El año 1982 perdura en mi mente por varios motivos. Fue el año del mundial de fútbol de España, de infausto recuerdo. También cuando El PSOE ganó sus primeras elecciones a la UCD de Adolfo Suárez. Igualmente en ese año tuvo lugar la Guerra de las Malvinas entre Argentina e Inglaterra (yo iba con Argentina, pero perdimos. No quiero banalizar algo que costó muchas vidas humanas, pero mis simpatías, independientemente de la razón que no sé donde se encontraba, estaban con Argentina). Fue el año del Totus Tuus (o tontus totus, como también decían).
Ocurrieron muchas cosas, si. Pero yo lo recuerdo sobre todo porque coincidió con mi año de “mili”. Todo el añito 1982 me lo pasé vestido de verde y con el pelo rapado. Pero no se preocupen, esta no es una historia de la “puta mili” como reza la conocida viñeta.
Recordaba el otro día algo que me sucedió al comienzo de un permiso. Me habían colocado para sufrir el servicio militar, después de finalizar el campamento en el Ovejo, de Córdoba, en un pueblo de Cádiz, a tomar por saco de casa. Para volver cuando tenía oportunidad, la mejor alternativa era desplazarte hasta Algeciras y tomar un tr
en que salía sobre las 9 de la noche y llegaba a la mañana siguiente a Madrid. Era un tren que contaba con sus propias leyendas. Iba repleto de marroquíes que se desplazaban desde su país, después de cruzar el Estrecho, hasta Madrid, para seguir viaje a la noche siguiente hasta Hendaya. Decía la sabiduría popular, el burdo boca a boca de la mili, que no era muy seguro desplazarse solo en este tren pues los marroquíes se solían tomar la revancha en los militronchos de a pie, de las “ofensas” que en Ceuta les infligían los legionarios, etc. ¿Verdad? Supongo que no, pero esto iba más allá. Contaban incluso que a alguno lo habían tirando del tren en marcha. Como solución para cuando tenías que viajar solo, te informaban de que debías comprar tu billete barato, de segunda, y ya en el tren, dar una propina al revisor para que te pasara a primera clase que, por precio, estaba libre de “peligros”. Y de leyendas (¿las propagarían los revisores?).

Así que aquella vez, así lo hice. Tras la propina, el revisor me acomodó en un compartimento de primera en el que se encontraban ya un par de amigas extranjeras, de unos cuarenta y tantos o cincuenta años, y que no hablaban ni papa de español. Mejor, porque no tenía ganas de hablar con nadie. Llevaba mucho sueño acumulado y toda mi intención era dormir. Dormir todo el viaje y llegar fresco a Madrid, para aprovechar a tope el corto permiso (todos los permisos son cortos por definición).
Cuando la hora pareció apropiada, hicimos tres camas: cada asiento, de una textura como la pana y de color verde, se deslizaba hasta quedarse ho

Al despertar todos a la mañana siguiente, nada parecía haber pasado. Ni siquiera una mirada o una sonrisa. Fue mucho más cómodo así.
Reconozco que hoy día, con añoranza y más experiencia, por más que me hago el dormido, no pasa nada.
La mili no fue una experiencia positiva, pero aquel 1982 tiene, ciertamente, algún recuerdo bueno.
1 comentario:
pa matarte, zagal, mira que no saber aprovechar la oportunidad... endeve, siesque os tenemos que contar to, jajajaja
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