viernes

Las noches de las cenas de empresa

Hoy es uno de los típicos días en los que se celebran las cenas de Navidad de las empresas. ¡Y he conseguido librarme!
Sé que para algunos este es un día divertido: acaba con todo el mundo borracho, con la corbata en la frente en plan Sandokán, o los pantyes como collar y bailando encima de las mesas. Por no hablar de los enrolles con los colegas del curro. Pero yo no he estado nunca en una de esas. Las mías han sido siempre de las de discurso del jefe, discurso del segundo jefe, discurso del tercer jefe, anuncio de recortes presupuestarios, congelación de salarios y ausencia de contrataciones, peticiones de esfuerzos especiales a los curritos, etc. etc. Y todos muy formales en mesas redondas para cenar cosas de esas de nombre larguísimo en francés y plato semivacío. Vamos un verdadero coñazo. Bueno, hasta el año pasado. El año pasado…

Estaba trabajando para una empresa (como asesor autónomo, fuera de plantilla) y me habían invitado a su cena de navidad. Consideré importante acudir para dejarme ver, hacer la pelota a los jefes y conseguir que siguieran contando conmigo el año entrante. Me dispuese a asistir y como vivo alejado de la ciudad, salí de casa con más tiempo del que habitualmente empleo para hacer ese recorrido, pues no quería significarme llegando tarde. Sin embargo no había calculado que esa era la noche que debía de hacer escogido todo el mundo para las cenas, por supuesto a la misma hora, y logré incorporarme a un atasco del quince, y de milagro. Imaginaos como sería para conseguir llegar más de hora y media tarde.
Cuando estás en pleno atasco, te vas poniendo de los nervios viendo avanzar únicamente al reloj. Tú, ni te mueves. Mucho tiempo después, y después de dejarme las uñas en muñones, logré, al fin, acercarme a la zona de destino. Pero debía de llegar el último pues todos los parkings estaban a tope. Y por la calle, en pleno centro, imposible. Vueltas, más vueltas, y más aún hasta que conseguí perderme. Absolutamente despistado pensé en dos cosas: pedirle a los reyes (a los magos ¿eh?) un navegador y en llamar a un colega que conocía la zona. Busqué el nombre de la calle y teléfono en mano (si esto lo leen los municipales, negaré haberlo escrito yo) fui guiado por mi compañero hasta un parking en el que, efectivamente, había sitio. Es cierto que estaba un poco lejos, pero el vigilante del aparcamiento te daba mochila con bocata y cantimplora para el camino.
Al intentar encontrar el aparcamiento deduje por qué había plazas: no había dios que diera con la entrada. Y mira que di vueltas a la manzana buscando el maldito acceso, pero sólo encontraba la señal de la "P" con la palabra libre escrita en verde. Al final paré en el carril bus, llamé a información, me dieron el teléfono del parking y les llamé para preguntarles si realmente existían o la "P" era un vacile para los desesperados como yo. Estaban acostumbrados. Me facilitaron dos referencias y pude localizar la dichosa entrada, tan escondida y con tantos recovecos, que al iniciar la rampa de acceso topé con la trasera del coche contra el bordillo y rajé la rueda trasera (la derecha por si hay curiosos).
Joder, no tenía tiempo para ponerme a cambiar una rueda y menos con lo elegante y pizpireto que iba yo, dentro de mis posibilidades, claro. Así que aparqué el coche pinchado, y salí corriendo hacia el sitio de la cena.
Pero el deporte es malo. Con las prisas metí el pié donde no debía y me torcí el tobillo, rompiéndome además, el tacón del zapato. ¡Del zapato nuevo!
Tarde, despistado (tuve que preguntar un par de veces por la dirección), cojo, sudoroso y sin resuello, logré llegar al fin. ¡Increíble pero allí estaba!
Pero la información no debía de haber circulado correctamente. Todos iban vestidos de esa forma que para mi es una incógnita: “elegante pero informal” y yo llevaba mi mejor traje, la corbata más nueva y los malditos zapatos (sin tacón) que estrenaba. Y para colmo no había cena. Era esa gilipollez que se llama cóctel y que consiste en perseguir a camareros cabrones que juegan al escondite contigo y llevan bandejas llenas de cositas pequeñas y desconocidas que saben todas igual. Y además ¡de pié! Con mi tobillo torcido y unos zapatos (insisto, sin tacón) que me apretaban por todas partes. (¿Quién es el idiota que estrena zapatos en estas ocasiones? Yo). Como asistía para hacer la pelota, no me pude ocupar de perseguir convenientemente a los camareros y me quedé con más hambre que Carpanta (nota= a la siguiente cena de empresa, ir cenado).
Bueno, al menos me había perdido los discursitos de rigor… como me hizo notar el jefazo al saludarme. Glorioso. La verdad, me estaba luciendo.
Decidí que bueno, que ya que estábamos, por lo menos aprovechar la barra libre, pero como no me gusta el alcohol, hacer rentable una barra libre a bases de coca-colas resulta algo “gaseoso”, y yo notaba (sobre todo en el cinturón) como poco a poco me iba hinchando.
No conocía a casi nadie por lo que no tuve más remedio que dar la brasa a los pocos que me resultaban familiares (había que parecer integrado y quedarte solo, como un pasmarote, con corbata, aislado y con coca-cola en la mano no contribuía a ello).
Resultó que la empresa, en aras del buen rollito, había organizado un sorteo de regalos para los empleados en el que a todos les tocaría algo. Había un par de viajes chachis, alguna consola, ipods, mp3… y a mí me correspondió un magnífico bolígrafo de propaganda que encima me tocó agradecer, micro en mano, delante de todos. ¡Que falso soy! Me faltó emocionarme y soltar una lagrimita de agradecimiento ante el regalo...
En fin, cuando consideré prudente inicié una estratégica retirada, con saludos y parabienes, hacia el parking en el que me esperaba la rueda.
Un par de horas después llegaba a casa. Manchado el traje, sucio yo, con hambruna, el zapato roto, cojeando, sin saber si me iban a volver a contratar y, eso sí, un maravilloso bolígrafo de propaganda.
Un gran éxito de noche y deseando que llegara la cena de este año, como podéis adivinar.
Por cierto, incomprensiblemente, me volvieron a contratar. Veremos el año próximo.

10 comentarios:

  1. pobrecito tanto que te ocurrio ,que noche y que cena,con esos platos semivacios mejor me llevo mi morralito en la cartera algunas tortillas con carne asada para no desmayar , y salir unas 4 horas antes para poder llegar buenas noches un beso despe.

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  2. Joder como no te van a contratar si después de tantas penurias ahí estabas emocionado por un puñetero boli de empresa ( con perdón )...la verdad que las cenas de empresa si no vas con gente de confianza, mejor te la das en casa...saludos

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  3. Ayer estuve en la Gran Vía, porque vino Bolero a Madrid y quedamos para comer. A medida que se fue acercando la noche, se fue colapsando Madrid y casi ni puedo salir. Que agobio!!! Todos arreglaos para ir de cena con el boss!!!

    Yo, las odio así que siempre me he puesto enferma, me horrorizan las "sobremesas".

    Besitos encanto y espero que la de este año sea mejor que la anterior, que solo te faltó ligar con el camarero gay del restaurante, jejeje

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  4. He sufrido leyéndolo porque alguna de esas cosas suele pasar siempre, pero coño ¡todas a la vez!, eso es mala suerte.
    Pero bueno, algo es algo si el boli escribe.

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  5. Yo odio las putas cenas de empresa que siempre está el típico lameculos del jefe hablando del curro.
    Pa una vez que pagan algo hay que aprovechar pa ponerse de gambitas hasta las cejas y pedirse de beber lo mas carillo que tengan

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  6. Qué risa. Tu mejor entrada. Imposible no sentirse identificado. En fin, me alegro de que este año te hayas librado. Yo la tengo el viernes que viene, y probablemente pueda contar después una historia parecida a la tuya. Que dios nos coja 'confesaos'. Un abrazo.

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  7. Joder como te comprendo!
    A mi me tocó ir el viernes a la cena de mi empresa y acabé con unas antenitas de estas que tienen dos bolitas....
    Perdí la corbata, quedé de puto asco con la Directora de RRHH con la que me marqúe una lambada y creo recordar que le dije al Director general que era un tirano...
    En fin, que el lunes me espero lo peor.
    Una brazo,
    Esteban

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  8. Me ha recordado la película "una serie de catastróficas desdichas" jajaja.
    La verdad si que es mala suerte.

    Besitos

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  9. Oye, pero qué mala suerte, chico! Eso fue que te levantaste con el pie izquierdo, o que pasaste por debajo de una escalera, o que te pasó un gato negro por delante. Sí, algo de eso..
    :-)
    Saludos blogueros, desde Berlín,
    AB

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  10. No debería leer esto... Es retorcidamente maquiavélico. Entre, mire y ya me contará:

    http://www.personal.able.es/cm.perez/Extracto_de_EL_ARTE_DE_LA_VENTAJA.pdf

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