miércoles

Cuidado con los regalos

(Quiero aclarar que lo siguiente sucedió hace unos doce años y que previsiblemente desde entonces todo está mejor y ha evolucionado mucho, no vaya a ser que alguien se me cabree.)

A veces hay regalos envenenados. Te regalan algo y en el fondo, maldito favor te hacen, que mejor se hubieran estado quietecitos y se hubiesen metiesen el regalo por dónde les cupiera. Uno de estos obsequios con "doble fondo" nos lo hizo, hace unos añitos, la Oficina de Turismo de Túnez, que tuvo la amabilidad de invitarnos a unos cuantos cobayas a un viaje promocional, a fin de dar a conocer su producto, .

La perspectiva era espectacular (este adjetivo va dedicado a mi hermano). Cinco días de vacaciones, en hoteles de súper lujo, a pensión completa, con visitas turísticas y eso que luego se ha llamadado “Spa”, incluido.

Todo comenzó perfecto: un viaje en línea regular con las líneas aéreas tunecinas, que no se cayó, y aterrizó en Túnez. Allí pasamos un par de días visitando... museos de mosaicos. Mi herramienta favorita, la Wiki, define el mosaico como: Una obra compuesta de piedrecillas, terracota o vidrios de varios colores.

Como soy un completo ignorante y totalmente insensible al arte, el hecho de pasar un par de mañanas viendo trozos de piedra que representan formas geométricas de distintos colorines, colgados de las paredes de museos, todos iguales, todos viejos y todos representando las mismas figuras, pudo conmigo. El aburrimiento que me invadió pocas veces ha sido igualado. Y nada de pensar en escaquearte, porque estábamos permanentemente acompañados del “comisario político” representante del ministerio de turismo de Túnez y encargado de, en cada comida, en cada cena, en cada trayecto en autocar, contarnos lo maravilloso que era Túnez y lo poco integrista que era y lo moderno de su constitución y lo liberadas que estaban sus mujeres. Correcto. Pero ¡coño! Exactamente lo mismo en cada charla, sin cambiar nada, sin nada nuevo… Pensé que al final nos lo iban a preguntar a ver si nos lo habíamos aprendido; y estoy seguro de que hubiéramos aprobado todos.

Pues sí, fueron dos mañanas completas desde el desayuno a la comida, viendo museos de mosaicos.

Menos mal que una tarde íbamos a visitar las ruinas de Cartago. Me hacía ilusión ya que desde pequeño, cuando estudiábamos las guerras púnicas, (los de la ESO, la Logse, etc. buscadlas en la Wiki) yo iba siempre con Anibal y los cartagineses. Había buscado en los libros fotos de estas ruinas y había encontrado algo semejante a la Acrópolis ateniense o el Foro romano: ruinas si, pero que con imaginación te permitían retrotraerte a una época de glorioso esplendor. Cuando llegamos a las supuestas ruinas nos encontramos ante una llanura bordeada por un acantilado, absolutamente vacía; eso si, con un museo de mosaicos al lado y con unas piedras tiradas por ahí (como cuando en las actuales construcciones nuevas señalan las futuras habitaciones poniendo una hilera de ladrillos sobre el suelo). No había ni una piedra sobre otra. Nada de restos de arcos, ni de casas, ni de murallas, ni nada de lo que había visto en fotografía. ¿Dónde me llevaron realmente? Para mi sigue siendo un misterio.

Al día siguiente partimos hacia Hamamet, que nos habían presentado como una nueva Costa Azul, o Costa del Sol (siempre nos matizaban que sin sus errores inmobiliarios, que ellos habían hecho las cosas bien). Por el camino hicimos un alto en un “típico” mercado de especias. No se si alguna vez habéis estado en alguno. Es algo muy colorido, con un olor muy particular y con especias de todo tipo. Mi problema es que a los cinco minutos estaba totalmente mareado, saturado de los fortísimos aromas y al rato, ya era urgente la necesidad de irme de allí, mientras niños, decenas de niños, enviados por los distintos tenderetes, me intentaban vender cualquier tipo de polvo de colores. ¿Para que quería yo eso? ¿Cómo le iba a explicar yo a la Guardia Civil del aeropuerto, a mi regreso, que había ido a Túnez a comprar 200 grs. de pimienta? En fin, que no debo de ser buen turista.

Pero a lo que íbamos. En Hamamet, al fin, nos alojaron en un hotel con una pinta extraordinaria y más estrellas que el firmamento, todo nuevecito además. El inconveniente era que el personal también era nuevo. Muy sonriente, con ganas de agradar, pero olvidadizo supongo.
La primera noche detectamos que en nuestro WC no había papel higiénico. Llamamos por el teléfono interior para solicitarlo y después de disculparse nos indicaron que inmediatamente nos lo enviaban. De esto hace doce años y seguimos esperando. Menos mal que los kleenex son polivalentes. También seguimos esperando el agua embotellada que pedimos al principio de cada desayuno y que no llegó en ninguno, o el poder comer lo que solicitabas y no lo que el camarero entendía: jamás tuvo nada que ver lo que pedíamos con lo que nos trajeron. Pero nos sonreían mucho. ¿O se descojonaban de nosotros?
Pero ya conoces el refrán: a caballo regalado…

El inconveniente, que no tuvieron en cuenta cuando nos invitaron, era que no hacía aún tiempo de playa, el mar estaba frío, y la piscina del hotel estaba vacía. Me iba a ir sin sacar el bañador de la maleta. Nos querían vender Túnez como sitio de playa y nos la hacían ver de lejos.
Pero bueno, para esa noche anunciaron una fiesta ¡de disfraces! Ellos nos proporcionarían lo necesario. ¡Fenomenal!. Efectivamente, a las mujeres les prestaron unos vestidos estilo 1001 noches, vaporosos, transparentes, preciosos, pero imponibles según comentaban ellas. A nosotros nos dejaron unas chilabas y unos tradicionales pañuelos para la cabeza. Como esa chilaba se pone con pantalones debajo y el pañuelo era a cuadros blancos y negros, decidí completar el disfraz con unas gafas de sol negras. Como mido cerca de 1,90 y paso ampliamente los 100 Kg. el conjunto era, digamos llamativo: parecía un terrorista palestino cabreado (si es que alguien sabe como son) pero desde luego di el golpe. Cuando te dicen de asitir a una fiesta de disfraces, te imaginas acudir a una sala del hotel donde todos vais vestidos de gilipollas, pero que entre todos, vas a pasar desapercibido. Lo que yo no me esperaba, era que la “fiesta” consistía en tomarnos el pelo y hacernos visitar disfrazados, (ellas medio en pelotas, nosotros con pinta de gilipollas) los hoteles de 5* de la zona, aguantar un speach de cada director y tomar una copa de algo sin alcohol en cada hotel. Y fueron, al menos, 6. ¡Vaya juerga! Pero la que se corrieron los demás a nuestra costa. Os podeís imaginar las caras de los huéspedes de cada estableciminto cuando aparecía nuestro grupo disfrazado ¡Todavía la recuerdan y comentan en la zona!

En fin, volvimos al hotel frustrados y cansados pero al menos con la ilusión de visitar al día siguiente un circuito de aguas térmicas (insisto, lo que hoy llamamos spa), en el mejor hotel, justo antes de coger el vuelo de vuelta.

Nos llevaron al hotel (repitiéndonos lo maravilloso de Túnez durante el camino por enésima vez) y una vez en destino nos informan de que debido a la escasez de tiempo, pues hemos llegado tarde (?) podremos visitar conjuntamente las grandes piscinas comunes pero que los tratamientos individualizados se sortearán correspondiéndonos uno a cada uno. Había jacuzzis, baños de presión, masajes, y otras cosas más o menos apetecibles a priori. A mi me cayó en suerte un baño de lodo caliente. Jódete. Te vas hasta Túnez para jugar con el barro como cuando eras pequeño. Al menos esperaba que, ya mayorcito, no me regañaran mis padres por mancharme. Nos repartieron, según nuestra suerte en el torneo, por pequeñas dependencias que tenían los útiles propios de cada especialidad. En la mía había una ducha diminuta, una camilla y una especie de “sábana” de papel albal. Me siento en la camilla un rato, solo, pensando qué será lo que me van a hacer. Al rato, aparece un tunecino (me resisto a decir moro pese a ser lo primero que se me viene a la mente) con su tez morena, su pelo negrísimo, y sus grandes mostachos igualmente negros. En un español aceptable, me dice:

- Quítate toda la ropa y túmbate boca abajo en la camilla.

¡Jodeeeer!. ¡Jodeeeer! Que yo creía que el baño de lodo caliente era otra cosa. ¡Jodeeer! Yo no sabía que aquí le llamaban así… Con la cantidad de historias que uno ha oído... ¿Pero dónde me había metido? Allí estaba yo, en un cuartucho a solas con un descendiente de Mahoma, que me pedía que me desnudara y me pusiera mirando a Cuenca (o a La Meca en esta ocasión). En fin, una vez vencido el pánico inicial, y las ganas de salir por patas, intenté que se impusiera la lógica: te ha invitado la oficina de turismo de Túnez; es de suponer que antes de hacerte cierto tipo de “regalitos” te habrían preguntado qué querías de menú, si carne o pescado ¿no? ¿O es que en Túnez todos eran vegetarianos?
Conseguí hacer lo que me indicaba aunque, eso si, no os podéis imaginar como apretaba los glúteos, y el ¿masajista? comenzó a extenderme una capa de barro pringosísimo y logró explicarme que eran lodos marinos y algas (¿talasoterapia?) aunque por el olor parecía que había ido la semana pasada a la pescadería a recoger las sobras. Cuando finaliza me echa por encima el papel albal (inculto de mi: era una manta térmico-eléctrica) y aquello comienza a coger temperatura. El tío se va y me deja medio adormilado por el calorcito… hasta que empieza a quemar. Y la manta que no se apaga y subiendo de temperatura cada vez más. Cuando estaba a punto de mandarla a la porra y llamar a los bomberos, volvió Mohamed (nombre ficticio, cambiado para que no se identifique a los verdaderos protagonistas), la apagó y me indicó que me metiera en la ducha para quitarme la costra de barro, para entonces ya endurecido y que me hacía andar como Robocop. Pensé “qué bien, ahora una duchita y te quedas limpio y nuevo”. Y así fue, salvo que la ducha me la dio Mohamed, con su esponjita y jaboncito, a pesar de que yo le insistí en que ya tenía experiencia y sabía hacerlo solo.

Después, y ya con bañador, pude deleitarme en una gran piscina con agua circulante que te llevaba suavemente alrededor de su perímetro, con agua a varias temperaturas, chorros, géiseres, remolinos, burbujas,… en fin una delicia.

¡Ah! Y en el viaje de vuelta no nos perdieron el equipaje.
Pero ya sabéis. Analizad bien los regalos antes de abrirlos no vayan a estar envenenados...

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