En ocasiones, cuando tengo la guardia baja y las defensas rendidas, de nuevo veo tu rostro. Lo veo en la penumbra de aquel rincón impensable, era la primera vez, y cien ojos invisibles nos contemplaban. Fue un roce fugaz, un amago y un adiós extemporáneo. Sin embargo, tu rostro quedó impreso en mi retina, indeleble en mi memoria, como el sutil contacto que tuvimos.
Veo también esa sonrisa, deliciosa, amable, que surge de repente y cambia el día y el ánimo que, cual piedra filosofal, transmuta el entorno y crea un edén donde estaban el frío cemento y el sucio asfalto. Mientras, tu lengua pícara, juguetona, se esboza levemente entre tus dientes y muestra a la niña traviesa que aún habita en ti.
En ocasiones, cuando el sueño va ganando terreno a la vigilia y la oscuridad reina en derredor, creo ver el brillo de tus ojos, de los cuales los míos no pudieron apartarse aquella vez. Quizás es el titilar de los astros nocturnos asomándose por mi ventana y el sueño, o la ilusión, que me empujan a la confusión y sólo veo lo que tanto ansío ver de nuevo.
En ocasiones, cuando la brisa arrecia y la siento firme en el rostro, veo, imagino, sueño, que son tus manos que se acercan a mi cara y la acarician, como aquella vez, deteniéndose un segundo en su camino, y permitiendo que ese suave contacto de tus dedos lo sintiera cálido y dulce y me hundiera en un gozo relajado, cerrando los ojos, intentando extender hasta el infinito el momento.
En ocasiones, cuando el invierno media y su fin aún no se insinúa, veo en los alcorques de mi jardín, húmedos, mojados por la escarcha, el crecimiento pausado y lento de los frutos de los limoneros que planté para que inundaran con su perfume, tu perfume, mi casa y así estuvieras siempre presente, siempre conmigo, envolviéndome en tu aroma.
En ocasiones, sin embargo, veo la verdad. Miro, con desesperación, en todos los lugares donde alguna vez te encontré, te busco ansioso, loco, angustiado. Pero no estás. Sé que no fuiste una ilusión pues mi imaginación no pudo inventar, pobre de ella, la sensación de aquel beso, de aquel abrazo. Pero no estás. Igual que la magia o la casualidad te hizo llegar hasta mí, de repente, sin avisar, sin estar preparado para ti, un día, sin que nada despertara mis alarmas, tal y como anunciaste que podría suceder, desapareciste, te fundiste en una nada inmensa que no puedo abarcar con mi búsqueda.
Fiel a tu compromiso me dejaste un mensaje. Dijiste una única palabra. La que nunca quise escuchar. La que me dejó deshecho y roto: "adiós..."
Veo también esa sonrisa, deliciosa, amable, que surge de repente y cambia el día y el ánimo que, cual piedra filosofal, transmuta el entorno y crea un edén donde estaban el frío cemento y el sucio asfalto. Mientras, tu lengua pícara, juguetona, se esboza levemente entre tus dientes y muestra a la niña traviesa que aún habita en ti.
En ocasiones, cuando el sueño va ganando terreno a la vigilia y la oscuridad reina en derredor, creo ver el brillo de tus ojos, de los cuales los míos no pudieron apartarse aquella vez. Quizás es el titilar de los astros nocturnos asomándose por mi ventana y el sueño, o la ilusión, que me empujan a la confusión y sólo veo lo que tanto ansío ver de nuevo.
En ocasiones, cuando la brisa arrecia y la siento firme en el rostro, veo, imagino, sueño, que son tus manos que se acercan a mi cara y la acarician, como aquella vez, deteniéndose un segundo en su camino, y permitiendo que ese suave contacto de tus dedos lo sintiera cálido y dulce y me hundiera en un gozo relajado, cerrando los ojos, intentando extender hasta el infinito el momento.
En ocasiones, cuando el invierno media y su fin aún no se insinúa, veo en los alcorques de mi jardín, húmedos, mojados por la escarcha, el crecimiento pausado y lento de los frutos de los limoneros que planté para que inundaran con su perfume, tu perfume, mi casa y así estuvieras siempre presente, siempre conmigo, envolviéndome en tu aroma.
En ocasiones, sin embargo, veo la verdad. Miro, con desesperación, en todos los lugares donde alguna vez te encontré, te busco ansioso, loco, angustiado. Pero no estás. Sé que no fuiste una ilusión pues mi imaginación no pudo inventar, pobre de ella, la sensación de aquel beso, de aquel abrazo. Pero no estás. Igual que la magia o la casualidad te hizo llegar hasta mí, de repente, sin avisar, sin estar preparado para ti, un día, sin que nada despertara mis alarmas, tal y como anunciaste que podría suceder, desapareciste, te fundiste en una nada inmensa que no puedo abarcar con mi búsqueda.
Fiel a tu compromiso me dejaste un mensaje. Dijiste una única palabra. La que nunca quise escuchar. La que me dejó deshecho y roto: "adiós..."
Publicado por Aspective originalmente en El Blogguercedario 12/9/2009
Gracias, niño, gracias por haber rescatado este post... si no jamás hubiera tenido la posibilidad de leerlo.
ResponderEliminarMe ha dejado... uuuuuuuuuuuuuf... cuando encuentre las palabras te lo cuento
Que me he orvidau... seguro que no es un adios... seguro que era un hasta luego
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