Mi primera mujer, con la que conviví durante casi doce años, tenía alergia al polvo doméstico. En todas sus acepciones, por cierto.
Mi actual esposa, mucho más trabajadora, no tiene alergia, pero tampoco tiene tiempo para hacerlo. (Limpiar el polvooo, malpensadoooos)
Como consecuencia, tenía dos opciones: o sumar a mis tareas caseras también la limpieza del polvo, o ahorrar y contratar una asistenta por horas. ¿Adivináis cual escogí?
Cierto, cierto. Me pudo el espíritu de ahorro. Quien piense que fue por vaguería yerra como un bellaco…
El contratar una asistenta siempre ha sido una aventura. Es alguien que va a estar en tu casa cuando no estás tú, y tiene que ser alguien de confianza por lo que sueles recurrir al boca a boca, preguntando a amigos y vecinos hasta localizar a alguien que ya sea conocido (es decir, que tenga referencias y recomendaciones de un entorno cercano), tenga horas libres y su precio sea asequible.
Mi casa ha sido un verdadero desfile de gente. Y de nacionalidades. He viajado por todo el mundo sin moverme de mi sofá. He conocido culturas foráneas y experimentado algunas costumbres un tanto “extrañas” para mí.
Una, (omitiré los países de origen, pues no creo que tengan nada que ver con el comportamiento individual) no usaba más agua que el de fregar el suelo. En su casa no debía ni de abrir el grifo. Era tal su olor corporal que cuando llegábamos a casa, varias horas después, todavía podíamos percibir el “aroma” en el ambiente.
De otra tuvimos que prescindir al encontrarnos, encima de la encimera de la cocina, un presente que, supuestamente, había olvidado sin intención: un tarro de café con orina. Se excusó diciendo que era para un análisis y que se lo había olvidado. Pero que queréis que os diga, imposible para mí continuar con esa persona, dado que mi imaginación se ponía en marcha y…
El hambre es mala cosa, por supuesto. Pero si además de pagarte las horas, te comes el contenido de mi frigorífico, no está bien. No pasa nada si te tomas una coca cola o similar, pero darte un banquete, a mesa puesta, en horas de trabajo y a costa de mi nevera no me parece adecuado. Se tuvo que marchar.
Igual que aquella que lograba que todos los billetes de banco, de curso legal (vulgo dinero) que estuvieran por la casa, por muy escondidos que se encontraran, desaparecieran. Cuando hablamos los miembros de la familia y nos pusimos al corriente (al principio piensas: lo habrá tenido que coger mi mujer, o mi hija o mi marido…) tuvimos que tomar la decisión.
También tuvimos una que trabajaba bien. Era rápida y aseada. Su único defecto era que no tenía con quien dejar a su hija adolescente y se la llevaba con ella. Pero la “niña”, en lugar de ver la TV, o hacer los deberes, se dedicaba a llamar por teléfono a todas sus amigas. Cuando no había tarifas planas con el adsl ni leches. Pagabas religiosamente cada llamada. Al igual que la anterior, cuando descubrimos que ni mi esposa ni yo teníamos amantes al que llamábamos a extrañas horas, hablamos con la señora y confesó. Lamentándolo mucho tuvimos que prescindir de ella.
Todo lo contrario que otra, que era la responsabilidad y la conciencia personificadas. Era una mujer pequeñita pequeñita pero muy activa, todo un manojo de nervios. Y cada día le cundía más. Era increíble. Al final descubrimos que recientemente se había podido traer a sus padres desde su país, y que para que no se aburrieran se los llevaba a limpiar. Mientras ella “hacía la casa”, la madre planchaba y el padre limpiaba los cristales. Con esmero y buen hacer. Recuerdo que con esta chica vi., los dos sentados en el sofá y con la misma incredulidad, la caída de las torres gemelas el 11-S. Fue la que más tiempo estuvo con nosotros y se fue cuando encontró un trabajo en una tienda.
Ha habido muchas más, con muchas más anécdotas. De la que tenemos ahora hablaré otro día pues merece un epígrafe propio. Pero el principal punto en común de todas ellas, es que han sido mayores y feas. Aclaro, aunque no creo que sea necesario, que siempre fueron elegidas por la “señora de la casa”.
Hola, Aspective. La verdad es que he disfrutado mucho leyendo tu post y me imaginaba la situación en cada momento.
ResponderEliminarEsto es como la lotería, que nunca te sabe cuándo te puede tocar.
Un abrazo.
RAMPY