miércoles

Vida cotidiana. Niños

Como he comentado algunas veces tengo un hijo de 5 años. El pequeño. Y tiene en numerosas ocasiones las salidas propias de la edad, que te dejan tirado por el suelo de la risa –sin que él lo vea, por supuesto-. Además de la conjugación de los participios verbales como deberían ser por lógica (“hacido”, “ponido”, etc.) de vez en cuando te sorprende de verdad:

El otro día estábamos esperando para atravesar la calzada, en el típico cruce de dos calles en cruz. De las 4 opciones de cruce que había, tres estaban señaladas con pasos de cebra. Y nosotros, por las prisas y a pesar del mal ejemplo, cruzamos por la cuarta, que no lo tenía. Al llegar al otro lado, el niño comienza

- “Desde luego, mamá…”

Ya nos esperábamos la bronca correspondiente pues es muy concienzudo a la hora de cruzar por donde corresponde.

- “Desde luego mamá… que malos son. ¡Han borrado las rayas del suelo para que nos pillen!”

Su madre y yo nos miramos, y con toses y ruidos raros intentamos ahogar las carcajadas que nos salían.
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Ayer mismo íbamos en el coche y el niño, muy contento, me comentaba a pleno pulmón:

- “Papá, en dos semanas, he aprendido cuatro cosas de mayor, porque ya soy mayor”

- “¿Sí, hijo? ¿Y qué has aprendido?

- “He aprendido a leer, a montar en bicicleta, a silbar…. ¡y a doblar calcetines!

- ¿A doblar calcetines?

- Sí, me enseño mamá anoche…

Y no me pude contener:

- Hijo, acuérdate bien de lo de los calcetines, que cuando seas mayor, de esas cuatro cosas, es la que más te va a servir para ligar…
- - -

Aunque también hay veces que hacen preguntas justo cuando no deben:

En el coche, mi mujer y yo habíamos tenido una pequeña discusión, sin importancia, pero ambos nos sentíamos ligeramente ofendidos, pues los dos creíamos tener razón, y se instauró el silencio, solo roto por la radio. De repente el niño pregunta:

- “Papá, ¿los súper héroes existen de verdad?

Y, yo que no me pude callar, respondí:

- “Sí, hijo, todos los hombres casados”

Creo que la pequeña discusión se magnificó bastante. En fin, que se le va a hacer.
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Y esta es la canción con la que marcamos el ritmo a la vez en el coche. Y se despiporra de mi:

lunes

Hay días y días

Sí, hay días y días.

Y, al parecer, este ha decidido ser uno de los segundos.

Estás confiado, mirando con ilusión y ganas el futuro, pensando en todo lo que podrá ser, hacer, en todo lo que será diferente y andas optimista, con la sonrisa puesta. Has ido avanzando paso a paso y crees que vas por el buen camino, por el camino correcto. Hay esperas necesarias pero las das por buenas porque confías en un final feliz.

Pero has visto muchas películas de Jólivud. De repente, una noticia, una breve comunicación y todo cambia. El panorama se ha vuelto sombrío, los nubarrones se ciernen sobre ti y una sensación de desánimo, de intensa apatía y desgana te invade. Crees que no has hecho nada mal, al menos nunca te lo han dicho, pero el futuro ya no es de color rosa. Te sienes impotente pues la decisión no depende de ti, no está en tus manos.

Yo continuaría, yo quiero continuar, deseo continuar, necesito continuar, pero, evidentemente no soy yo quien decide.

Parece que la renovación de mi contrato, de mi trabajo, sin la cual me voy a la calle, sin paro y sin indemnización, está muchísimo más difícil ahora. Y ya sé que no voy a encontrar nada más.

viernes

Educar para evitar sorpresas

Hay cosas que prohibiría. Fundamentalmente por motivos de salud (pública, privada y mental). Y desde luego hay que mejorar la educación en las escuelas. Y no permitir ni una sola película de Jólivud más. Porque la conjunción de estos elementos distorsiona la realidad en gran medida y causa después grandes sorpresas. ¿Que a qué me refiero? Veréis:

Supongamos que eres un adolescente. Estás tonteando con una chica, preciosa, que cuando queda contigo se pone sus mejores galas –aunque estas sean unos vaqueros rotos y una camiseta descolgada, es la moda- Huele de maravilla porque entre jabones, desodorantes y colonias, hay que ser muy cerdo para no parecer una flor. Lleva el pelo limpio, reluciente, planchado –de nuevo la moda- increíblemente alisado después de un buen rato de trabajo con él y está permanentemente colocándoselo para que ni un mechón se sitúe fuera de su sitio. Su piel es el paradigma de la suavidad –y del precio, claro, porque entre cremas y depilaciones, lleva encima una millonada- y sus labios están siempre brillantes, apetecibles. Y además maquillaje, sombras, rimmel… y las pequeñas ayudas de los aros y el relleno estratégicamente colocados. Y claro, el adolescente, invadido por la testosterona, babea como un imbécil.

Ahora, gracias a H.G. Wells, viaja al futuro. Evidentemente ha pasado el tiempo (si no, no sería el futuro) y se encuentra conviviendo, bajo la fórmula que esté de moda, con la chica que le hacía babear.

Pero…, vemos al chico con una cierta cara de perplejidad. Parece que hay algo que ha cambiado, algo que no es igual, que no era exactamente lo que él había imaginado. Y no entendemos el porqué:

- La chica sigue poniéndose sus mejores galas, sí, aunque sea para ir a trabajar o quedar con sus amigas. Cuando está con él, en casa, el uniforme es el chándal más viejo del armario y unas zapatillas de ¿perritos? tan grandes que parece que calza un 64. Por las noches también va a la última moda con un pijama de felpa, con ositos de Disney y calcetines de lana.

- Como comparten el baño de la habitación, él puede comprobar que los jabones, desodorantes, perfumes, colonias y sales de baño siguen allí, pero como lamentablemente ella madruga más, y pasa al baño en primer lugar, el aroma que le recibe está mezclado con cierta fetidez irrespirable que le obliga a abrir los ojos y cerrar nariz y boca todo lo que puede- ¿pero qué comerá esta chiquilla?-

- Los labios siguen apetecibles, brillantes, gracias a esa babilla que por las noches le cae sobre la almohada que poco a poco va humedeciendo. Si al menos cerrara la boca o dejara de roncar –perdón, de respirar fuerte- la noche sería más llevadera. Y cuando el pobre chaval se lo comenta a la mañana siguiente recibe un tajante “Yo no ronco. Tú tenías que oírte, que haces vibrar toda la cama…” que le obliga a callarse prudentemente.

- La chica sigue conservando esa maravillosa melena larga, lisa, que por la calle pueden admirar todos, pues en cuanto entra en casa se agarra una coleta o se pone una pinza de las que tienen forma de boca de tiburón con dientes afilados. Porque es más cómodo. Lógico.

- Al despertar ya parece que se ha acostumbrado. Sin maquillaje, sombras, rimmel, “rouge”, etc., sin aros ni rellenos, la desconocida que se levantaba a su lado le produjo sobresaltos durante una temporada hasta que lograba recordar quién era. Ahora ya se le ve resignado. Lo ha asumido.

- Y la piel. La piel es como la seda, como el culito de un bebé. .. Siempre que le haya tocado depilarse hace poco porque, si no, los dedos del pobre chaval se enredarán con los rizos selváticos de las piernas al intentar hacer una inocente caricia.

Para evitar estas sorpresas hay que educar a los chavales –y prohibir las películas-. Hacerles ver que las mujeres también son humanas, no diosas, y que su cuerpo funciona igual que el suyo, con fluidos, deshechos y vello.

Que se deben enamorar de ellas por su carácter e inteligencia, por su simpatía y voluntad, no por esa carrocería de lujo que te muestran, pues es sólo fachada. Y porque si se acostumbran a admirarlas por esa fachada tan hermosa, cuando pasen unos añitos –y el tiempo no perdona- su gusto deberá cambiar y empezar a gustarle las carrocerías algo ajadas. Porque si sigue mirando las nuevas, las que en su momento le gustaron y conquistaron, recibirá una colleja y una dieta de “rincón de cama” al menos durante una semana.

¡Ah! Y sobre todo, se deberían prohibir los pijamas de felpa con ositos. Y perritos, gatitos, etc.


Ps.: Para evitar malentendidos, aclararé que esto no tiene nada que ver con mi experiencia personal, ni con mi mujer. Hablo de la educación de los jóvenes.

Cumpleaños especial

Hoy podría ser un gran día…

No, no voy de Serrat (porque no me negaréis que todos habéis seguido tarareando: “plantéatelo así”).

¿Que por qué podría ser un gran día?

Hombre, es viernes, y han pasado los calores del verano, que no soporto, ha llovido y la atmósfera está limpia. La vuelta al curro, que afortunadamente conservo (ya veremos el próximo martes…), está asumida y olvidado el síndrome postvacacional; no he cogido la gripe –de ninguna letra- y me encuentro bien….

¿Entonces?

Efectivamente, podría, pero dudo que lo sea.

Y es que hoy es “el” cumpleaños. Su cumpleaños. De ella.

Sí, ya sé que es el cumpleaños de muchísima gente. Pero hoy es el cumpleaños de ella y por tanto es especial. Hace que los 18 de septiembre pasen a ser días marcados de manera muy señalada en el calendario. Pero sin embargo, a pesar de que los cumpleaños los solemos asociar a fiesta, celebración, etc., el hecho de que sea el cumpleaños de ella me deja un poco… No sé. ¿Menos alegre? ¿Algo triste?

Hay tantas cosas por medio…

Pero en fin, las cosas hay que asumirlas como vienen. Y si no se puede hacer nada, no voy a estar luchando contra los elementos.

Hoy es el cumpleaños de ella, de mi suegra, ¡y tendré que darle dos besos…!

martes

La edad no engaña

Acabo de llegar del médicocirujanosabelotodo, como resultado de esta entrada, que me ha dicho que estoy fenomenal y que todo va tan bien que si no quiero volver a verle, pues que no vuelva. Como ni es guapo ni me ha invitado a cenar, no volveré. Y creo que la decisión se me ha notado en la cara pues ha cambiado el tono festivo por el profundo y serio de un profesional consecuente y me ha indicado que me tengo que hacer chorrocientas pruebas.
- ¿Pero cómo? ¿No estaba como un toro? ¿No se me ve joven, alto, guapo, atlético, en forma y maravilloso?
- Sí, sí, es únicamente por profilaxis (prevención de las enfermedades, tratamiento preventivo), no hay ninguna prisa, ni obligación, es sólo una recomendación porque "tiene usted ya una edad..."

La madre que lo parió. Ya me ha jodido la mañana, la semana y no sé cuanto tiempo más.
Hoy, que me había visto yo en el espejo de rechupete, bien plantao, capaz de poner cara de yogurín, que me sentía fuerte y eufórico, va el cortachichas ese y me hunde. Pero bien hundido. ¿Cómo conservar un poco de ilusión si, aunque te sientas capaz de engañar al espejo, o al menos a ti mismo, te recuerdan que la edad del DNI sí que tiene importancia? Te comen el tarro diciéndote que la edad que uno tiene no es la del carné, sino como se siente uno por dentro, como piensa, y todas esas monsergas. Y una mierda.

La edad, evidentemente, es el tiempo transcurrido desde el momento en que te parió tu madre, hasta el presente. Y punto pelota. Ni un día menos. Voy a ir buscando ya un buen sillón para apalancarme delante de la TV cuando me jubile, ahora que están baratos.

viernes

La ropa y los cambios

Tengo un problema con la ropa. No con las tallas, que también, sino con la ropa como concepto, como útil, como elemento de vestir.

Supongo que será por mi “extraordinaria percha”, pero no percibo la ropa nada más que como algo necesario con lo que taparme, que eso siempre viene bien, y protegerme de las inclemencias del tiempo. No es un adorno, ni algo que coleccionar, ni nada para recibir como regalo, ni cumple ninguna otra función. Quizás es por eso, dada la poca importancia que le doy, que ocupa un lugar tan recóndito y pequeño de mi cerebro. Y crea problemas.

Estamos casi a mediados de septiembre. Y aún no he hecho un ejercicio que se llama “cambio de ropa”, y que es algo que, según me han contado, hay que realizar cuando llega el invierno y otra vez cuando apunta el buen tiempo. Consiste en quitar de tu armario lo que te has puesto durante los últimos meses y sacar ropa nueva de la maleta o el desván o de dónde cupiese la última vez que tuviste que hacer “el cambio”. ¿Cómo que no es nueva la ropa? Por supuesto que sí. Yo cada “cambio” estreno ropa, porque esa que sale de la maleta no la he visto nunca. Mi mujer dice que sí, y a lo mejor tiene razón porque está usada, pero yo puedo jurar que es la primera que la veo.

Y claro, como no me acuerdo de ella, tampoco tengo necesidad de sacarla. Con las 3 camisas, 3 polos y 3 pantalones cortos, que en plan emergencia, me sacan al principio del verano tiro toda la temporada. Y es más fácil, no hay nada que pensar. Miras el armario, ves lo que está limpio y eso te pones. A veces la coordinación de colores es un tanto ecléctica, pero bueno, no pasa nada. Con suerte impones moda.

Sin embargo este verano, sigo sin hacer el cambio, que debe ser algo importantísimo. Mi mujer, por ejemplo, le tiene que dedicar un fin de semana completo (después de figurar en su agenda de pendientes-urgentes, durante muchos días previos). Saca ropa a mogollón, pues creo que no tira nada desde que tenía 15 años. Empieza a guardar la del invierno, por ejemplo, y sacar toneladas de cosas de verano. Se lo prueba, lo aparta, se lo vuelve a probar con otra cosa… y al rato, cansada, lo coge todo junto y lo mete, a presión, en el armario del día a día.

Yo no lo puedo hacer así. La ropa no me vale. Mantengo la teoría de que la ropa guardada en el armario encoge por las costuras, y por eso no te vale cuando te la vuelves a poner a la temporada siguiente. Mi mujer dice que no, que soy yo que engordo. ¡¡Vaya tontería… Seguro que yo tengo razón!!

A continuación viene el siguiente paso: el cabreo. Nada le combina con nada. Estadísticamente es imposible. Con la de ropa que hay ahí, que se podría vestir a un colegio entero, ¿Cómo no va a combinar nada? Pero la ropa, al parecer, lleva un ingrediente secreto: la moda., que multiplica el problema al tener en cuenta que exige anchos, la
rgos, caídas y colores determinados para cada año. Como si la falda larga del año pasado este año no fuera a tapar y abrigar igual…

Además, a mis ojos, estrena todo cada año. Salvo alguna cosilla de la que, por casualidad, me acuerdo (por ser más fácil o difícil de quitar o algo similar) el resto para mi es todo nuevo. Sin embargo ella se sabe de memoria toda su ropa, toda la mía y la de los niños. Es impresionante. Además, se refiere a esas prendas con unos colores raros, imposibles de identificar en un
pantone, con lo cual no los reconoce ni su padre cuando te habla de ellos.


En fin, superada esa etapa de desconcierto inicial, con el armario lleno, el inventario perfecto y siempre al día en la mente, el cabreo superado y sin embargo, surge una gran duda cada mañana:
-¿Qué me pongo? Es que no tengo nada…

Joder, si hay dos millones de perchas y en cada una se alinean de tres en fondo pantalones, faldas, blusas y otras prendas cuyo nombre ignoro… Que haga como yo. Una cosa para cada día de la semana.

Pero me sigue recordando que no he “hecho el cambio” Y creo que a estas alturas ya no merece la pena. Así ¡¡ya tengo el cambio hecho!! Todo lo de invierno está perfectamente dispuesto en mi armario, esperando a que lo redescubra, otra vez, como cada año.

jueves

Espionaje en internet

Estoy mosqueado. Mucho.
Me parece que lo del espionaje en Internet, robo de datos, etc., va mucho más allá de lo que pensaba y ya entra en la esfera más íntima y personal.

Hasta ahora, que me robaran los pin de las cuentas tampoco me preocupaba mucho: no hay nada que llevarse. Pero, desde hace un tiempo, a través del correo llamado spam, me llegan ofertas, muchas ofertas, sobre tres temas en concreto:

- Alargamiento del pene. Constantes ofertas con aparatos, operaciones, etc. para conseguir un órgano sexual más vistoso.

- Viagra. Para que una vez esté vistoso, además funcione, porque sino, solo sirve para las fotos.

- Relojes. Sí, relojes de pulsera de todas las marcas y modelos, por supuesto falsos.

Y digo yo. ¿Cómo se han enterado? ¿Quién se lo ha contado? Mi primera sospechosa ha sido mi mujer, ¿quién mejor que ella te conoce? pero me ha asegurado que no se lo ha comentado a nadie.

¿Tendrán cámaras en mi casa? ¿Me estarán espiando? Porque no me negaréis que ya mosquea el punto de afinamiento al que llegan. Te ofrecen exactamente lo que necesitas. Y da hasta miedo, porque el ámbito en el que se produce el espionaje ya no es sólo cibernético. ¡Es personal!

Y yo quiero saber quién les ha dicho ¡¡que no tengo reloj de pulsera…!!

miércoles

Medicina y cine

Por razones evidentemente ajenas a mi voluntad, me he visto obligado a pasar un par de días en un hospital. Afortunadamente nada grave ni importante. Sin embargo, me ha servido para darme cuenta de algo que seguro que todos ya sabéis:

- Las urgencias no son como las de las películas. Aquí te pasas tanto tiempo esperando que, o te mueres, o te curas. No salen a por ti tres médicos y cuatro enfermeras disfrazados de quirófano.

- Las habitaciones, no son como las de las películas. Aquí si vas al año o se te cae la ducha en la cabeza o te pillas algo que no llevabas…

- Los quirófanos no son como los de las películas. Ni música clásica sonando ni concentración general, ni ambiente de operación serio y trascendente. La consulta del veterinario de mi perro se parece más a los quirófanos de las películas.

- La conversación en el quirófano no es como la de las películas. Aquí están hablando de sus vacaciones, de lo que se escaquea fulanito y de que “como no suba no se que cirujano me voy y a "este" le dan por culo” (dicho por el Anestesista, que no era como los de las películas, refiriéndose a mi, el paciente indefenso, en pelotas, intubado, esperando y en la camilla)

- Los médicos: Se parecen a los de las películas, en especial a House, en su prepotencia, chulería y desprecio por el paciente. En su ojo clínico ni de coña.

- Los cirujanos en concreto. …pfpphhhff ja ja ja ja ja. No recuerdan a los de las películas ni de lejos. Bueno sí, en el gorrito colorido y ridículo que se colocan.

- Las enfermeras... Bueno, estas sí, a veces, recuerdan a las de las películas. Evidentemente no son modelos, como aquellas, pero son amables y cariñosas. Aunque cuando entran gritando y encendiendo la luz a las 6 de la mañana, en pleno sueño, para ponerte una inyección… Por cierto ¿en qué asignatura les enseñan a cerrar la puerta de la habitación? Porque suspendieron todas. No había forma oye…

Al menos me dieron de alta, curado, como en las películas y me pude ir a casa. Porque no era nada grave, oye, que si no…

sábado

Una visita necesaria (pero algo escatológica)

En algún post anterior ya hablé de lo difícil que resulta mantener la dignidad en algunas circunstancias. No es que mantenerla sea muy importante per se, pero resulta cómodo para seguir conviviendo contigo mismo y que puedas mirarte al espejo a pesar de las ojeras, las canas y las arrugas. (¡Qué deterioro, dios mío!)

En una de esas me vi nuevamente el otro día. Acudía, por primera vez en mi vida, al urólogo: estaba pensando en hacerme una vasectomía. Tú, vas pensando casi en términos filosóficos. Para ti, la intervención es el fin de un ciclo, y conlleva unos cambios a nivel mental y emocional para los que creía estar preparado pero que quería comentar con el médico y además que me contara todos los procesos y secuelas. Hasta aquí bien, pero a partir de ese momento empieza a convertirse todo en algo más escatológico de lo que había pensado.

El doctor, aparentemente, me escuchó y pasó a hacerme las preguntas de rigor para abrir el historial: edad, antecedentes familiares, otras operaciones, etc. De repente llegamos a la pregunta crucial:

- ¿Ha acudido usted con anterioridad al urólogo?

- Pues, no -respondes muy seguro de ti mismo, ya que si no lo has necesitado, te parecía tonto visitarle para tomar unas cañas solamente-.

- ¿Y con casi cincuenta años y no ha ido nunca al urólogo?

Joer, pues no, ni a EuroDisney tampoco.

Y ahí vino la primera bronca.

- ¿Y fuma usted?

¡Ah! Aquí si estaba prevenido, pues ya se que el binomio médico-tabaco es incompatible.

- Bueeeeno, pueeees, si.

- Pues lo tiene que dejar, ¿no sabe que el tabaco y más a su edad, puede provocar impotencia?

¡Cómo que a mi edad! ¿Cómo que a mi edad? Pero si el tío este tiene, al menos, treinta años más que yo!! e ¿impotencia? si estoy hecho un toro y no se lo que es un gatillazo, salvo por los libros… (No vale preguntarle a mi mujer ¿eh?)

Así que uno, que iba en plan metafísico con ideas trascendentalistas (de dónde venimos, a dónde vamos, quiénes somos…) se encuentra hundido y desarmado hábilmente por el contrario y en la primera maniobra. En dos preguntas me ha echado la bronca por irresponsable, me ha hecho sentirme idiota por fumar (sin comentarios, que os oigo), me llama viejo y además, impotente. Si llego a ir con una sífilis, el tío me fustiga con el látigo, seguro. Pero lo bueno no había empezado todavía. Esto era solo para marcar las distancias.

- ¿Orina usted por la noche?
- No señor, no me meo en la cama desde los dos años.
- ¡Que si se levanta usted a orinar por las noches o aguanta toda de un tirón!
- Hombre, sólo me levanto si tengo ganas…
Ante su expresión le aclaré que suelo aguantar toda la noche, pero que duermo poco y las noches son cortitas. Así esperaba dejarle un poco más contento porque pensando en la vasectomía me la iba imaginando ya más como una castración…

- ¿Y como orina usted?

Este tío debe de ser tonto. ¿Qué le contesto? ¿Calentito y espumoso? ¿De pie? ¿Con la minga en la mano? ¿Cara a la pared? En fin, antes de meter la pata, cabrearle y que me cortara algo más de lo debido, preferí aclarar la pregunta.

- ¿A qué se refiere?

Después de mirarme fijamente, y con unos ojos de esos que en las novelas califican como gélidos, tiene la amabilidad de aclararme

- Que si el chorro es continuo y fuerte, o intermitente y que si duele al orinar.

Caray que morboso es el tío. Le respondo que si, que el chorro es impresionante y que no duele nada. Al contrario, cuando te estás meando que ya no puedes más, es uno de los mayores y más relajantes placeres de este mundo.

- ¿Y hay restos de sangre en su orina?

Pero bueno, este tío está convencido de que soy imbécil. Si me doliera o tuviese restos de algo, o algo funcionara mal, se lo habría dicho e incluso ¡habría ido al médico! Pero como siempre, pensando en mi integridad futura, le contesto muy dignamente que no, que puede variar el color, pero nada de restos ni de nada.

Al parecer, cansado ya de mis negaciones, me indica que pase a la salita adjunta y me baje los pantalones. Supongo que es normal, porque estábamos en el médico, de hecho él era el médico, pero sonó mal.

En fin, en la sala, me quedo con las vergüenzas al aire, esperando, y te observas (¿siempre ha sido tan pequeña…?) y piensas si, por fin, vamos a hablar de la vasectomía. Llega el doctor, se coloca unos guantes de examen (pues no, no vamos a hablar de nada, al parecer) te agarra de ahí mismo y empieza a ¿hacer qué? Supongo que estaría examinando médicamente algo importante, pero yo no me di mucha cuenta pues estaba interiormente rezando: “Que no se me levante, por favor, que no se me levante, que se esté quietecita, que además de tío –aunque eso parece que cada vez importa menos- es viejo, feo, antipático y ¡¡no me gusta nada!!”. Pero como todos sabemos que tiene vida propia y que jamás obedece, yo no las tenía todas conmigo. Al fin acabó el examen y yo, todo orgulloso, comprobé que la cosa seguía tan triste como antes. ¿Qué se había figurado este?

Pero la alegría dura poco en casa del pobre y de repente veo que se empieza a echar un gel en un dedo del guante. ¡Vaselina! Y en proporciones alarmantes ¿Qué quería hacer el tío este? Aunque me lo iba figurando…

- A ver, dóblese sobre la camilla y ponga el culo en pompa.

Pero si yo solo había ido a hablar de… En fin, daba igual; con los pantalones en las rodillas y los calzoncillos bajados, la posibilidad de una huida rápida estaba descartada y además la sala de espera estaba abarrotada. Siempre había pensado que algún día, si me metían en la cárcel… pero así, sin flores, ni cena, ni nada…sin siquiera decirme que me quería… que triste…

Totalmente resignado y vencido, me inclino sobre la camilla y el sádico, con el dedo embadurnado, se acerca y ¡zas! . Pero antes de darme cuenta ya estaba de nuevo libre. Y además, hube de reconocerme que no había sido desagradable. ¿Me estaré volviendo rarito?

- Ya se puede vestir, la próstata está bien.

Coño, a esa cosa, a la próstata, de la que tanto habías oído hablar y que siempre habías asociado al aparato urogenital masculino, resulta que se accede por atrás. Bueno, al menos estaba bien, algo es algo.

Volvemos al despacho, busca en su agenda y me dice:

- Bueno, le operamos el próximo día 8. Tome, firme esto y esto, llame al hospital por la mañana el mismo día para confirmar y preséntese en ayunas. Buenos días.

¿Buenos días? ¿y mis dudas? ¿y mis explicaciones? ¿y mi conversación metafísica?

Salgo de la consulta pensando que no me han aclarado nada, pero que el balance es raro. En diez minutos, me han llamado inconsciente, me han regañado y amenazado con quedarme impotente, me consideran viejo, me manosean las joyas de la corona y me meten un dedo por el….
¡Y eso que iba como enchufado de parte de un colega suyo, que si no…!

En fin, el día 8 pasó y yo no me presenté.

(Republicado: Aspective)