Están emitiendo estos días un anuncio en Televisión que, contra lo que suele suceder, despierta por esos foros de Internet una reflexión filosófica además de animados debates; a lo mejor la publicidad sirve para algo alguna vez. En el anuncio, contemplamos a una profesora que nos cuenta un microcuento y nos vende la bondad de los libros y del profesorado trabajando en conjunción.
El microcuento es “El gesto de la muerte” de Jean Cocteau y dice así:
Un joven jardinero persa dijo a su príncipe:
- ¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana y me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Damasco.
El bondadoso príncipe le prestó sus caballos. Por la tarde, el príncipe encontró a la Muerte y le preguntó:
- Esta mañana, ¿por qué le hiciste a mi jardinero un gesto de amenaza?
-No fue un gesto de amenaza -respondió la Muerte- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Damasco esta mañana y es allí donde debo tomarlo esta noche.
Esta misma historia la encontramos en microcuentos de Yalal Al-Din Rumi (Salomón y Azrael) y también en el Taller de Guiones de Gabriel García Márquez “Cómo se cuenta un cuento” (La muerte en Samarra).
A mi la historia también me provoca reflexiones quizás porque la vivo en carne propia.
Efectivamente, es casi sobrecogedor o mejor, exasperante, encontrarte, cuando haces un alto en tu camino y reflexionas sobre tu vida, que has llegado, exactamente, al único punto, a la sola circunstancia de la que has querido siempre huir. Y además, con puntualidad británica, llegas en el momento exacto.
Durante buena parte de mi vida, las decisiones, más o menos trascendentes, que he ido tomando han estado muy condicionadas por un horizonte dibujado con gran nitidez en el largo plazo.
Bueno, largo plazo parecía entonces, en el inicio, porque, a día de hoy, es ya algo inminente. Muchas han sido las opciones escogidas, acciones emprendidas o evitadas, incluso en contra de mi voluntad, querencia o gusto, únicamente con la intención de no llegar jamás a ese punto temido.
Sin embargo, treinta años después de comenzar ese periplo, esa huida, me doy cuenta de que mis decisiones me han conducido a perseguir lo que, al parecer, debe ser mi destino. A llegar a la estación a la que jamás quise llegar. Nunca he sido determinista , ni he creído en la predestinación; a pesar de la frase de Lenon que figura al final de esta página, siempre me ha complacido pensar que mi camino, bueno o malo, pero siempre de final incierto, lo voy labrando yo. El azar te puede vapulear o impulsar y, ciertamente, hacerte errar la diana no alcanzando la meta propuesta; pero nunca, jamás, pensé que se pudiera burlar de mí de tal forma que la feroz huida me llevara exactamente al punto maldito. ¡Que ironía!
Siempre corriendo para alejarme, me ha conducido a estar precisamente aquí, y como decía más arriba, llegando puntual, lo cual en un viaje de treinta años, no está nada mal.
Al final quizá sea cierto que existe un destino y que vamos a su encuentro independientemente de nuestras acciones, o gracias a ellas. No creo en ello, pero aquí estoy.
Que cada uno mire su horizonte y el camino que deja atrás y decida. Al parecer yo me acerco a Damasco a velocidad endiablada.
Al final, aquello de lo que huyes siempre te alcanza.
ResponderEliminar