Cuando entré por primera vez en el CIR del Obejo, pasé por el cuerpo de guardia, entre dos garitas, y bajo un arco que reza una conocida leyenda “Todo por la Patria”. No te extraña. La has leído, la has visto, miles de veces. Sin embargo, con el paso de los días, te das cuenta de que no, de que se han equivocado. La traducción no es esa, porque seguro que el original rezaba, literalmente, “Lasciate ogne speranza, voi ch'intrate”.
En fin, que las primeras cuitas llegaron a través de la ropa. Con la ropa "de faena" no tuve complicaciones, pero los problemas estuvieron en la ropa de “bonito”, nombre habitual de la ropa de paseo, la que se usa para ir por la calle o de permiso a casa. Problemas con las tallas, problemas con los números… hubo prendas por las que tuve que esperar, incluso algunos días, para que me las consiguieran. Por ejemplo, la gorra, o las botas. De todo utilizaba la talla mas grande de las que el ejército tenía disponibles. Y no tenían a mano muchas cosas. Pero eso, al cabo de los días, llegaba desde alguna parte y te lo daban. Con los gayumbos tampoco había problema. Blancos, de algodón, enormes, pero enooormeees, de un diseño que solo se lo había visto a mi padre. Y que yo jamás utilicé.

Chan, chan, chan chan chan (léase con la música de "Misssion: Impossible").
Pero no hubo problema. El ejército piensa en todo. Horas y horas de instrucción, y montes y más montes de orden abierto (eso de reptar, correr y cuerpo a tierra, levantarte, más correr, todo campo a través) y más instrucción, día a día, todos los días, bajo un sol impresionante que te secaba hasta el sudor, dio, en parte, sus frutos. Llevaba buen camino. Debía perder kilos como tonto. Pero además…, el ejército volvió a ayudarme. Con el ejercicio podía quemar grasa como un loco, pero claro, si lo recuperaba comiendo no había nada que hacer, así que no me lo permitieron. Al corresponder mi apellido a las primeras letras del abecedario, me tocó el servicio de cocina casi recién llegado. Y además de cumplir con el tópico de pelar toneladas de patatas (con máquina, ¿eh? ¿qué os habíais creído?) pude comprobar cómo se preparaban los alimentos, las medidas de higiene aplicadas, el sistema de cocinado sguido… todo. Y la consecuencia fue que no pude comer en bastantes días. Me negué. Con solo pensar en comida, los recuerdos se avivaban y tenía que salir corriendo hacia las letrinas. Pasados esos días nefastos, me alimenté únicamente, y durante una larga temporada, con los productos, industriales y envasados, que podía comprar en la cantina con el escaso dinero del que disponía.
El resultado de estas acciones combinadas fue increíble. Pasados los quince días y con un poquito de costura para trasladar los botones de la guerrera un poquito más hacia el borde la guerrera, pude irme a casa de fin de semana hecho un soldado. Debí de perder alrededor de 15 kilos en esos 15 días. ¿Increíble, no?
Lo de los botones, las costuras y demás fue muy curioso. Pero eso, es otra batalla.
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