Pero también hay números impresos en un negro luto, oscuro y triste. Días que te hubiese gustado saltarte y no vivirlos nunca. Sin embargo, por supuesto, están ahí y año tras año van acumulando aniversarios. Son esos días que, cuando se acercan, provocan que las conversaciones tengan lugar en voz más queda, que las ganas de reír se contengan y que la memoria tome un lugar protagonista durante unas horas.
Hoy es, para mí, el aniversario de uno de esos días que no quieres que nunca lleguen.
Llevo treinta y un años ¡treinta y un años ya! sintiendo la tristeza, la ausencia. Siendo consciente del cambio de rumbo en mi vida, de la inmensidad de lo que aquel día perdí para siempre... Desde aquel momento todo fue diferente. La sensación de soledad, de desprotección, de ausencia de referencias, me invadió durante mucho tiempo. La responsabilidad, recién adquirida y nunca buscada, pesó sobre mis hombros como una carga muy gravosa, aumentando la añoranza.
El tiempo es cruel y pasa deprisa. Lleva una bruma, cual tormenta, que nubla tus recuerdos haciéndolos falsos. Cuando intento evocar su cara, me doy cuenta de que lo que veo son las fotografías que conservo. Cada día es más difícil recuperar la memoria genuina y real. He olvidado su voz, he olvidado su risa. Y no quiero. Cada día iré perdiendo un poquito más, por mucho que luche contra ello. El maldito tiempo es inexorable.
Pero nunca se irá del todo porque está en mí. Y está en mis hijos.
Descansa en paz, papá