sábado

Y eso es triste

Lo malo que tiene el pasado es que, por su propia esencia, es inmutable, ya no puede cambiar.

Yo creo que soy una persona bastante racional dentro de lo que hoy en día se puede, no especialmente celoso, más bien demasiado poco celoso -y así me ha ido-, y a quien no le dan un miedo especial  hipotéticos y futuros rivales porque me creo, dado que tengo un alto, altísimo, concepto de mí mismo, suficientemente preparado para competir y derrotar a cualquiera. Pero, ay, el problema viene de esos otros tiempos, los anteriores, que ya se fueron, y fueron cómo fueron, y por más que hagas, digas, pienses, dejes de hacer, rías, lo ridiculices, llores, o sea lo que sea lo que hagas, no cambian, no van a cambiar nunca y así se quedan. Como fueron.

Siempre te van a intentar convencer de que no tuvo importancia, o al menos de que ya no la tiene, de que están olvidados, de que cualquier tiempo pasado fue peor, de que tú estás aquí, ahora, en el presente y eres lo más importante. Pero... Es verdad que las cosas pasadas no fueron, que se acabaron allí. Pero el porqué se acabaron siempre es algo que queda difuminado. Y cómo se llegó a esa situación. Y, sobre todo, como habrían querido que fuese hoy esa situación.

Recuerdo que yo una vez hice un viaje a otra provincia para conocer a alguien y me pareció una locura. Una tontería eso coger el coche y desplazarme 4 horas, y eso que fue con un coste relativamente ajustado dado que mi vehículo consume poco. Pero había curiosidad, posibilidades, quizás, incógnitas… y sin embargo, repito, me pareció una locura. Sin embargo, qué puede impulsar a alguien que no está en su mejor momento económico, que en esos días no disponía de ingresos, a sacar un billete de avión, dejar a sus hijos solos en casa que, aunque mayores, yo  sé que le cuesta, e irse durante 15 días al otro lado del charco, a la selva mexicana detrás de alguien. Detrás de él.

A día de hoy se intenta minimizar esa relación y difuminarla entre tantas otras que pueden haber existido, para que una ficha más entre todas no destaque de ninguna forma. Pero hay tantas contradicciones, hay tantos contrasentidos, que dicen todo lo contrario. En alguna ocasión, siempre ha hablado de forma dispersa con un dato aquí y otro allá,  mencionó lo educado,  lo cortés,  lo caballeroso que era (es) el susodicho. También de lo culto y leído, con lo que ella aprecia estas cualidades. En otra ocasión de lo magnífico amante que era, tanto por técnica, como dotación y resistencia (vamos, la leche, digo yo). Poniéndolo incluso una vez como paradigma del amante, latino, perfecto.  De hecho cuando hoy me quiere halagar en este campo siempre habla de la habilidad y experiencia de los hombres a partir de los 50, en plural, entre los cuales, evidentemente me incluyo, pero grupo en el que también es cierto que no estoy solo.

También era (es) un hombre de posición política significativa con una carrera emergente y con buena proyección y una saneadísima situación económica. Y además, estaba soltero; no estaba engañando a su mujer, ni argumentando falsas promesas de futuro ni otras falacias al uso. Era el becerro de oro. De ahí la ilusión, la esperanza, la sensación de que, por fin, el cielo es justo y te pone delante lo que ansias y ¿por qué no? mereces. Por eso, la inversión en dinero, en tiempo, en dejarlo todo aquí, sin pensar en cómo se conjugarían las vidas, de salir todo bien, para ver, comprobar, ratificar allá las esperanzas depositadas en que se confirmarán todas esas sensaciones que se habían sembrado en España.

Luego empieza la parte de la historia en la que se subrayan problemas pues hay que que quitar importancia a lo que sucedió durante ese viaje y ante todo, difuminar la importancia del viaje mismo. Y contar cómo se aprovechó el tiempo culturalmente, incluso familiarmente.

Pero ese recuerdo suyo, de él, ha surgido espontáneamente en varias ocasiones, de forma inadvertida, al pulsar un resorte insospechado. Siempre ha estado ahí. Él se disculpó por los graves errores cometidos, sobre todo por las ausencias y no presencias, por la dejadez de funciones. No hizo nada malo, nada descalificativo, sino que simplemente, no estuvo. Y como nada quedó en el casillero negativo, toma contacto cada vez que viene a España para intentar un vis a vis. Por supuesto amistoso y sin intenciones ocultas. Claro. Por eso ella pudo hacerse la inocente y argumentar que creía cierta la excusa que él adujo de visitar Salamanca con la familia para que se reuniera con él y ella estuvo a un día de plantarme e irse con él porque nuestra relación no pasaba su mejor momento. Y en lugar de darme otra oportunidad o de intentar corregirlo volvía corriendo a sus brazos. Además él tenía tantas cosas de las que ella estaba acostumbrada... Tenía dinero, gusto, clase, relaciones sociales, alto standing, todo eso que ella había mamado y que no es fácil encontrar. Además le permitía estar segura de que no iba tras ella por su dinero ni su apellido. Y ese hombre, cuyo nombre ignoro, no ha tenido la decencia de morirse. Al final, casi, o no tan casi, entre lágrimas conseguí que ella no acudiera. Pero ella no ella no ha borrado su número de teléfono ni su whatsapp y estoy convencido de que, por supuesto a escondidas y sin mencionármelo, de vez en cuando algunos mensajes cruzan el Atlántico en ambos sentidos. Y que él, cada vez que visita España, la avisa, la invita. Porque creo que ninguno puede olvidar al otro. Y contra eso es contra lo que yo no sé qué puedo hacer. Ella ha estado siempre acostumbrada a lo mejor y él se lo podría dar, además de todo lo demás. Yo, solo el agotamiento de quien lo da todo vendiendo tabaco en un estanco. Él, guapo, buen amante, clase, educación, dinero, exotismo, posición, influencia, don de gentes…realmente es difícil de olvidar.

 A estas alturas de nuestras respectivas películas y después de haber oído bastantes nombres y muchas historias, quiero creer que somos capaces, tanto ella como yo, de deducir por el tono los comentarios y no solo por lo que dices cuál es la importancia de una determinada persona en el pasado de esa otra. Eres capaz de oler, de adivinar o de intuir cuál fue ese peso específico que en el pasado tuvo y hasta qué punto ese pasado alarga sus tentáculos hasta el presente. Y ahí es donde creo que estamos.

Ciertos problemas actuales, achacados al cansancio o a las hormonas,  me hacen sentir que, desde luego, no soy el príncipe azul. Allá donde fue águila, ahora es topillo y las explicaciones… no sé. Y porque él no está aquí. Y porque por su puesto de trabajo y enormes bienes no parece viable que se traslade aquí,  si no creo que yo estaría trabajando todavía en alguno de mis antiguos desempeños. Pero en cualquier caso, sé que soy el premio de consolación, no el que ella hubiera querido poder escoger. Y eso es triste.

Yo mandé a mis barcos a luchar contra hombres, no contra los elementos…

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