Un médico certificaba mi muerte
Abrí lentamente los ojos e intenté moverme. Casi no podía y mi postura era bastante extraña. Estaba desconcertado y no sabía donde me encontraba. Evidentemente aquello no era mi habitación, ni mi casa. Era…, sí, era mi coche, pero visto desde una perspectiva diferente. Estaba bocabajo con todo el contenido del vehículo revuelto y tirado por encima.
Intenté salir del vehículo como pude a través de la ventanilla de la puerta del conductor y al fin me pude incorporar y observar toda la escena. Mi coche, un precioso 4×4 nuevo, rojo brillante, estaba en la cuneta hecho un amasijo de hierros apenas reconocible y empotrado, casi fundido, con una furgoneta blanca en la que a duras penas se podía leer el rótulo de “Fontanero”. A su alrededor bomberos y policías se afanaban sobre los vehículos y el ruido de las sierras y los separadores, aunándose con las sirena de los vehículos de emergencias, era ensordecedor. ¡El accidente debía haber sido espectacular! Y yo, sin un rasguño. Ni siquiera un ligero dolor de cabeza. Parecía un milagro.
Finalmente, después de un rato pareció que lograban liberar a alguien de entre los hierros. No recordaba el accidente, ni quien había tenido la culpa, pero esperaba que el pobre diablo de la furgoneta se encontrara bien. Le subieron a una ambulancia que salió a escape abriéndose paso plena de luces y sirenas. Cada vez iban llegando más vehículos. El atasco que se debía de estar formando debía ser considerable. Más de uno se iba a acordar de mis muertos. Entre los vehículos recién llegados estaba una segunda ambulancia y un vehículo del anatómico forense. ¡Vaya! Eso significaba que había habido algún cadáver. Afortunadamente yo iba solo en mi coche.
Poco a poco me fui acercando para identificarme, ya que extrañamente nadie se había dirigido a mí, ni preguntado nada. En un momento dado, entre todos los que pululaban alrededor de la chatarra en la que se habían convertido los coches, pude ver al fallecido. Me resultó extrañamente familiar.
¡Dios mío! ¡Pero si, si… era yo! Sí, yo mismo. Pude ver cómo un médico certificaba mi muerte. ¡Estaba muerto! Pero si yo me encontraba perfectamente. Intenté explicarles a todos ellos que debía de haber un error, que yo estaba bien. No me oían, no me hacían caso. Y allí estaba yo. Muerto. “Vive deprisa, muere joven y compón un bonito cadáver” Algo había fallado en todo esto. Me faltaba mucho, tanto, por vivir…
Curiosamente, al igual que sentía la ausencia de dolor, también sentía ausentes todas las demás emociones. No estaba triste, ni desesperado, ni preocupado. No tenía sensación de pérdida o ansiedad… Solo tenía curiosidad. Una inmensa curiosidad.
Estaba muerto y, desde luego, esto era una experiencia nueva. Comencé a recordar todas las películas que trataban sobre este tema. La primera que me vino a ¿la mente? fue “Ghost”. Enseguida “El cielo puede esperar”, “El fantasma y la señora Muir”, ¿Era yo ahora un fantasma? Técnicamente sí que lo era. Y tampoco sentía nada al pensar en ello. También recordé todas las “noches de los muertos vivientes” y similares e intenté examinarme a ver si tenía pinta de zombie, pero lo único que conseguí fue verme normal, pero con una ropa distinta a la que llevaba en el accidente. Vestía mi ropa favorita. Curioso.
¿Entonces? Vamos a ver. Ahora debería ver un túnel con una luz blanca al final ¿no?. Busqué entorno mío y no vi nada parecido. Allí estaba sólo yo, con los operarios de emergencias que no parecían verme, ni oírme, el médico que se había empeñado en decir que estaba muerto, y mi otro yo. El cadáver. Pero ni rastro de túneles o luces blancas.
¿Y ahora qué? Pues no tenía ni idea. Si nadie viene a buscarme es que no hay nada ni luces, ni cielos ni llamas, después de la vida. Como yo sospechaba. ¡Cuánto tiempo perdido…! Pero entonces, esto debería estar lleno de gente (de fantasmas, pensé) de los que habían muerto antes que yo. Y allí no había nadie. ¿Dónde estaban las instrucciones? ¿Qué debía hacer? Nadie, nada, vino a explicarme o darme indicaciones con lo que me consideré en libertad total para hacer lo que me diese la gana. No sabía cuando iba a durar esto, así que… De todas formas, el tiempo tiene una dimensión distinta. Antes del accidente era media mañana, y yo me dirigía a… ¿a dónde iba yo? No recuerdo dónde iba. Ahora era casi de noche y sin embargo ese tiempo, varias horas, para mí había transcurrido en un instante.
Pues salvo que haya huelga de recogedores de almas, esto tiene pinta de durar bastante, pensé. Si sintiese algo, quizá habría sido alivio al evitarme otro juicio, este bastante serio, y pena de no reencontrarme con mis antepasados fallecidos. Pero allí seguía. Solo. Algo habría que hacer. No iba a estar allí plantado hasta ¿hasta cuando?
Creí que lo más lógico era irme a casa. No sabía para qué, pero no se ocurría ningún otro sitio. ¿Y cómo ir? Recordando nuevamente el cine, ¡que gran fuente de inspiración! comprobé mi incorporeidad. Efectivamente no era sólido y podía atravesar los objetos a voluntad. Bien. Probé el teletransporte. Tampoco hubo problema. Al momento de pensar en un sitio aparecí en él. No se cómo pero allí estaba. En casa. Pero no había nadie. Recordé que mi mujer había tenido que salir de viaje el día anterior y habíamos dejado a la niña con sus abuelos.
Al pensar en la niña aparecí junto a ella, en casa de mis suegros. Estaba viendo una película infantil en la TV mientras los padres de mi mujer lloraban en la cocina. Supongo que por mí, pues siempre me habían querido. La niña estaba tranquila y a su corta edad o no le habían comunicado la noticia o desde luego no había sabido valorarla. Mejor para ella.
Pensé en mi mujer. De nuevo el teletransporte (no sé como se llama esa cualidad y siempre he sido un fan de Star Trek, así que seguiré llamándolo así) me llevó a su lado al instante. Ciertamente no era lo que esperaba. Estaba, juguetona, retozando en la cama con su jefe en la habitación de un hotel. Quizá no se había enterado de la noticia. Oí que brindaban a mi salud y por una larga nueva vida juntos. Sí que se había enterado. Recordé que la había amado y había pensado que era correspondido. Nunca sospeché. Afortunadamente tampoco sentía nada porque en caso de pillarles cuando estaba vivo la que se hubiese podido armar era buena.
¿Y a dónde voy ahora? ¿Qué hago? Tenía que comprobar mis posibilidades de interacción con la materia, de hacerme visible, de poder emitir sonidos… tenía que aprender a ser un fantasma. ¿Y qué podía hacer? Pensé en los sitios y situaciones en los que me hubiese gustado estar cuando estaba vivo. Por supuesto en el cuarto de Angelina Jolie, en un Consejo de Ministros secreto, en una reunión entre el presidente USA y el Ruso, localizar a Bin Laden…
Pero nada de todo eso me apetecía. Quizá porque el apetito, el físico y el emocional eran sensaciones y de eso, ahora, ya no tenía. ¿Qué hacer? ¿Dónde ir? ¿Para qué? … ¿Cómo iba a entretener una eternidad?
Buenísimo, me ha encantado! menuda tarea para el próximo no?
ResponderEliminarun besote