Este mes, de calor y vacaciones, mi hijo, diez años ya, ha aprendido lo que espero sea una de las lecciones más realistas y valiosas que puede recibir.
Allá por mayo, con mi renuencia, pero el apoyo encendido de su madre, cumplió con la tradición e hizo su primera comunión. Día paradigmático de recibir regalos, le ofrecieron, esperando evidentemente otra respuesta, la posibilidad de realizar un viaje. Supuestamente el destino debía ser Disneyland París, como sucedía con la mayor parte de sus compañeros de clase, pero el peque se descolgó, dejando a todos con la boca abierta, con que quería ir a Italía "que era la ilusión de su vida". No me preguntéis. Yo solo soy su padre. Ni idea de dónde puede haberse sacado ese anhelo, aunque si escarbáramos, llegaríamos, estoy seguro, a encontrar una relación de cualquier tipo con el fútbol. Faltaría más...
Pues el deseo se cumplió y a mediados de agosto, madre e hijo hicieron las maletas y en un vuelo se plantaron en Roma. La Roma del Coliseum y los gladiadores, la del Vaticano y sus museos, la de la Fontana de Trevi, y por supuesto, la pizza.
Todo iba bien, todo le interesaba, incluyendo las explicaciones de los guías, que se bebía con ansia protestando si no le dejaban escuchar, todo le gustaba.
Pero el segundo día surgió un problema que detectaron tarde. Las tarjetas bancarias, de crédito y débito, se habían desmagnetizado, siendo inútiles e impidiéndoles el uso de los cajeros y por tanto sin poder acceder al dinero. Y cuando se dieron cuenta fue porque habían agotado el efectivo.
La solución fue pedir a la familia una transferencia urgente por DineroGram o DineroRápido o lo que sea, una de esas empresas en la que ingresas el dinero en Madrid y en cuestión de minutos lo puedes retirar allí donde estés. Perfecto. El siguiente problema era el tiempo y el transporte. Debían llegar a la sucursal de la oficina correspondiente antes de la hora de cierre, lógico, pero esta estaba muy lejos de su hotel. No tenían dinero para taxi, ni para el metro siquiera, pues disponían, por todo capital, de 50 cts.. El tiempo apremiaba así que decidieron pedir prestado el importe de dos billetes de metro a un grupo de compatriotas, españoles, que estaban en su mismo hotel. Les contaron sus vicisitudes y la magnánima respuesta que obtuvieron es la que damos todos nosotros a los "sin techo" que nos piden por la calle: "Es que no tengo suelto...". Perfecto. En un país extranjero, en una ciudad cosmopolita, una madre y un niño de diez años piden a unos compatriotas el importe de ¡¡dos billetes de metro!! y... Bueno, que así nos va. En el hotel, los de recepción que habían oído toda la historia se hicieron los locos. Así que, sin otra opción, se dispusieron para atravesar la ciudad a paso ligero, intentado llegar a tiempo.
Sin embargo... un senegalés, que trabajaba de botones en el hotel, se acercó y sacando de su bolsillo de propinas tres euros, se los ofreció. Sin haberle pedirle nada.
- "¿Y esto?"
-"¿No teníais que coger el metro ahora?"
¡Y además, con una sonrisa!
Agradecidos, tomaron el dinero, cogieron el metro, llegaron a tiempo y volvieron al hotel donde, por supuesto, lo primero fue buscar al benefactor, y devolverle su dinero junto a una generosa propia que, incluso así, les sabía a poco. Porque nos era dinero, lo importante fue que les había sacado del apuro.
Visto que habían regresado ya con efectivo, en recepción se deshicieron en disculpas, porque no habían entendido bien y que "podían haber cogido un taxi que ellos lo hubieran pagado y cargado a la habitación". A buenas horas mangas verdes.
Mi hijo, aleccionado por su madre, aprendió que no fue el compatriota, ni el del hotel con todos sus recursos. Fue el inmigrante, el más humilde de los que allí estaban, el que era de otra raza y color quien, sin habérselo pedido siquiera, les ofreció lo que necesitaban, el que generosamente y con una sonrisa les ayudó. Tal vez era el más sabía de apuros, de solidaridad y de ayuda...
Espero que mi hijo recuerde siempre esto, el día en que alguien "diferente", quizás con el que menos empatía podía tener de principio, fue la persona que dio un paso al frente y se solidarizó con ellos, ayudándoles. Que no importó el país, ni la raza, ni el estatus social. Que lo importante fue el hombre, el individuo.
Ojalá yo también lo recuerde siempre.
Una de las cosas que más me gusta es el comprobar que sigue habiendo personas que puedan llegar a sorprenderte y, sobre todo, cuando más te sorprenden las personas es cuando necesitas ayuda (del tipo que sea)... quien más dispuesto está a ofrecértela y quien realmente te la ofrece es aquella persona en la que no hubieras pensado.
ResponderEliminarGran lección para tu pequeñajo... esperemos que sus 10 añitos no se la hagan olvidar
Por cierto, cuando yo hice la comunión (que en aquella época las opciones eran: a) haces la primera comunión; b) haces la primera comunión y c) las dos opciones anteriores son correctas)... nadie me ofreció irme de viaje... :(