lunes

Quizás me dan algo de penita...

Frikipapas, Papaflautas… son algunos de los nombres que, de forma despectiva, se han motejado a los fervorosos peregrinos que estos pasados días han invadido Madrid durante las JMJ de agosto de 2011.

Desde luego es indignante que a estos pobres chavales que dejan parte de su pecunio y de su tiempo, en un inútil viaje en plena calorina agosteña al insufrible Madrid de agosto, les impongan motes con escarnio. ¿Pero acaso no tienen bastante con el engaño a que les tienen sometidos? ¿Por qué además de haberles lavado el cerebro haciéndoles creer en fantasmas y mitos, recibir promesas incumplibles de fantásticos premios inconsistentes a cambio de fastidiarse a base de bien mientras vivan, de hacerles renunciar a aquello que la naturaleza considera normal, tienen que recibir la burla de algunos que se creen más listos porque no creen en supersticiones y no se dejan embaucar por los delirios de una iglesia-estado más ocupada en lo terrenal que en lo espiritual?

Espero que, al menos, todos estos jóvenes se lo hayan pasado bien. Si uno es joven, hace un viaje (en ocasiones desde el otro lado del mundo) en vacaciones, en pleno verano, a un país de los más turísticos del mundo, para coincidir con más de un millón de personas de su edad, y convivir durante varios días y noches, lo menos que puede decir a su regreso es “me lo he pasado del copón”. Bueno, quizá la frase no es muy afortunada. “Me lo he pasado de la hostia”. No, tampoco. Pues sin utilizar palabras gruesas, que también estarían fuera de lugar, usaremos el modosito “me lo ha pasado muy bien”. Y a continuación el joven pasará a relatar los principales hitos de tan increíbles vacaciones:

“Joer, pues el 16 por la tarde estuve en la misa inaugural en la Plaza de Cibeles, ¡¡que ambientazo había escuchando a un tío que se jubilaba en dos días!! ¡¡Que forma de entender a la juventud!!
Al día siguiente estuvimos en el Parque del Retiro esperando para confesarnos en unos cubículos de diseño. ¡¡Que colas había!! Pero como te perdonaban, por ser la JMJ, dos pecados por una sola penitencia, había que aprovechar. Y en las colas podías charlar con gente de todo el mundo. Todos eran pecadores, pero como les iban a perdonar… no importaba.
Y al día siguiente, vino el Papa. Es un hombre nacido en Alemania, de apellido más acorde con su aspecto, Ratzinger, que lo de Benedicto, y tiene cara de película de miedo, que acojona un poco, pero así, desde lejos, parecía un "Madelman" de blanco, y creo que estábamos bien. Entre lo mal que pronuncia y nuestros gritos no entendí nada, pero fue magnífico. Actuó sin teloneros, pero no le hizo falta. El ambiente ya estaba suficientemente caldeado. Unos 40º aproximadamente.
Y al otro, en Recoletos, vimos un vía crucis, ¡¡que emocionante!! Apostamos a quien se le iba a caer la cruz, quien conseguiría llegar en menos tiempo… no gané nada pero nos divertimos un montón. Además, estaba todo tan bonito…
Al día siguiente nos fuimos a un aeropuerto a tener otra movida de discursos, eslóganes y gritos. ¡¡Que guay!! Y encima dormimos allí todos juntos, en los sacos y… bueno, fue fenómeno….
Y encima nos dejaban dormir en el suelo de polideportivos por dos chavos, nos cobraban la mitad en el metro, nos dejaron toda las calles para nosotros… fue algo mágico de verdad. “

A medida que vayan pasando los años los recuerdos fidedignos serán reemplazados, lamentablemente, por otros inventados o imaginados que sean más acordes con la personalidad que se vaya paulatinamente desarrollando. Finalmente, a sus nietos, les contará la movida que organizaron en Madrid, que debajo de los adoquines sí que estaba la playa, que ligó como en su vida con una “…..“, una “….” y una “….” (poner las nacionalidades exóticas que apetezcan), que el mundo a partir de ese día fue otra cosa y que…

Es evidentemente una visión personal, inventada y un pelín (muy poquito que me he mordido la lengua) mordaz de unas jornadas que congregaron una masa ingente de personas que invadieron Madrid, y que se irán como vinieron, dejando en el recuerdo del resto de nosotros unos pocos inconvenientes y molestias para los que veraneamos a la fuerza en la Villa y Corte y poco más.

No quiero entrar, ya me aburre, en la teórica aconfesionalidad del Estado, en ese doblar la bisagra de los elementos gobernantes e instituciones supuestamente laicas ante la Iglesia Católica, en la intromisión de esta en temas que no son de su incumbencia, en que los de siempre nos engañarán con las cifras (desde lo que Madrid ha ganado hasta lo que a Madrid le ha costado), en el perjuicio ocasionado a mentes jóvenes… Pero bueno, no es el sitio, insisto. Que en fin, que los papaflautas o los frikipapas se darán cuenta de la verdad cuando ya no haya tiempo de arrepentirse. Pero por otro lo mejor es que tampoco habrá nadie para decirles “ay tontines, vaya vida desperdiciada, pero ya te lo avisé…” Y sobre todo, nadie se dará cuenta de nada…



(Todas la imágenes han sido tomadas de la "Fotogalería" del diario El País)

martes

Deseos frustrados

Es evidente que la culpa fue de la luna,
de su luz, de su fantasmal claridad.
Yo tenía prepara mi mejor y más completa lista de deseos
Deseos buenos, buenos deseos para los míos, para mi.
Quería salud, quería felicidad, quería amor y por supuesto fortuna.
Para todos.
Para todos a los que quiero.
No había mal para nadie
Ninguna petición de ultrajes, venganzas o simplemente malas miradas.
Nada.
Pero no pudo ser.
La luna inmensa, cegadora, llena, plena, poderosa, apagó todo.
Era de día en plena madrugada.
No dejaba ver nada.
Por más que forzaras la vista, que escudriñaras,
que intentaras fijarte hasta el dolor de ojos,
nada.
Guardaré, de nuevo, los buenos deseos.
Los guardaré hasta dentro de un año.
Y de nuevo la luna, las nubes, el sueño...
me impedirán cumplirlos un año más.
Seguiré mirando la oscuridad,
Buscando,
intentando descrubrirlas durante las décimas de segundo que duran.
Intentando que me concendan los deseos
Es la única manera.
Pero tampoco.

viernes

Hospital, colegio, cárcel...

El anterior post sobre la JMJ y mi relación con los curas, me recordó el colegio. Y obviando la enseñanza y el trato, me acuerdo de ciertas peculiaridades relacionadas con el edificio propiamente dicho.

Era grande. Se abría a tres calles de Madrid (Farmacia, Hortaleza y Santa Brígida) y en su configuración existían alas y prolongaciones que eran interiores y se elevaban por encima de las tres plantas de las fachadas, formando un entramado de rejilla con los muros exteriores y dando lugar a algunos de los cinco patios que existían. El edificio, que databa del siglo XVIII (1793), había sido hospital de leprosos (desde 1787) y cárcel: durante la Guerra Civil el colegio fue convertido en cárcel, la cárcel de San Antón o Prisión Provincial de Hombres número 2. La gran puerta del edificio, que daba a la calle Hortaleza, fue cerrada y se accedía a la prisión a través de una puerta situada en la calle Farmacia. Desde esta cárcel salieron, durante noviembre y diciembre de 1936, diversas sacas de presos, entre ellos los asesinados en Paracuellos del Jarama, unos episodios conocidos colectivamente como Matanzas de Paracuellos. Tras la guerra, el edificio efectuó la misma función, albergando, en condiciones infrahumanas, a las víctimas de la represión franquista. Posteriormente, el edificio fue devuelto a los escolapios, quienes recuperaron su destino como colegio hasta 1989.

Apaarte de contar con estos antecedentes, el colegio era, además, convento, con lo que existían zonas “prohibidas” a la circulación de los alumnos: pasillos vacíos, umbríos y fríos, suelos rechinantes, con grandes y oscuros cuadros de martirios, decenas de puertas siempre cerradas y “pasadizos” o atajos que te hacían aparecer en cualquier parte inesperada o insospechada del colegio. Las pocas veces que los curas nos llevaban, en fila y completo silencio, por estas zonas, donde arribábamos a sitios conocidos pero por puertas no abiertas (por nosotros) antes, eran momentos de aventura que se vivían a tope con una gran intensidad, la respiración agitada y el corazón en un puño.

Y con estos mimbres… ¡menudo cestos se hacían! Dadles a unos críos cuya imaginación va al doble de velocidad de la cualquiera, un edicio enorme antiguo, de piedra y suelos crujientes de madera desgastada y gris, con rincones, recovecos, pasillos y zonas prohibidas, que ha sido hospital de leprosos y cárcel: Leyendas e historias, siempre tétricas, con muertos en medio de terribles circunstancias y terribles dolores, circulaban en voz bajita de clase en clase (siempre originadas en algún hermano mayor o padre bien informado, por supuesto) mientras el resto escuchábamos con los ojos como platos, el corazón encogido y un extraño gustirrinín de miedo. El martirio y la tortura, el olvido hasta la muerte, el encierro perpetuo sin luz eran temas obligados de estas historias que no sé de dónde salían pero que derrochaban imaginación. Si Becquer nos hubiese escuchado, el Maese Pérez y su retablo hubieran sido sustituidos por el profesor Pérez y su colegio y si Allan Poe hubiera conocido el colegio sus obras hubiesen variado de escenarios. Sin duda.

Si los curas se hubieran percatado de que el peor castigo que nos podían imponer era pasar una noche deambulando por esos pasillos del colegio... se habrían ahorrado muchas tortas.

jueves

Yo (me) confieso...

Llevo unos meses viviendo sin TV. Tengo aparato de televisión y lo uso para reproducir las películas y series que me gustan, pero no tengo los canales habituales, ni los raros, por lo que no veo ningún programa en vivo y por ello tampoco tengo acceso a los informativos. Por supuesto me mantengo al día con la radio y la prensa electrónica, pero… no sé, me falta algo para alcanzar el nivel de información que tenía antes de irme a vivir al paraíso. O tal vez es que, sencillamente no me interesa lo que ocurre: siguiendo la actitud del avestruz, al no oír hablar de ello quizás consiga que la deuda española baje su tipo, que las agencias de calificación nos suban el rating o que el déficit del estado y de las CC.AA. se enjugue sin necesidad de subidas de impuestos.

Todo este rollo, perdón, introducción, es para decir que a pesar de llevar un año en la radio oyendo que ECI era, es, patrocinador oficial de la jornada mundial de la juventud madrid 2011, ni me había molestado en saber qué era eso, ni me interesaba lo más mínimo. Como podéis comprobar, desde hace ya un tiempo, en la primera página de mi blog figura una “A” mayúscula. Pero una “A” especial, de trazo fino y rojo que tiene un significado concreto.: “Este blog es ateo y partidario del libre pensamiento“ (*). Esto, para mi, quiere decir que tú me dejes en paz y mientras lo hagas tú puedes mantener la creencia que quieras. Lo podemos resumir en otra frase: No vayas a rezar a mi colegio y yo no iré a pensar a tu iglesia. Cada cosa en su sitio y sin molestar a los demás.

Pero no, ahora llega a Madrid eso de lo que no me había ocupado: la JMJ Madrid 2011. Resulta que nos vemos invadidos de miles de jóvenes vestidos con el merchandising adecuado, que se desplazan en un metro subvencionado y que ocupan los espacios públicos en espera de la vista de su líder mundial, momento en el que supongo, tendrán una reacción de paroxismo. Todo esto ocupa una serie de recursos: infraestructuras, seguridad, sanidad, etc. que dicen que saldrán gratis por el patrocinio de la empresa privada. Bueno. Y que además, la ciudad ganará dinero. Bueno…

Entonces, realmente ¿que me molesta? ¿Ver a unos jóvenes, profunda y lamentablemente equivocados invadiendo Madrid? No. Lo mismo pasa cuando hay alguna eliminatoria de Champions contra algún equipo inglés o italiano y no me molesta aunque tampoco me gusta el fútbol. En ambos casos, puede resultar incómodo. Pero no más que otras actividades que se celebran y tampoco comparto: Carnavales, Orgullo Gay, San Isidro, Desfile de las FF.AA…. Todo ello me es ajeno pero me parece bien que se celebre. Con dar un rodeo y no escuchar las machaconas noticias es suficiente. Y, repito, ¿entonces? Llevo un par de días pensándolo, analizándome y creo haber encontrado la respuesta. Ayer, en concreto, al saludar a un fraile (o cura o sacerdote que no lo sé y no conozco muy bien la diferencia) que me presentó una amiga y ver su sonrisa automática, la verborrea incontrolable que no te deja hablar a ti, la preeminencia de lugares comunes en la conversación, la amabilidad forzada, fingida, se me despertaron un millón de recuerdos tapados y que creo que son el origen de esta fobia.

A los 9 años mis padres me cambiaron de colegio. Del pequeño colegio de barrio, en el que tus compañeros eran también tus amigos de juegos en la calle fuera del horario lectivo, y te cruzabas a tus profesores por la calle a cualquier hora, me cambiaron, haciendo un gran esfuerzo económico, al colegio de renombrón, famoso y reconocido en el antiguo régimen, en el centro de Madrid. Tenia que desplazarme en metro, media hora, para ir, volver, volver a ir y regresar de nuevo. Además, como ya tenía 9 años, lo que estudiaba era importante –mis padres dixit- y no podía perder el tiempo bajando a la calle a jugar: había que estudiar. Total, nuevo colegio, sin amigos (el transporte mandaba) y perdiendo lo antiguos. Pero lo malo estaba por llegar. El colegio fue elegido por fama y tradición familiar. Cinco primos (de dos ramas de la familia diferentes) habían pasado o estaban estudiando allí. La fama… bueno, estábamos en 1968 con lo que quizás podáis haceros una pequeña idea. Era un colegio de curas. Escolapios. Por supuesto con enseñanza discriminada, lo cual quiere decir que para mí, las chicas, fueron algo parecido a extraterrestres hasta unos cuantos años después, porque allí no entraban ni de visita. Y es evidente que tampoco había profesoras, limpiadoras ni nada femenino. Las únicas faldas que se movían eran las de las sotanas negras, raídas, de los curas.

El clima, el ambiente era… bueno no sé definirlo con exactitud: era obligatorio ir a misa los domingos al colegio y si por cualquier causa tus padres decidían que ibas a otra iglesia, por ejemplo, a tu propia parroquia, debías llevar un justificante del párroco como que habías ido a misa. Si no, castigo. Lo miércoles a primera hora de la mañana confesión obligatoria (con los mismos sacerdotes que luego eran tus profesores) y a continuación, otra misa. En estas confesiones, que se realizaban sin confesionarios por medio, con el cura sentado en una silla y tú arropado entre sus piernas puesto de rodillas sobre un reclinatorio, y donde a fin de conseguir el ambiente de recogimiento necesario, te abrazaban y te hablaban al oído, caí en la cuenta de que el único pecado importante era la masturbación y dato primordial era cómo lo hacías y cuantas veces. Era lo que tenías que confesar. Incluso antes de comenzar a masturbarte ya te acosaban con esas preguntas, y tú no tenías nada claro ni lo que te preguntaban ni lo que debías responder. En fin…

El orden y la disciplina eran fundamentales. Antes de comenzar las clases teníamos media hora de estudio tanto por la mañana como por las tardes. En este rato, cuidado por un chaval de un par de cursos más adelantado, estaba prohibido totalmente hablar. Al menor murmullo te señalaba con el dedo y te sacaba de pie al pasillo con un libro para estudiar el resto del tiempo hasta el comienzo de las clases. Justo un par de minutos antes, se pasaba por ese pasillo el cura responsable del ciclo, que diríamos ahora. Y te hacía ver lo equivocado de tu actitud mediante un bofetón que debía tirarte rodando al suelo. Si no lo conseguía a la primera, pues se repetía la hostia hasta que acababas tirado. Una vez convencido, ya podías volver al aula para comenzar las clases. Por cierto, si llegabas tarde, un minuto siquiera, a este tiempo de estudio, el tratamiento era el mismo. Orden. ¡¡Oooordeenn!!

Durante el transcurso de las clases, el criterio soberano era el del profesor. Y los había con gran creatividad o simplemente efectivos. ¿Hablabas en clase y el profesor estaba lejos? No importa. Se lanzaba el cepillo de madera de borrar la pizarra con la intención de darte en la cabeza. Si fallaba y daba a cualquiera que estuviera alrededor no importaba, así aprendía. Otros preferían sacar una fila a la pizarra para preguntar la lección. ¡De cara al encerado y de espaldas a la clase! Así si no contestabas o lo hacías mal, te daban con la mano en la nuca de tal forma que tú rematabas con la frente en la pizarra. No os preocupéis, que nunca se rompió ninguna pizarra. Había algunos que preferían un tratamiento individualizado: te preguntaban agarrándote de la patilla, justo delante de la oreja. A la menor vacilación, al menor error, comenzaban a tirar hacia arriba, hacia arriba, mientras tú intentabas contener las lágrimas y te ibas poniendo de puntillas hasta que no podías elevarte más. Uno de mis favoritos era el profesor de... bueno de lo que tocara pues le tuve en matemáticas, francés, lengua… Este, de bendito nombre “Don-Ambrosio” (todos llevaban el don delante cuando no eran curas), sentado en su silla te pedía la mano. Agarraba el dedo medio y lo doblaba sobre si mismo. Cuando no respondías bien comenzaba a apretar en la uña juntando tu dedo sobre si mismo… Y luego estaban los vulgares: los del reglazo (con regla metálica claro) en los nudillos, la bofetada, etc.… Sin embargo no os puedo comentar lo que pasaba en la habitación, por ejemplo, del padre Pedro, cuando en los recreos invitaba a mis compañeros a ver películas (tenía proyector y todo) de Mortadelo y Filemón, Tom y Jerry, etc. Nunca subí.

Durante toda mi estancia en el colegio saqué 10 en conducta. Lógico. Estaba tan muerto de miedo que no me atrevía ni a moverme, ni a susurrar. No hice ni un amigo que pudiese conservar después del colegio. Recuerdo que el día antes de volver al colegio después de unas vacaciones yo enfermaba: vomitaba, lloraba y rezaba a todos esos santos de los que me hablaban para que hicieran un milagro y no tuviera que volver. Pasé miedo, mucho miedo. Mis padres me decían que lo que pasaba era que yo era un cobardica (mira tus primos, ninguno se ha quejado de nada) y por supuesto, como dios manda y hoy reclaman los profesores, apoyaban todas y cada una de las decisiones de los maestros. Si pegaban, castigaban, insultaban o lo que fuera, algo habrías hecho tú. Respaldo total al enseñante.

Así hasta que justo antes de hacer COU logré reunir el valor necesario para darle un ultimátum a mis padres: si querían que siguiera estudiando me tenían que sacar de allí, donde fuera, pero lejos de ese colegio. Tuve la suerte de que mis queridos primos también habían seguido ese camino, fuera del colegio, y no hubo problema. Mi descubrimiento del mundo que comenzó a partir de ahí es otra historia. Pero hasta ese momento, entre mis 9 y los 16 años fueron los peores 7 años de mi vida con diferencia.

¿Y que consecuencias tuvo eso para mí?:


o La lista de los reyes godos no me la sé. Como si hubiese ido a un colegio cualquiera. No sirvieron de nada las hostias, insultos y amenazas.
o Cuando veía el comportamiento de los curas y luego les oía hablar con padres, o en el púlpito predicando, aprendí algunas definiciones: mentira, hipocresía, falsedad...
o No puedo ver hoy en día un cura-sacerdote-fraile, sin identificarle con aquellos. Creo que sobran. Todos.
o Me hicieron plantearme conceptos sobre “el amor”, “el perdón”, “dios”… Hoy soy ateo. No agnóstico (persona que cree que no le es posible al hombre el conocer la razón última del universo) pues no creo que haya razón última, sino ateo (el término ateísmo incluye a aquellas personas que declaran no creer en ningún dios ni fuerza ni espíritu divino) y tampoco comulgo (jeje) con religiones ateas (budismo, por ejemplo).
o Hoy apoyo a mis hijos, de forma total, incondicional, irracional, incluso insana, en contra de sus profesores. Puede que sea malo para la educación, para el profesor e incluso para mis hijos. No lo puedo evitar. Cuando me acuerdo de la sensación de soledad, de incomprensión, de casi desesperación… los apoyo del todo. Sin dudas. Prefiero equivocarme.
o Rechazo total y de plano de todo lo que sea religión, iglesia, dios, curas, monjas, incienso… Hasta el arte de las iglesias me cuesta.
o Estudio de la historia desde un punto de vista muy crítico con todo lo que en este país ha representado el lastre de la iglesia, y lo que ha condicionado y jodido.

Y supongo que muchos más efectos secundarios sea capaz o no de localizarlos. En cuatro o cinco días vendrá el “santo padre” a que... bueno. Da igual. Que lo celebren, si he de ser coherente con lo que pienso, no debo inmiscuirme en esta celebración, como no lo hago con las demás. Pero me dan tanta pena… creo que están tan equivocados… O lo estoy yo. Da igual, mientras continuemos en galaxias diferentes,.


(*) La Out Campaign es una campaña promocional emprendida en 2007 en medios de comunicación y soportes publicitarios de varios países en apoyo del librepensamiento y del ateísmo, organizada por iniciativa de Richard Dawkins. Un intento por destacar una imagen positiva del ateísmo, a la vez que proveyendo un medio por el cual los ateos pueden identificarse unos a otros, adoptando como emblema una letra A de color rojo, en referencia al emblema de la "letra escarlata", una forma irónica de denuncia del estigma social que en algunos lugares tiene el ateísmo.

Mi verano

Me gusta conducir de noche en verano. Con las ventanillas bajadas, la música alta, un pitillo encendido y cantando a pleno pulmón, aprovechando que no hay público al que desagradar.

Y en esos momentos, pasada la hora bruja, cuando el frescor de la noche alivia los agostados campos, los aromas de la paja húmeda, de la jara en flor, de la intensa retama, inundan mis sentidos gritándo a pleno pulmón ¡Sí, es verano!

Me siento bien, me hace sentir bien esa sensación. El olfato es un poderoso archivo de emociones, que retrotrae a la mente momentos, circunstancias, eventos del pasajo con más fuerza que ningún otro sentido. Y a mi, esos olores, me hacen feliz.

También las tormentas de verano. Los sobrecogedores truenos precedidos por el relámpago, y el profundo olor a tierra mojada que lo acompaña y que te hincha los pulmones, y hacen que respires con toda tu capacidad, que cierres los ojos y te dejes inundar por la fragancia que arrastra la atmósfera.

Eso me gusta del verano.

No es la playa, ni la olas, ni el calor…

Son... esos momentos.

En la hamburguesería

Estábamos comiendo en el McDonald’s o en el Burger King o en algún sitio de esos a los que vamos los papás divorciados los domingos para contentar al niño y ahorrarnos el guisotear en casa. Vamos, un sitio de esos insanos pero todos contentos.

Ya en la mesa, con nuestras respectivas bandejas y hecho el despliegue de patatas, kétchups, servilletas, etc. de rigor, echas un vistazo al local, que no se diferencia de otros, medio lleno, familias, papás y mamás (menos) con sus respectivos retoños y alguna parejita adolescente con pinta de estar aburridísimos.

Según vamos trajinando la comida en el orden preestablecido, mordisco de hamburguesa, puñado de patatas, trago de coca cola..., me fijo en que la puerta del fondo se abre y entra "Ella".

Es una mujer rubia, en la mitad de la treintena aproximadamente, con melena, pelo liso, estatura sobre uno sesenta y pocos, vestida de blanco y cara de ángel. No le puedo quitar ojo. Me parece bellísima. Ella recorre con la mirada el local, detiene su vista sobre mí durante un segundo más de lo esperado y continúa con el paseo visual. No debe de encontrar lo que busca y sale dirigiéndose al habitáculo anexo donde está el área de juegos.

No voy a dejar pasar la ocasión. Digo “ahora vuelvo” y me dirijo hacia ella, siguiendo la estela de su presencia. Efectivamente, está en el local de juegos infantiles controlando, sonriente, a un niño de unos cinco años. Me acerco a ella y con la mejor de mis sonrisas y ensayando para poner mi tono de voz más amistoso, amable y seductor posible, le digo: “Hola, buenas tardes. Si eres una mujer felizmente casada, habré vuelto a tener toda la mala suerte del mundo. Si ese es el caso, enhorabuena y discúlpame. Si por casualidad no son esas tus circunstancias, te rogaría me dejaras conocerte. Te pido por favor, que en ese caso, me des la oportunidad de saber quién y cómo eres, de disfrutar de tu compañía. No te quiero agobiar ni que pienses que soy un chalado, pero de verdad, me has impresionado. Toma, por favor, mi teléfono y mi dirección de email. Mi nombre es Á. Contacta. Atrévete, ¿qué pierdes con probar? Gracias y…

- Papá…, ¡papá!

- Estooo, humm, ehh,.. ¿sí, hijo? ¿qué quieres?

- ¿Me puedes abrir el sobrecito del kétchup, por favor?

- Sí, claro, como no….

Bueno, de nuevo la oportunidad se pierde y sólo en mi imaginación pude hablar con ella. Alguna vez lograré seguir a mi imaginación y levantarme de la silla. Mientras, sólo me queda soñar.

miércoles

Los ojos no sirven de nada a un cerebro ciego (proverbio árabe) Relato

“No hay peor ciego que el que no quiere ver”, “El amor es ciego”, “Soñaba el ciego que veía y soñaba lo que quería”… y frases y refranes y más frases y más refranes. Todas estas muestras de sabiduría popular, que le dicen, me las han espetado en un momento u otro. Y siempre relacionándolas con el amor. Con mi amor. Con mi extraviada capacidad de enamorarme, siempre, de quien no debo. Algo que, al parecer, ven con claridad los demás en su debido momento y que yo no soy capaz de sentir hasta que tengo encima las consecuencias de mi ceguera.

Quizás yo intente aplicar ante todo el otro refrán. La frase justificativa definitiva que excusa las locuras, tonterías y faltas de juicio de las que hago gala “El corazón tiene razones que la razón no entiende” Y con esto ya está todo argumentado.

Pero al parecer, tienen razón. Meto la pata una y otra y otra vez y como animal, pero hombre, tropiezo las veces que me da la gana en la misma piedra. Y debo de tener muchas ganas. O, tal vez, como alguna vez me dijo alguien que no recuerdo, lo que me suceda es que me enamoro del amor más que de la persona. Esta no sería sino la excusa para sentir, para ilusionarme de nuevo, para dejarme llevar…

Busco la sensación una y otra vez. Incansable. Quiero tener mariposas en el estómago, la sonrisa, bobalicona o no, pintada permanentemente en la cara, los ojos brillantes, el corazón acelerado y en un tris de saltar de gozo. Quiero que las simplezas diarias, el viento, al que llamaré brisa, en mi cara, el sol, que en lugar de deslumbrar, templa, el mar, que no rugirá sino mecerá, tengan un valor especial, cuasi mágico, que sólo adquieren cuanto te sientes enamorado.

Necesito trastocar mi orden de valores de tal forma que en lugar de desear la primitiva o la loto, prefiera soñar con un paseo en un velero, desmadejado en cubierta, mecido por las olas y rozando con las puntas de los dedos la mano de mi amada. Que sueñe, cual niño nuevamente, con hazañas increíbles y aventuras sin fin, que me permitan demostrarle a mi siempre hermosa acompañante mi gallardía, aplomo, valor, arrojo y mi disposición, romántica a más no poder, a empeñar mi vida en cualquier empresa que ella desee. Quiero imaginar el brillo de su mirada, la sonrisa que me dispensa ante tamaños esfuerzos, la suave caricia de su mano, el sonido armónico, maravilloso de su risa…

Todo esto no existe, por supuesto. O yo no lo conozco salvo en mi imaginación y en mis espejismos, producidos al buscar, sin criterio, a mi amada, a la persona precisa para volcar sobre ella todas mis fantasías y deseos. Pero como yo lo necesito, (enamorado del amor) la creo una y otra vez y la encarno en cualquier mujer dispuesta, en principio, a dejarse amar por un loco como yo. El sexo vendrá después, por supuesto, pero aún no tiene cabida en mi imaginación, en mis fantasías, en mis locuras.

Y claro, el camino lógico, el que los refranes anuncian, el que quienes me rodean ven con claridad, se recorre una y otra vez. Y los batacazos, desilusiones, desesperanzas, los brucos aterrizajes y encontronazos con la realidad se producen vez tras vez sin pausa.

Y sin embargo aquí es el punto en el que mi ánimo no decae y ante cualquier nueva oportunidad se inflama de nuevo el corazón, las mariposas despegan, la ceguera vuelve y ya estoy dispuesto, otra vez, a disfrutar de aquello que sólo yo veo, siento, creo. Y aunque sé cómo terminará nuevamente la repetida historia, soy incapaz de vivir sin esta ilusión.



Publicado por Aspective el 26/07/11 en el Blogguercedario

Cuento de los Reyes magos…. para padres

Me hicieron llegar esta historia, introducción incluida, y reconozco que me encantó y creo que puede llegar a mitigar, en parte, esa desilusión que todos en algún momento sentimos cuando nos confirmaron (pues saber, saber, creo que todos lo sabíamos ya) quienes eran realmente los reyes. Lamentablemente no conozco el autor del texto.

xXx

"Son muchos niños a los que les cuentan por ahí que los reyes magos no existen y son muchos los padres que no saben como explicar este hecho. Es por ello que dejo esta pequeña historia para padres y niños, para que puedan explicarles este hecho con facilidad:

Una vez, una hija, Paloma, preguntó a sus padres:

- Papás, ¿existen los Reyes Magos?

Los padres de Paloma se quedaron mudos, mirándose, intentando descubrir el origen de aquella pregunta.

- ¿Tú que crees, hija?

- No lo sé: que sí y que no. Por un lado me parece que sí que existen porque vosotros no me engañáis, pero como las niñas del Colegio dicen eso…

- Mira, hija, efectivamente son los padres los que ponen los regalos pero…

- ¿Entonces es verdad?- cortó la niña con los ojos humedecidos- ¡Me habéis engañado!

- No, mira, nunca te hemos engañado porque los Reyes Magos sí que existen, respondió el padre cogiendo con sus dos manos la cara de Paloma.

- Entonces no lo entiendo, papá.

- Siéntate, cariño y escucha esta historia que te vamos a contar:

Cuando el niño Dios nació, tres reyes que venían de Oriente guiados por una gran estrella se acercaron al portal para adorarle. Le llevaron regalos en prueba de amor y respeto y el niño se puso tan contento y parecía tan feliz que el más anciano de los reyes, Melchor, dijo:

- ¡Es maravilloso ver tan feliz a un niño! Deberíamos llevar regalos a todos los niños del mundo y ver lo felices que serían.

- Oh, sí! -exclamó Gaspar- Es una buena idea, pero es muy difícil hacer esto. No seremos capaces de poder llegar regalos a tantos millones de niños como hay en el mundo.

Baltasar, el tercero de los reyes, que estaba escuchando a sus dos compañeros con cara de alegría, comentó:

- Es verdad, sería fantástico, pero Gaspar tiene razón y, aunque somos magos, ya somos ancianos y nos resultaría muy difícil poder recorrer el mundo entero entregando regalos a todos los niños. Pero sería tan bonito…

Y el niño Jesús, que desde su pobre cunita parecía escucharles muy atento, sonrió y en ese momento, la voz de Dios se escuchó en el portal:

- Sois muy buenos, queridos reyes, y os agradezco vuestros regalos. Voy a ayudaros a realizar vuestro hermoso deseo. Decidme: ¿Qué necesitáis par poder llevar regalos a todos los niños?

- ¡Oh, señor! -dijeron los tres reyes postrándose de rodillas- Necesitaríamos millones y millones de pajes, casi uno para cada niño, que pudieran llevar al mismo tiempo a todas las casas nuestros regalos... Pero no podemos tener tantos pajes, no existen tantos.

- No os preocupéis por eso – dijo Dios- Yo os voy a dar, no uno, sino dos pajes para cada niño que hay en el mundo. Decidme, ¿no es verdad que los pajes que os gustaría tener deberían querer mucho a los niños?, preguntó Dios.

- Sí, claro, eso es fundamental, asintieron los tres reyes.

- Y, ¿verdad que esos pajes deberían conocer muy bien los deseos de los niños?

- Sí, sí. Eso es lo que exigiríamos a un paje, respondieron cada vez más entusiasmados los tres.

- Pues decidme, queridos reyes: ¿hay alguien que quiera más a los niños y los conozca mejor que sus propios padres? Puesto que así lo habéis querido y para que en nombre de los tres reyes de Oriente todos los niños del mundo reciban algunos regalos, Yo, ordeno que en Navidad, conmemorando estos momentos, todos los padres se conviertan en vuestros pajes, y que en vuestro nombre, y de vuestra parte, regalen a sus hijos los regalos que deseen. También ordeno que, mientras los niños sean pequeños se haga como si la hicieran los propios Reyes Magos. Y cuando los niños sean suficientemente mayores para entender esto, los padres les contarán esta historia y a partir de entonces, y en todas las Navidades, los niños también harán regalos a sus padres en prueba de su cariño. Y, alrededor del Belén, recordarán que gracias a los tres Reyes Magos todos somos más felices.


Cuando acabaron con su explicación Paloma se levantó y dando un beso a sus padres les dijo:

- Ahora sí que lo he entendido todo, papás. Y estoy muy contenta de saber que me queréis y que no me habéis engañado.

Y todos se abrazaron mientras, a buen seguro, desde el cielo, tres Reyes Magos contemplaban la escena tremendamente satisfechos.

Bueno, no sé si será porque estoy ñoño o qué, pero reconozco que la historia me hizo aflorar alguna lágrima furtiva (de esas que peleas como loco para que no desborde el ojo y resbale por la mejilla...)Creo que así es como le confimaré a mi hijo el tema de los reyes magos cuando llegue el momento. Le contaré esta historia, sí.

martes

Con el tiempo...

PS. Animaladas: Sí, lo mío es despiste de elefante y memoria de pez. El texto que incluí el otro día, ya lo había publicado en abril. Y sin darme ni cuenta. Esto me lo tengo que hacer mirar...




-xXx-


Vuelvo a disfrutar de una vista a "Nebulosas", el blog que yo querría saber escribir. Y vuelvo a copiar otro texto, que como el famosísimo Instantes, se atribuye a J.L. Borges (ya es algo así como un deporte internacional) pero que al parecer, tampoco es suyo. Afirman que la autora de ‘Después de un tiempo’ es Verónica Shoffstall, se titularía After a While y pertenecería al libro Mirrors and other Insults. Tampoco está confirmado.


Pero da igual. En el fondo la cuestión, lo importante, es si te gusta o no, independientemente de quien lo escribiese. ¿Te gusta?

Despues de un tiempo...


Uno aprende la sutil diferencia entre sostener una mano y encadenar un alma.
Uno aprende que el amor no significa acostarse, y una compañía no significa seguridad.
Uno empieza a aprender que los besos no son contratos y los regalos no son promesas.
Uno empieza a aceptar sus derrotas con la cabeza alta y los ojos abiertos.
Después de un tiempo uno aprende que si algo es demasiado, puede perjudicar; recuerda que hasta el calorcito del sol quema.
Uno aprende que cada uno debe plantar su propio jardín y decorar su propia alma, en lugar de esperar a que alguien le traiga flores.
Uno aprende que realmente puede aguantar, que realmente es fuerte, que realmente vale.
Y uno aprende y aprende con cada día.
Con el tiempo aprendes que estar con alguien porque te ofrece un buen futuro significa que tarde o temprano querrás volver a tu pasado.
Con el tiempo comprendes que sólo quien es capaz de amarte con tus defectos, sin pretender cambiarte, puede brindarte toda la felicidad que deseas.
Con el tiempo te das cuenta de que si estas al lado de esa persona sólo por acompañar a tu soledad, irremediablemente acabarás no deseando volver a verla.
Con el tiempo te das cuenta de que los amigos verdaderos valen mucho más que cualquier cantidad de dinero.
Con el tiempo entiendes que los verdaderos amigos son contados, y que el que no lucha por ellos tarde o temprano se verá rodeado sólo de falsas amistades.
Con el tiempo aprendes que las palabras dichas en un momento de ira pueden seguir lastimando durante toda la vida a quien heriste.
Con el tiempo aprendes que disculpar cualquiera lo hace, pero perdonar es sólo de almas grandes.
Con el tiempo comprendes que si has herido a un amigo duramente, muy probablemente la amistad jamás volverá a ser igual.
Con el tiempo te das cuenta que aunque seas feliz con tus amigos, algún día llorarás por aquellos que dejaste ir.
Con el tiempo te das cuenta de que cada experiencia vivida con cada persona es irrepetible.
Con el tiempo te das cuenta de que el que humilla o desprecia a un ser humano, tarde o temprano sufrirá las mismas humillaciones o desprecios, multiplicados al cuadrado.
Con el tiempo aprendes a construir todos tus caminos en el hoy, porque el terreno del mañana es demasiado incierto para hacer planes.
Con el tiempo comprendes que apresurar las cosas, o forzarlas a que pasen, ocasionara que al final no sean como esperabas.
Con el tiempo te das cuenta de que en realidad lo mejor no era el futuro, sino el momento que estabas viviendo justo en ese instante.
Con el tiempo verás que aunque seas feliz con los que están a tu lado, añorarás terriblemente a los que ayer estaban contigo y ahora se han marchado.
Con el tiempo aprenderás que, ante una tumba, intentar perdonar o pedir perdón, decir que amas, decir que extrañas, decir que necesitas o que quieres ser amigo, ya no tiene ningún sentido.
Pero desafortunadamente, sólo con el tiempo...
Y como aun es tiempo, les mando muchísimos saludos a todos, para los que ya no estamos juntos, por todos los momentos buenos y malos que nos tocó vivir y a todos con los que ahora estoy pasando momentos geniales.
Así mismo pido disculpas a todos aquellos a los que en algún momento les he fallado o no he dado lo que esperaban de mí.

(En inglés lo puedes encontrar aquí)





Bueno, que sea de quien sea, tema que dejo a los académicos, a mi me gusta, y lo encuentro acertado.

miércoles

Aquella noche

Porqué te vienen ciertas cosas a la memoria en momentos determinados es para mí un misterio. Y porqué hay instantes en que todos los parámetros de tu vida se juntan para remar al unísono en una sola dirección, creando un minuto mágico también lo es.

Cierto. Habitualmente, en nuestro día a día, unas cosas salen bien, otras no tanto, unos cuantos temas son positivos y otras dejan mucho que desear, y en general, casi todo se va compensando para crear esa rutina lineal que conforma nuestra vida en general. Sin embargo, como decía, hay momentos mágicos en los que de repente todo, cada uno de los componentes de ese instante, funciona en verde y se une a los demás formando algo irrepetible.

Mientras veía la televisión hace un rato he recordado unos de esos instantes en lo que creí explotar de gozo. Sucedió hace casi (no sé si atreverme a decirlo) 20 años, allá por 1992. Yo trabajaba para una multinacional, en un área que comprendía los patrocinios y habíamos sacado adelante un proyecto, en el que muy pocos creyeron, que tuvo muchas dificultades pero que, finalmente, resultó muy favorecedor para los intereses de la empresa. Además, la forma de explotación de los beneficios de este patrocinio que yo ideé fue novedosa, quizás sorprendente y muy, muy rentable. De hecho, se transformó en una serie de documentales que aún hoy acunan vuestras siestas de sofá desde La 2 de TV. Esto me llevó a tener que exponer en una reunión internacional, con representantes de todos los países en los que estaba presente la empresa (nº 1 del mundo en su sector) cómo se había desarrollado el proyecto, bases, acuerdos, beneficios, acciones, etc. Y hacerlo en inglés con turno de preguntas en inglés y francés. Y que esto escribe, seis meses antes, era incapaz de hablar en público en ninguno de los dos idiomas. Pero después de intensivas clases en ambas lenguas, lo pude hacer con dignidad.

Era principios de verano y el calor ya apretaba. Estábamos en Atenas (Grecia) y el entorno en el que nos alojábamos era fantástico. Nos habían preparado un plan de actividades lúdicas, complementario a las jornadas de trabajo, magnífico y nos trataban a cuerpo de rey, con todos los caprichos y mimos. El ambiente era muy bueno. El día señalado, largué mi speech con éxito, algo que me liberó de seis meses de preocupaciones y tensión, y la adrenalina se me disparó. Acabada la jornada, nos llevaron a cenar al centro de Atenas, a un hotel que era el edificio más alto de la ciudad, en cuya azotea, al aire libre y con una temperatura magnífica, nos habían preparado una opípara cena que estuvo amenizada, en vivo, con canciones populares interpretadas por un extraordinario grupo. A los postres comenzó un espectáculo que no se suele prodigar. La Acrópolis, enfrente de nosotros, iluminada por un juego de luces de suaves colores, distintos de los habituales, formando un magnífico todo, se vio bañada por un espectacular juego de fuegos artificiales. Era una visión increíble. A la sensación eufórica propia, le añadía el sentimiento de ser contemplado por la historia, por el lugar, bajo una luz hipnótica y con la música apropiada de fondo.

Y por supuesto, ella. Cressida. Joven, amable, simpática, risueña y guapa. Había sido la encargada de facilitarme toda mi presentación durante los días previos y lo había hecho con eficacia y amabilidad. Nos caímos muy bien. Habíamos coincidido, a propósito, en la misma mesa, en sitios contiguos durante un par de cenas en sitios increíbles a los que nos llevaron, y durante un día en la playa privada de la isla griega propiedad del socio local (magnate griego) de la multinacional. Nos buscábamos, nos sonreíamos y nos entendíamos en un medio francés, medio inglés, medio por signos y sonrisas. Y aquella noche estaba conmigo, en la azotea. Dándome la mano. Apretando mi mano. Me invadía un sentimiento de plenitud y de urgencia, de tener que grabarme a fuego cada detalle, cada segundo, cada sensación pues, además, aquella noche era la última. Al día siguiente regresaría. Cuando subiese, cuando subí, al autobús que me llevaba al hotel, se quedó en tierra, mirándome, diciendo adiós con la mano y lanzándome el único beso que de ella recibí. No hubo nada. Nada se dijo. Nada se explicó. Ella, griega, de Atenas, se iba a casar en dos meses. Yo, españolito de Madrid, casado y con una hija, volvía a casa. Me enseñó unas cuantas palabras en griego, me escribió su nombre en mi paquete de tabaco, y me regaló un sueño y un recuerdo. Fue una noche distinta, mágica, emocionante irrepetible y quizás, por qué no, algo triste.

Nunca me he vuelto a sentir como aquella noche.