Esta semana, en el blogguercedario, el tema era "Es todo un reto". Este fue mi post:Un padre divorciadoHace unos años me divorcié.
La decisión la tomé yo. Nadie me animó ni la asumió en mi lugar. No hubo terceras personas, ni gritos, ni peleas. El amor, que supongo existió alguna vez, no residía ya en ningún rincón de mí. No había proyectos comunes, ni gustos compartidos, ni ratos de intimidad. Yo notaba que estaba mucho más a gusto sólo que con ella. Y después de mucho dudar, de infinitas horas de pensar, de vencer miedos y reticencias, me decidí. Pensé, ingenuo de mi, que lo que hacía era separar mi vida de la de hasta entonces mi mujer, pero no.
Fue en ese momento cuando, por una letra, por una simple consonante, pasé a ser un ciudadano de segunda categoría. Yo no era madre. Sólo era padre. Y aunque no es lo mismo, evidentemente, desde un punto de vista físico, había creído con candidez, con inocencia, que para mis hijos, para su crecimiento, su educación, su madurez, un padre sería algo valioso. Tengo capacidad y deseo darles amor, cariño, mimos. Educarles.
Pero no. Como divorciado varón soy automáticamente encasillado en varios grupos indeseables: soy un potencial maltratador, aunque la última vez que pegase a alguien tenía 12 años y además me sacudieran a mí. Soy también un posible pedófilo en potencia, lo que imposibilita que mis hijos, sobre todo las niñas, vengan a despertar a su padre en la cama o se queden dormidas en mis brazos. Evidentemente soy moroso seguro y para ello se han dictado unas normas que me llevan directamente a la cárcel, solo con la denuncia, si un mes se ha dado mal y me retraso en el pago; soy autónomo y no gano siempre lo que quiero, sino lo que puedo. Cuando estaba casado eso se entendía y ese mes se apretaba uno el cinturón. Cuando se daba bien, pues algún extra caía. Pero ahora no. Sea buen mes o mal mes, se dé como se dé, tengo la espada de Damocles sobre mi cabeza. Sólo puedo ser educador de fines de semana alternos y de alguna hora perdida entre meriendas y deberes, un par de días laborables, anodinos, de entre semana.
Ándate además con cuidado, pues si se te ocurre hacerles cualquier regalo, como te gustaba hacer antes, te acusan de intentar comprar el cariño de los niños. Piensa todo lo que haces o dices pues todo será escrutado milimétricamente y podrá ser usado contra ti, donde sea.
Y te has ido. Con una mano delante y otra detrás, a empezar de cero. Porque todo lo que se compró con tu sueldo, trabajando las horas que hiciera falta, se queda en la casa. Y la casa se la queda tu ex mujer. Da igual que tú aportaras mucho más a la economía familiar. Da igual que ella decidiera tomarse un par de años sabáticos cuando nacieron los hijos siendo tú el único soporte económico. Ya nada es tuyo. Con la excusa de que debe de quedar para las niñas, no te puedes llevar nada. Como si en tu nueva casa, que intentas encontrar con lo que te resta de sueldo, no lo fueran a disfrutar también. Y que la casa sea “digna” pues sino lo consideran así también te podrán negar los derechos de visita de los niños. Porque eres sospechoso. De todo.
Buscas un nuevo trabajo, pero ¿quién te va a contratar si adviertes que martes y jueves y los viernes alternos te tendrás que ir como un reloj a recoger a tus hijos? Si haces como todos los matrimonios normales, si haces como tu ex, y encargas que los recojan quien pueda (abuelos, vecinos…) no ves a tus hijos y además te pueden quitar el derecho de visita, porque es un deber para con ellos, no un derecho tuyo, pese al nombre. Y no hay nuevo trabajo.
E intentas encontrar una nueva casa digna, subsistir con el trabajo que por fuerza te ha de dejar esas tardes libres, y convertir en hogar un sitio nuevo, desconocido y vacío.
Poco a poco te enteras de tus derechos. Ninguno. Alguien decide por ti a que colegio irán, si necesitan o no ortodoncia, hablarán con el profesor de turno que a ti ni te conoce, las notas las sabrás si te las cuentan. Ya no eres nadie. No sabrás siquiera si han ido al médico porque nadie tiene porqué informarte. Si has tenido suerte y algún mes se da económicamente bien y decides que puedes hacer una escapada de dos días a Eurodisney aprovechando una oferta, te enteras de que tienes que pedir permiso por escrito para sacarlos del país. Pedir permiso por escrito porque también eres un potencial secuestrador de tus hijos.
Y como no decides, cada temporada recibes una nota de gastos. De gastos extraordinarios que tienes que pagar aunque no estés de acuerdo con ellos. Alguien también ha decidido por ti, sobre su vida y sus necesidades y tú, simplemente, cotizas.
Es cierto. Hay padres lamentables, deleznables e incluso peligrosos. Pero si dijera que todas las mujeres son putas porque existen las prostitutas, me lapidarían. Si expusiera que todos los inmigrantes son ladrones porque alguno hay, me llamarían racista y me condenarían. O si osara decir que los vascos son terroristas porque existe el terrorismo, sería insultado y condenado al ostracismo. Pero ser padre cae fuera de esta regla. Como alguno hay, todos podemos ser y como más vale prevenir que curar, todos al paredón.
Yo sólo quería una nueva oportunidad para ser feliz. Pero volver a levantarse, siendo un padre divorciado, casi un apestado, es un verdadero reto.
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Quiero aclarar que esta historia, que estos sentimientos y sensaciones fueron, son, los míos. Son reales. Mi separación tuvo lugar en 1997. Es posible que hoy algunas cosas sean distintas. No lo sé. El tiempo ha pasado, los niños han crecido y la mayor hoy vive conmigo. Ha sido su decisión, tomada cuando la ley se lo ha permitido. Vuelvo a estar casado. Afortunadamente, las cosas no son ni parecidas.