sábado

Maldito miedo

Ayer la vi. Era ella, sin duda. Sin el menor atisbo de duda. Fue fugaz, intenso, increíble, onírico, irreal, maravilloso... pon la ristra de adjetivos que prefieras.

El lugar, el menos romántico del mundo. Una gasolinera. De prepago. Esta tontería hizo que tuviera que ir y venir, entre su coche y la caja, tres veces. Y las tres pasó a mi lado. Y me miró. Y yo no podía quitar los ojos de ella. Paralizado. Hipnotizado.

No te la puedo describir. Simplemente... hermosa. No sé si cumpliría los cánones actuales, los estándares de belleza al uso. Posiblemente no. Pero era mi sueño. Tal y como la había soñado innumerables veces, siempre despierto, hasta desesperarme creyendo, ya rendido, que no existía. Pero sí. Allí estaba. Pelo castaño claro, muy rizado y largo semioculto por una boina de lana, ojos verdes, nariz recta y pequeña, minifalda, piernas fuertes...ni alta ni baja. Simplemente perfecta. Diferente.

Ahora, purista irredento, me dirás que no la conozco. Que ni siquiera he hablado con ella. Bueno, supongo que según los libros tienes razón. Pero también esos libros dicen que han comprobado que bastan 2,8 segundos para que una persona se enamore. Y me sobró tanto tiempo... Hoy todas las demás mujeres que he visto me han parecido normales. Incluso aquellas que hasta ayer encontraba atractivas ya no lo eran.

Enamorado, si. Lo sé. Sí, lo sé. Y lo sé porque de golpe despertaron sensaciones que llevaban años dormidas. Tan aletargadas que creía muertas e imposibles de resucitar. De repente, lo que ya creía ajeno totalmente a mí, volvió, desbocado, a invadirme en segundos. El corazón acelerado, latiendo cada vez más rápido, la respiración rápida y breve, superficial. Imposible dejar de mirarla. Flojera en las piernas. Ilusión, durante un pánico. Y miedo, el viejo miedo escénico que tantas veces en el pasado me dejó inmóvil. Al igual que ayer. Me sentí de nuevo, niño, acobardado, miedoso, tímido, balbuceante... porque me di cuenta de que no podía hablarle. Fui consciente, de golpe, como un gran mazazo, de que tengo la edad que tengo y ella, mínimo, menos, veinte años menos. Me sentí viejo, muy viejo. Y tuve miedo, de nuevo, el viejo miedo. Miedo al rechazo, al estereotipo, a la risa, al desprecio. Miedo, miedo y miedo... y se fue.

Me sentí roto según se alejaba, consciente de que la probabilidad de volverla a encontrar por casualidad en cualquier sitio es ... inexistente. Luego pensé que podía haber hablado, me repetí mentalmente mil veces la escena con una infinita panoplia de variantes sobre qué haber dicho, cómo haberla abordado, como intentar un contacto, o al menos, la esperanza de tenerlo.  Pero, maldito miedo, me quedé allí, mirando como se iba. En silencio. Sufriendo ya su ausencia. Y luego me reí. De mí. No me fijé, siquiera, en la matrícula del coche. Ni en el modelo o marca. Solo que era rojo, algo deportivo y que resplandecía detrás de ella.

Llevo dos día sin quitármela de la cabeza. Repitiendo la escena mentalmente una y otra vez y ensayando todas la variantes que podrían haber sido. Pero no. No he podido concentrarme en el trabajo ni en la conducción. No me entero de la TV. Solo veo, una y otra vez su cara. Su cara. Su hermosa, maravillosa cara.

Me puedes poner tan verde como quieras. Te puedes reír hasta que te duela la tripa. Búrlate si es tu deseo, pero yo, ayer, me enamoré. De una entelequia. Porque existe pero... ¿qué más da? Es tan real y cercana como si fuera un sueño ajeno. Por miedo. ¡Maldita sea!