jueves

Sueños amargos (Relato)

Según la frase de Lennon que figura al pie de esta página del blog, la vida es eso que te pasa mientras tú estás ocupado haciendo otros planes.


Eso le sucedió a Javier. Su historia es una historia más, normal, casi vulgar, de amor, desamor, cuernos y vergüenza. De desesperanza y desánimo después de acariciar el cielo con la punta de los dedos.


Era Javier un divorciado de mediana edad, con hijos, y con un futuro que no era blanco ni negro. Simplemente no veía lo que había en él, no sabía lo que podía esperar de la vida ahora que, por fin, se había quitado de encima a la que durante tantos años había sido su compañera y que había convertido su vida en un infierno latente, sin grandes llamaradas pero con brasas que quemaban constantemente. Cuando al fin dio el paso, difícil, complicado, incomprendido, sintió un alivio, una liberación difícil de describir para quien no la haya vivido. Y ahora se debía enfrentar a un futuro ignoto, lleno de dudas y con sus hijos, cuando le tocaban, como compañía.


Sin embargo, la vida se empeñó en recrear el cuento de Cenicienta (¿o era Blancanieves ohummmmm... la Bella Durmiente?). Bueno, ya he olvidado cuál era, pero lo cierto es que comenzó a vivir un cuento de Disney. Conoció a Edurne. La primera vez que la vió se quedó mudo, sin poder articular palabra pues esa era la mujer con quien había soñado toda su vida. Increíble toda ella, poro a poro, centímetro a centímetro, era su mujer perfecta.


Se las apañó para que los presentaran, para poder conocerla y mediante una hábil maniobra, poder pasar, justificadamente, tiempo juntos. Pasaron unos meses, con un transcurrir del día a día satisfactorio, mucho, pero con un futuro negro. Su relación, platónica, iba a tener que acabar pues tenía fecha de caducidad.


La pena le invadía pues creía haber encontrado en ella esa media naranja de la que hablan por ahí. Ella era su amiga, amante, cómplice, compañera, su mujer.


Y Disney siguió haciendo de las suyas. A escasas horas del límite marcado, el guión hace una filigrana y con gran esfuerzo y estrépito y muchas facturas morales que pagar, el ultimátum desaparece y se abre ante ellos un futuro de cuento: perdices, felices…


Javier estaba en una nube, sin creerse su suerte, sin poder aceptar que por una vez, el destino había echado los dados y habían salido seises Sus seises.


Correspondido, comenzaron una luna de miel. ¿Dificultades? Muchas. Todas. Falta de apoyo del entorno cercano de ammigos y familia, escasos recursos económicos… pero todos estos problemas no eran sino anécdotas que día a día se vencían gracias al amor, a la alegría, a las ganas de vivir. Edurne era una mujer vital, risueña, alegre, que contagiaba su amor por la vida y conseguía que cualquier tarea que emprendieran juntos, por muy trivial que fuese se convirtiera en una fiesta, en algo grato de llevar a cabo, en algo que, siempre, acababa bien.


El tiempo fue pasando. Javier seguía en su nube, viviendo una felicidad que a estas alturas debía de ser ya irreal, y sin darse cuenta de que poco a poco Edurne comenzaba a marchitarse.


Una enfermedad, operación, convalecencia, larga convalecencia, seguida de fuertes problemas anímicos para recuperarse tras la operación, fueron el primer aviso de que la luna de miel había finalizado. Por su culpa. Por no saber dominar los efectos secundarios de esa cirugía, Edurne estuvo a punto de irse de casa en varias ocasiones. Sólo los hijos, las lágrimas y los ruegos consiguieron retenerla.


Obligado a salir de su marasmo, Javier tomó unas grandes y graves decisiones con respecto a su futuro, haciendo que este pasara a ser de unas tonalidades demasiado oscuras, sin nada claro en su interior.


Y comienza un período de desgaste. Problemas económicos, familiares, laborales, todos ellos a un tiempo van haciendo mella en Edurne. Sin embargo Javier, viviendo aún en su nube de amor no es consciente de todo. Sólo se percata de parte de lo que sucede. Él sigue el transcurrir diario pensando que todo es perfecto y dando gracias a los dioses y a Disney por dejarle vivir la historia que estaba protagonizando.


Este periodo, de varios años, los cambia a ambos, sin que ninguno sea consciente de este alejamiento que se va produciendo, demasiado ocupados en solventar los problemas de cada día. Para abundar más en el lado negativo, una rara enfermedad hace mella en Edurne que se siente incomprendida, a veces inútil e impotente y siempre desplazada.


Sin embargo, Javier, con una exquisita falta de sensibilidad continúa viviendo feliz, ajeno a la realidad que se ha creado a su alrededor, sabiéndose sólo mirarse el ombligo.


Y mientras el tiempo pasa y la relación se deteriora abriendo huecos por todos los lados, Javier desaprovecha una tras otras las oportunidades que se le presentan de intentar reconducir la relación. Al ignorar los problemas, no reconoce las soluciones.


Pero este proceso, finalmente siempre acaba por estallar.


Edurne, un día, encuentra a alguien que la escucha, la mima, la oye, la trata de nuevo como a una reina. Y cae prendada de Él. No quiere hacer daño, no quiere renunciar a su familia, pero es incapaz de decir no a quien le hace sentir viva, deseada, mujer otra vez, alguien que consigue que la sangre fluya con fuerza a impulsos de un desbocado corazón sólo con estar cerca de Él.
El drama es fácil de imaginar.


Ella en medio, Javier, con sus nuevos cuernos, destrozado, y Él, esperando, desde la comodidad de su situación en segunda fila, pero con una presencia permanente en primer plano.


Se buscan soluciones, se hacen promesas, se incumplen todas, la confianza vuela hacia parajes lejanos, las mentiras se hacen cotidianas. Nadie se atreve a tomar las medidas que habría que tomar porque hay daños colaterales indeseados.


Pero ahí están Edurne y Javier, que un día tocaron el cielo con la punta de los dedos y ahora tienen los pies en el infierno. Y no hay ninguna solución.


Por eso esta historia, es una historia vulgar, una más que escupir a la cara de Disney que siempre nos engañó con finales felices.

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