miércoles

Gamberradas (I)

Hoy me considero una persona normal y corriente. Bastante respetuosa con la ley y las normas, educada y culta.

Toma ya.

Sin embargo, echando un vistazo a mi adolescencia, creo que las cosas no eran igual. En aquella época no existía lo prohibido o permitido, sino que las cosas se clasificaban en divertidas o no.

Durante 9 meses al año era un estudiante mediocre tirando a bueno, formal, que jamás mereció un castigo por su comportamiento. Pero al fin llegaban las vacaciones de verano, lo que significaba trasladarnos a un pueblo de la sierra de Madrid. Y la libertad.

La sensación de seguridad era muy superior a la actual, no sé si real o por el control al que estaban sometidos los medios de comunicación, pero esa sensación permitía que tus padres te dejaran salir de casa nada más desayunar, perderte justo hasta la hora de la comida, salir de nuevo hasta la cena e incluso después, un rato más en la calle, con tus amigos, con la panda.

Mi “pandilla” estaba compuesta de 22 tíos, con edades comprendidas entre los 9 y los 14 años. Y ni una sola chica. La casualidad quiso que entre todos los veraneantes de aquella colonia, no hubiera ni una sola chica, algo que creo que marcó mi desarrollo pues si en invierno estaba en un colegio de curas, unisex, todo tíos, resulta que en verano pasaba lo mismo.

Y 22 tíos aburridos en el calor del verano, pensando qué hacer para divertirse, paren algunas ideas que, cuando menos podemos calificar de disparatadas.
Quizá comparado con lo que hoy en día se oye en los medios de comunicación, parecen tonterías: no matamos, ni violamos ni nada por el estilo, por supuesto.

Pero, por ejemplo, si forzamos la entrada en el chalet de un famoso actor y director de teatro, que era vecino de la zona, y aprovechando sus ausencias, nos colábamos en la casa. No rompíamos nada. Solo disfrutábamos de los sillones de cuero, el estero de lujo, no bebíamos el bar, nos tomábamos todas las delicatessen que encontrábamos, y disfrutábamos de algo desconocido en las demás casas: el aire acondicionado. Aquel chalet, que era raramente utilizado por su dueño se transformó en nuestro “club social de lujo”. Hasta que una noche, en plena juerga, oímos acercarse un coche. Saltamos como locos por la ventana, y, en plan película, los faros del coche que entraba recorrían la vaya a escasos centímetros por debajo de los pies del último que la estaba saltando.
Después de aquello, instalaron una alarma y nos jodieron la diversión, con lo que en venganza, tiramos todos los tiestos y plantas del jardín a la espléndida piscina que acabó convertida en un barrizal, y rompimos todo el mobiliario de exterior que quedó a nuestro alcance.

Cuando vimos a la guardia civil visitar la casa, se acabaron todas las bromas y tonterías con ese chalet. Éramos salvajes pero no tontos y con la guardia civil no se jugaba…

No iba por buen camino, la verdad, pero era divertido…

3 comentarios:

Liz dijo...

No te hacía tan gamberro Aspective. Todos tenemos un pasado, vaya.
Pero lo dar pistas... si llegan a a ser mis macetas aún te estaba yo buscando!!

Un abrazo

El efecto mariposa... dijo...

Anda mira él... Con lo modosito que parece... jajajajaja.
Gamberro!!!
Besos mil y gracias por volver.

Dina dijo...

La de barbaridades que se llegan a hacer en manada, jajaja... no quiero ni pensar en la cara del dueño si os llega a pillar dentro, jajaja