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Casa nueva, casa vieja. Anécdotas (I)

Entrar a vivir en una casa, vieja y deshabitada hace tiempo, presenta una serie de inconvenientes que hay que tomarse con humor. Aunque a veces uno tenga la sensación de estar protagonizando la película aquella de "Esta casa es una ruina".

Algunas cosas son tonterías. Como cuando entras a una habitación a oscuras y te lías a darle manotazos a la pared para encontrar el interruptor de la luz. De una forma automática tu mano va a la altura y distancia a que está acostumbrada y al no encontrarlo, pues eso a acariciar la pared hasta que aparece. Aunque te sientes un poco estúpido...


Otras veces es por la colocación o el tamaño. Como vengo siendo más bien alto, hay alguna lámpara o marco de puerta que siempre se meten en medio para que choques con ellos. La lámpara se puede subir, pero la puerta es más difícil. Y en casa sin casco... jodido.


En esta casa en concreto, también tengo un problema con las puertas, llaves y pomos. La casa tiene tres puertas de entrada, sin picaporte, pero con cerrojo y resbalón, que se abren directamente con la llave todas ellas. Por tanto, sin llave no se puede entrar. Has de tener cuidado cuando sales, aunque sea un pasito, fuera de la casa y darte cuenta de que llevas las llaves si no hay nadie más dentro. No como yo. Salí por una de las puertas no habituales, dejando la principal cerrada por dentro y una corriente de aire me cerró la que yo había utilizado. Estaba en el jardín, con la salida a la calle también cerrada, sin llaves, sin teléfono, sin tabaco (hay quien dice que esto último no es importante; porque no es fumador, claro) Me puse a llamar a gritos a un vecino, que no estaba, pero llegó, afortunadamente, en ese momento y me prestó el móvil para llamar a la familia para que alguien con copia de las llaves se desplazara para abrirme. Mientras, me eché una siestecita sentado en el suelo de la terraza. Pero es una sensación curiosa la de sentirte encerrado en tu propia casa sin poder entrar a ella ni salir a la calle. Y encima, claro, a aguantar los cachondeos ...


Pero también hay otras sorpresas. Estás sentado en el trono, en esa indigna postura necesaria, con los pantalones y los gayumbos en los tobillos y te inclinas un poco para apagar el pitillo. El inodoro (que fino soy) que no está bien anclado se menea ante el impulso de tu considerable anatomía y ¡zas! la tubería que va desde la cisterna a la cañería principal (por el exterior de la pared) se sale de su sitio y empieza a escupir agua como si se acabara el mundo. Buscas corriendo una llave de paso, pero eres nuevo y no conoces bien los secretos de la casa. Resultado, tú empapado de cabeza a pies. Tu ropa, acumulada en los tobillos, empapada también y el suelo con dos dedos de agua en un plis plas. Logras detener el desaguisado, secarte, cambiarte y recoger el agua del suelo, pero la sorpresa de recibir la rociada de agua helada... Eran las dos de la mañana y ¿os he dicho que la casa no tenía calefacción?


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