido totalmente hablar. Al menor murmullo te señalaba con el dedo y te sacaba de pie al pasillo con un libro para estudiar el resto del tiempo hasta el comienzo de las clases. Justo un par de minutos antes, se pasaba por ese pasillo el cura responsable del ciclo, que diríamos ahora. Y te hacía ver lo equivocado de tu actitud mediante un bofetón que debía tirarte rodando al suelo. Si no lo conseguía a la primera, pues se repetía la hostia hasta que acababas tirado. Una vez convencido, ya podías volver al aula para comenzar las clases. Por cierto, si llegabas tarde, un minuto siquiera, a este tiempo de estudio, el tratamiento era el mismo. Orden. ¡¡Oooordeenn!!

Durante el transcurso de las clases, el criterio soberano era el del profesor. Y los había con gran creatividad o simplemente efectivos. ¿Hablabas en clase y el profesor estaba lejos? No importa. Se lanzaba el cepillo de madera de borrar la pizarra con la intención de darte en la cabeza. Si fallaba y daba a cualquiera que estuviera alrededor no importaba, así aprendía. Otros preferían sacar una fila a la pizarra para preguntar la lección. ¡De cara al encerado y de espaldas a la clase! Así si no contestabas o lo hacías mal, te daban con la mano en la nuca de tal forma que tú rematabas con la frente en la pizarra. No os preocupéis, que nunca se rompió ninguna pizarra. Había algunos que preferían un tratamiento individualizado: te preguntaban agarrándote de la patilla, justo delante de la oreja. A la menor vacilación, al menor error, comenzaban a tirar hacia arriba, hacia arriba, mientras tú intentabas contener las lágrimas y te ibas poniendo de puntillas hasta que no podías elevarte más. Uno de mis favoritos era el profesor de... bueno de lo que tocara pues le tuve en matemáticas, francés, lengua… Este, de bendito nombre “Don-Ambrosio” (todos llevaban el don delante cuando no eran curas), sentado en su silla te pedía la mano. Agarraba el dedo medio y lo doblaba sobre si mismo. Cuando no respondías bien comenzaba a apretar en la uña juntando tu dedo sobre si mismo… Y luego estaban los vulgares: los del reglazo (con regla metálica claro) en los nudillos, la bofetada, etc.… Sin embargo no os puedo comentar lo que pasaba en la habitación, por ejemplo, del padre Pedro, cuando en los recreos invitaba a mis compañeros a ver películas (tenía proyector y todo) de Mortadelo y Filemón, Tom y Jerry, etc. Nunca subí.

Durante toda mi estancia en el colegio saqué 10 en conducta. Lógico. Estaba tan muerto de miedo que no me atrevía ni a moverme, ni a susurrar. No hice ni un amigo que pudiese conservar después del colegio. Recuerdo que el día antes de volver al colegio después de unas vacaciones yo enfermaba: vomitaba, lloraba y rezaba a todos esos santos de los que me hablaban para que hicieran un milagro y no tuviera que volver. Pasé miedo, mucho miedo. Mis padres me decían que lo que pasaba era que yo era un cobardica (mira tus primos, ninguno se ha quejado de nada) y por supuesto, como dios manda y hoy reclaman los profesores, apoyaban todas y cada una de las decisiones de los maestros. Si pegaban, castigaban, insultaban o lo que fuera, algo habrías hecho tú. Respaldo total al enseñante.

Así hasta que justo antes de hacer COU logré reunir el valor necesario para darle un ultimátum a mis padres: si querían que siguiera estudiando me tenían que sacar de allí, donde fuera, pero lejos de ese colegio. Tuve la suerte de que mis queridos primos también habían seguido ese camino, fuera del colegio, y no hubo problema. Mi descubrimiento del mundo que comenzó a partir de ahí es otra historia. Pero hasta ese momento, entre mis 9 y los 16 años fueron los peores 7 años de mi vida con diferencia.

¿Y que consecuencias tuvo eso para mí?:


o La lista de los reyes godos no me la sé. Como si hubiese ido a un colegio cualquiera. No sirvieron de nada las hostias, insultos y amenazas.
o Cuando veía el comportamiento de los curas y luego les oía hablar con padres, o en el púlpito predicando, aprendí algunas definiciones: mentira, hipocresía, falsedad...
o No puedo ver hoy en día un cura-sacerdote-fraile, sin identificarle con aquellos. Creo que sobran. Todos.
o Me hicieron plantearme conceptos sobre “el amor”, “el perdón”, “dios”… Hoy soy ateo. No agnóstico (persona que cree que no le es posible al hombre el conocer la razón última del universo) pues no creo que haya razón última, sino ateo (el término ateísmo incluye a aquellas personas que declaran no creer en ningún dios ni fuerza ni espíritu divino) y tampoco comulgo (jeje) con religiones ateas (budismo, por ejemplo).
o Hoy apoyo a mis hijos, de forma total, incondicional, irracional, incluso insana, en contra de sus profesores. Puede que sea malo para la educación, para el profesor e incluso para mis hijos. No lo puedo evitar. Cuando me acuerdo de la sensación de soledad, de incomprensión, de casi desesperación… los apoyo del todo. Sin dudas. Prefiero equivocarme.
o Rechazo total y de plano de todo lo que sea religión, iglesia, dios, curas, monjas, incienso… Hasta el arte de las iglesias me cuesta.
o Estudio de la historia desde un punto de vista muy crítico con todo lo que en este país ha representado el lastre de la iglesia, y lo que ha condicionado y jodido.

Y supongo que muchos más efectos secundarios sea capaz o no de localizarlos. En cuatro o cinco días vendrá el “santo padre” a que... bueno. Da igual. Que lo celebren, si he de ser coherente con lo que pienso, no debo inmiscuirme en esta celebración, como no lo hago con las demás. Pero me dan tanta pena… creo que están tan equivocados… O lo estoy yo. Da igual, mientras continuemos en galaxias diferentes,.


(*) La Out Campaign es una campaña promocional emprendida en 2007 en medios de comunicación y soportes publicitarios de varios países en apoyo del librepensamiento y del ateísmo, organizada por iniciativa de Richard Dawkins. Un intento por destacar una imagen positiva del ateísmo, a la vez que proveyendo un medio por el cual los ateos pueden identificarse unos a otros, adoptando como emblema una letra A de color rojo, en referencia al emblema de la "letra escarlata", una forma irónica de denuncia del estigma social que en algunos lugares tiene el ateísmo.

Mi verano

Me gusta conducir de noche en verano. Con las ventanillas bajadas, la música alta, un pitillo encendido y cantando a pleno pulmón, aprovechando que no hay público al que desagradar.

Y en esos momentos, pasada la hora bruja, cuando el frescor de la noche alivia los agostados campos, los aromas de la paja húmeda, de la jara en flor, de la intensa retama, inundan mis sentidos gritándo a pleno pulmón ¡Sí, es verano!

Me siento bien, me hace sentir bien esa sensación. El olfato es un poderoso archivo de emociones, que retrotrae a la mente momentos, circunstancias, eventos del pasajo con más fuerza que ningún otro sentido. Y a mi, esos olores, me hacen feliz.

También las tormentas de verano. Los sobrecogedores truenos precedidos por el relámpago, y el profundo olor a tierra mojada que lo acompaña y que te hincha los pulmones, y hacen que respires con toda tu capacidad, que cierres los ojos y te dejes inundar por la fragancia que arrastra la atmósfera.

Eso me gusta del verano.

No es la playa, ni la olas, ni el calor…

Son... esos momentos.

En la hamburguesería

Estábamos comiendo en el McDonald’s o en el Burger King o en algún sitio de esos a los que vamos los papás divorciados los domingos para contentar al niño y ahorrarnos el guisotear en casa. Vamos, un sitio de esos insanos pero todos contentos.

Ya en la mesa, con nuestras respectivas bandejas y hecho el despliegue de patatas, kétchups, servilletas, etc. de rigor, echas un vistazo al local, que no se diferencia de otros, medio lleno, familias, papás y mamás (menos) con sus respectivos retoños y alguna parejita adolescente con pinta de estar aburridísimos.

Según vamos trajinando la comida en el orden preestablecido, mordisco de hamburguesa, puñado de patatas, trago de coca cola..., me fijo en que la puerta del fondo se abre y entra "Ella".

Es una mujer rubia, en la mitad de la treintena aproximadamente, con melena, pelo liso, estatura sobre uno sesenta y pocos, vestida de blanco y cara de ángel. No le puedo quitar ojo. Me parece bellísima. Ella recorre con la mirada el local, detiene su vista sobre mí durante un segundo más de lo esperado y continúa con el paseo visual. No debe de encontrar lo que busca y sale dirigiéndose al habitáculo anexo donde está el área de juegos.

No voy a dejar pasar la ocasión. Digo “ahora vuelvo” y me dirijo hacia ella, siguiendo la estela de su presencia. Efectivamente, está en el local de juegos infantiles controlando, sonriente, a un niño de unos cinco años. Me acerco a ella y con la mejor de mis sonrisas y ensayando para poner mi tono de voz más amistoso, amable y seductor posible, le digo: “Hola, buenas tardes. Si eres una mujer felizmente casada, habré vuelto a tener toda la mala suerte del mundo. Si ese es el caso, enhorabuena y discúlpame. Si por casualidad no son esas tus circunstancias, te rogaría me dejaras conocerte. Te pido por favor, que en ese caso, me des la oportunidad de saber quién y cómo eres, de disfrutar de tu compañía. No te quiero agobiar ni que pienses que soy un chalado, pero de verdad, me has impresionado. Toma, por favor, mi teléfono y mi dirección de email. Mi nombre es Á. Contacta. Atrévete, ¿qué pierdes con probar? Gracias y…

- Papá…, ¡papá!

- Estooo, humm, ehh,.. ¿sí, hijo? ¿qué quieres?

- ¿Me puedes abrir el sobrecito del kétchup, por favor?

- Sí, claro, como no….

Bueno, de nuevo la oportunidad se pierde y sólo en mi imaginación pude hablar con ella. Alguna vez lograré seguir a mi imaginación y levantarme de la silla. Mientras, sólo me queda soñar.