martes

Cita a "ciegas". Relato

Miré como se alejaba, taconeando con ese paso decidido y firme que le caracterizaba y el sensual movimiento, de suave ondulación, de sus caderas que tan perfectamente marcaba y hacía resaltar su precioso trasero. El pelo largo, negro, se balanceaba al mismo ritmo consiguiendo acentuar la sensación de sensualidad que emanaba de ella. Y se notaba, pues noté que varias miradas, con más o menos discreción, se volvían a su paso.

Estuve mirándola hasta que poco a poco se perdió entre la gente. Se difuminó, haciéndose invisible y tuve que apelar a todas mis fuerzas para no echar a correr detrás de ella. Intenté llamarla pero solo un suspiro inaudible con su nombre salió de mi garganta: “Sara…”

Como pude me sequé las lágrimas que abundantemente corrían por mi cara hasta empapar la cana barba. Era inútil. El vertido continuaba y su flujo era mayor que la capacidad del pañuelo. Seguía llorando. Lentamente, apesadumbrado, me giré y volví hacia el coche y me dejé caer en el asiento. Volví a poner, como penitencia o martirio, no lo sé exactamente, la canción que desde la primera vez que la oí había identificado inmediatamente con ella. La melodía comenzó a sonar:


- “I kissed you good bye at the airport…”

Bien, no era un aeropuerto, pero era una despedida y ella me había besado ¿no? La canción continuaba desgranando su texto

- “Tonight, tonight, tonight, tonight, I wanna be with you. Tonight, tonight, tonight, tonight I wanna be with you tonight.”

Sí, era cierto, esta noche y todas.

Me dije que ya lo sabía. Que antes de ir ya lo sabía. No entendía por qué estaba llorando, por qué me sentía tan mal cuando, antes de empezar el fin de semana, ya sabíamos que el domingo debía acabar. Estaba claro sin embargo. Quería más, quería todo. ¿Había sido una locura? Sí, claro, por supuesto. Vivificante, maravillosa, refrescante. Una locura que de no haberla llevado adelante nunca podría decir que había vivido. Mientras seguía el soniquete de fondo, una canción de despedida en realidad, cerré los ojos y quise saborear todos los recuerdos antes de que se me pudiera escapar nada.

Habíamos decidido quedar a mitad de camino. En un sitio neutral, donde nadie nos conociera y donde no nos fuésemos a encontrar con nadie. Un lugar para estar tranquilos y cómodos, a nuestro aire. Nos separaban 591 Km. Habíamos quedado en Puebla de Sanabria, un precioso lugar zamorano en el que podríamos hablar, pasear, conocernos… Y por supuesto, también había hotel: Hotel Posada Real La Pascasia. A pesar de su nombre, me lo había recomendado mi hermano una vez que estuvo por allí.

Sara no me hizo caso. En contra de mis consejos, intentando ponerme en su lugar, le había propuesto que acudiera a la cita con una amiga de confianza. Lo desestimó a pesar de estar plena de cordura y lógica. Al menos, inicialmente quedamos en un lugar público. Un café en la plaza. Algo atemporal, como infinidad de parejas habrían hecho a lo largo de los años.

Llegué al pueblo con bastante antelación respecto a la hora del encuentro y me dirigí directamente al café. Quería darle la oportunidad de poder verme, estudiarme anónimamente, desde fuera, y salir corriendo si lo deseaba. Siempre podía llamarme luego, durante el camino de regreso y argumentar cualquier excusa. He de reconocer que estaba nervioso. Muy nervioso. No sé por qué. Era ella. La conocía, y ella a mí, mejor que a muchas personas con las que has pasado grandes temporadas. La comodidad de la escritura sin tener que dar la cara había facilitado grandes confidencias. Cosas, temas que normalmente no suelen salir en una conversación frente a frente. Pero todos los viejos fantasmas, que creía enterrados y olvidados, los antiguos miedos de adolescente, la inseguridad que había dado por desterrada, volvían a estar allí. Conmigo. Me encogían el corazón y me estrujaban el estómago. El tiempo pasaba muy lentamente. Llevaba tres cafés, que no contribuían a tranquilizarme precisamente y aún no era la hora. ¿Se daría la vuelta de verdad?

Y entró. Sólo vi su sonrisa. Una gran sonrisa enmarcada por una cascada de pelo negro que avanzaba hacia mí. ¡Estaba allí! El corazón me martilleaba el pecho y mi respiración se aceleró. ¡No se había ido! ¡Al menos, no se había ido! No recuerdo lo primero que dije. Ambos hablamos a la vez. ¡Menos mal, porque estoy convencido de que solté la primera tontería que se me cruzó por la mente! Todo de lo que siempre he presumido, el aplomo, la seguridad, la confianza, debían de estar de vacaciones. Logré proponerle sentarnos en una mesa. El café estaba medio lleno y de fondo había un confortable ruido, apoyado por la televisión encendida, que facilitaba el anonimato de la conversación.

No recuerdo tampoco el inicio de nuestra charla pues estaba mucho más concentrado en mirarla, en reconocerla, en unir fotos, voz, texto y persona para lograr una unidad real y total. No era como me había imaginado. Al menos, no exactamente, aunque la habría reconocido sin problemas. Era… quizás más alta. Y menos guapa, o con las facciones menos perfectas de lo que había imaginado. Pero mucho, muchísimo más atractiva. Sonreía. Se reía con nuestra charla, que no soy consciente de haber mantenido. Brillaban sus ojos y su pelo. Era realmente muy atractiva, seductora. Estuvimos hablando largo rato, ambos intentando conectar lo que sabíamos del otro con lo que veíamos. Propuse dar un paseo, aceptó, y caminando sin rumbo, continuamos la conversación. No sé si fue accidental o lo provocamos uno de los dos, pero nuestras manos se encontraron y ya no quisieron soltarse. El tiempo era agradable, la temperatura ideal por lo que al rato nos sentamos en un banco bajo unos árboles. No podía apartar mi mirada de sus ojos y cuando el más mínimo silencio planeó entre ambos, nos besamos. Creo que fue una decisión simultánea. Sabía bien, sabía a Sara, sabía a gloria. Fue mucho mejor de lo imaginado. Y continuamos hablando, paseando y besándonos. Se movía con una gracia, con un estilo que hacía que la fuese encontrando más y más atractiva aún por momentos. Estaba excitado. Sí, es verdad, lo estaba. Pero el momento tenía magia y no quería acabar con él.

Pasamos frente a un restaurante. Le propuse comer algo, pues creo que era la hora, aunque malditas las ganas que tenía yo. No pensaba que me pudiese pasar nada por la garganta. Y seguía agarrando su mano como si tuviese miedo de que si la soltaba, se desvaneciera. Pero nos sentamos a comer y efectivamente no comimos mucho ninguno pero, algo más relajados, la conversación fluía y las risas aumentaban. Era una chica alegre, divertida, culta, guapa, encantadora. Y estaba allí conmigo. Me sentía como el hermano pequeño de dios, capaz de cualquier cosa.

Hasta después, claro. Finalizado el café fuimos con los coches hasta el hotel para tomar habitación y dejar las maletas. Cuando cerramos la puerta de la habitación tras el botones, nos quedamos callados, mirándonos. Pensé que me habían introducido una viga en la espalda pues me notaba totalmente rígido, envarado. ¿Por qué lo normal se hace a veces tan difícil? Ella se sobrepuso antes. Avanzó hacia mí y me beso, recorriendo con sus manos mi espalda, mi cabeza, mi culo. Al fin pude reaccionar y a mi vez comencé a investigar ávidamente ese cuerpo que tantas veces había soñado. Cada momento con más prisa, sin hablar, sin dejar de besarnos, pudimos despejar la cama, desnudarnos mutuamente y, dejándonos caer, hacer por primera vez el amor. ¿Sí? Bueno, si he de ser sincero conmigo mismo debería reconocer que lo intentamos. Porque esa magnífica reacción, habitualmente llamada gatillazo, consecuencia de la sobreexcitación y los nervios, se instaló conmigo y fui totalmente incapaz de tener una erección. Por lo menos no dije eso de que no sé que ha podido ser, es la primera vez que me pasa, etc. Afortunadamente Sara se lo tomó con humor, con comprensión, con cariño, intentando quitarme presión de encima. Volvimos a hablar, a relajarnos, comenzamos a acariciarnos suavemente y, con más tranquilidad, al fin pudimos hacer el amor. Debo reconocer que no tuvimos una gran coordinación, pero fue maravilloso. No digo increíble. Simplemente, maravilloso. Así pasaron los dos días. Paseando, riendo, haciendo el amor…

Llegó, como llega todo, la hora final. La de despedirse. Y mientras, por dentro, me desgarraba y sentía un vacío negro, total. Me preguntaba qué podía hacer. La respuesta, muy sabida ya, era nada. Dos vidas, dos mundos, mucha distancia, mucha gente alrededor. ¿Cómo se podía desatar todo eso para trenzar algo nuevo? No tenía la respuesta. Ninguna respuesta. Y la dejé marchar. Intentando sonreír mientras lloraba. Lo mejor que me había pasado, mi ilusión, mis sueños, mi felicidad se iban con ella y ni siquiera sabía si la volvería a ver. También se llevaba mi sonrisa y mis ganas de seguir. De seguir con qué, me pregunté. Se alejaba caminado entre la gente. Hacia su coche, hacia su casa, hacia su hogar. Que no era el mío por más que lo deseara. No corrí. Sólo suspiré. ¡Sara…!





Publicado originalmente en "El jugo de la zabila" por Aspective (b. ps.)el 4/9/2009

lunes

Olvida y vuelve. Relato

No escarmientas. Siempre caes en lo mismo. Te convences de que por haberte ilusionado tú va a pasarle lo mismo a todo el mundo.


Te lo crees, te ilusiones, te entusiasmas y finalmente te das el gran batacazo y la depresión, la desesperanza y la angustia te invaden.


No sé que pensaste. Qué desbocada imaginación te ha llevado al punto en el que estás, pero no es aquí donde debes pararte.


Eres mayor, debes de ser responsable, tienes que mantener el equilibrio y lograr centrarte pues hay cosas, cosas importantes, que dependen de ti.


Y sin embargo juegas, irresponsable, alegre al principio, juegas y pierdes y te hundes. ¿Qué esperabas? Lo que buscas, lo que quieres, lo que necesitas no existe.


Céntrate ¡por dios! Céntrate y vuelve a poner los pies en la tierra. Es imprescindible que lo hagas antes de que todo se hunda... Vuelve a tu miseria, a tu día a día, a tu fealdad, a tu gris sucio.


Vuelve mientras aún puedas y olvídate de todo. No es para ti. Lo tuyo, desaprovechado, olvidado, amargado, ya pasó y no volverá. Mala suerte amigo si lo que te tocó no te gustó.


Ahora ya no es tu tiempo ni tu momento.


Olvida y vuelve.




Publicado originalmente en "El jugo de la zabila" por Aspective (b.ps.) el 22/9/2009

Creeré en cualquier dios. Relato

No temas. Seguiré aquí igual que hoy, que ayer, que siempre desde aquel día en que nos conocimos.

En todo momento hemos sabido que era una equivocación. Que todo es un inmenso error desde el principio. No acertamos con la fecha y el lugar y nacimos en décadas equivocadas y en lugares distantes. Fallamos en nuestras elecciones, ya que nunca nos acercaron, y en todas las decisiones; y tú hoy tienes una pareja que no soy yo y unos hijos que deberían ser los míos.

Fuimos profundizando en nuestras vidas y nos enraizamos de tal forma, que hoy la distancia es insalvable, aunque a veces consigamos que, a través del teléfono, nuestras voces suenen juntas, cercanas, cálidas. Pero son minutos robados, sacados a escondidas, ocultos a todos.

Somos amantes. ¿Lo somos? Sí, porque hay amor entre nosotros. No, porque jamás nos hemos mirado a los ojos, ni sentido una caricia. ¿Somos infieles? No, porque jamás nuestras pieles, nuestros labios se han juntado. Sí, porque cada noche, cuando cada uno hace el amor con su pareja, sentimos al otro suspirando a nuestro lado, notamos su cálido abrazo y su sexo húmedo junto al nuestro, aunque para ello sea necesario cerrar los ojos.

Imaginación. Conozco de memoria cada centímetro de tu cuerpo, distinguiría tu aroma entre millones, y la ambrosía de tus labios me embriaga. La caricia de tu suave cabello cuando te giras para mirarme me hace sonreír siempre. Pero estás allí, en tu casa, con tu marido, con tus hijos, con tu trabajo y tus amigos.

Y yo estaré aquí. Siempre. Lejos. Sin ti. Esperando el imposible milagro que ponga todo en su lugar. Sabiendo que no sucederá, pero creyendo en cualquier dios que me dé esperanzas. No puedo vivir sin ti aunque no estés aquí. Te necesito para seguir viviendo la vida que no me correspondía. Te necesito para poder seguir respirando, levantándome cada mañana y quemar otro día sin ti.

No me iré, no podría. Te amo demasiado para poder vivir sin ti.





Publicado originalmente por Aspective en el Blogguercedario el 5/6/2010

Películas, actores y Hollywood

He crecido con el cine. Al igual que a otros, cuando eran niños, les contaban cuentos o les leían libros, a mí me contaban películas. Mi madre, una gran cinéfila que pilló de estreno la mejor época del Star System de Hollywood, cuando es este país el cine, el fútbol, o la era, constituían las únicas alternativas de diversión posibles, me relataba, con gran precisión de detalles, todas aquellas películas con las que había pasado tardes de ensueño en la butaca de un cine. También vio a Di Stefano, pero a mí me aburre el fútbol y de la era, afortunadamente, no me ha contado nada.

Crecí, desde que tengo memoria, rodeado de los grandes aventureros y románticos de todas las épocas y mucho antes de que la televisión me los mostrara. Sentado en el suelo de la cocina escuchaba absorto, totalmente embelesado, mientras mi madre andaba trajinando entre cacharros, como Errol Flynn robaba a los ricos para dárselo a los pobres en el Bosque de Sherwood, Johnny Weissmüller lanzaba su grito inimitable acudiendo en auxilio de Maureen O’Sullivan, raptada por algunos desaprensivos, o Vivien Leigh ponía a dios por testigo de su famoso juramento frente a Tara.

En aquella cocina, en aquel suelo, transcurrieron unas tardes inolvidables. Viví aventuras magníficas, convirtiéndome, por supuesto, en protagonista de todas ellas, pasé ratos inquietantes y me tronché de risa, pues todos los géneros eran favoritos de esa mujer que, siempre presumiendo de mala memoria, podía emplear una tarde entera en contarte una película de noventa minutos. Cuando, tiempo después, la “echaban” en la televisión, no solo la había visto ya, sino que todos y cada una de las escenas, de los detalles, estaban perfectamente grabados en mi mente.

Es curioso, no conocí a Caperucita, ni a El Gato con Botas ni a los otros clásicos hasta bastante después, pero Taras Bulba, Rebeca, La costilla de Adán, Scaramouche, Casablanca, El terremoto de San Francisco, Murieron con las botas puestas, Solo ante el peligro, Beau Geste y tantas y tantas otras fantásticas películas compusieron mis sueños de niño. Pirata, Espadachín, Pistolero, Aventurero, fueron vocaciones que alternaba según la película que tocara. Por supuesto, si moría heroicamente en la aventura, como a veces les ocurría a los buenos, pocas veces, yo quería un funeral vikingo, que molaba un montón. Lo sabía gracias a Gary Cooper en Beau Geste y a Kirk Douglas en Los Vikingos. Eso era lo más: mientras la chica te lloraba en la orilla, la barca con el cuerpo del héroe se alejaba y finalmente cientos de flechas ardientes la incendiaban, mientras la banda sonora alcanzaba su clímax. La leche, vamos.

En aquella época, y gracias a Hollywood, las cosas estaban muy claras y no había lugar a medias tintas. Los indios, los alemanes, los rusos y los japoneses, eran malos. Siempre. Bueno, menos Cochise (“Flecha Rota”) que era una rara excepción inexplicable. Los bárbaros, también malos. Y los romanos, pues dependía del color de la capa. Roja, malos; blanca, buenos. Estaba claro. Como aún no había llegado Sidney Poitier, los negros si no eran esclavos, o el mejor amigo del bueno, eran ladrones. Y los mejicanos siempre eran unos misérrimos labradores, vestidos de blanco, con el sucio sombrero de paja estrujado entre las manos y acojonados. Los buenos eran guapos y los malos, feos. La “chica” era preciosa y tenía cara angelical y la “mala” iba siempre súper peripuesta y muy pintarrajeada. Evidentemente de todo ello se podían sacar grandes enseñanzas morales, con las que nos alimentaban a todos.

Por supuesto, mi madre no sabía inglés. Y lógicamente los actores conservaban su nombre, pero castellanizado convenientemente. Todavía me suena raro oír “Clark Gueibol” en lugar del más original y genuino Clar G.a.b.l.e, o el rarísimo Spencer Tracy en vez del normal Espencer Traci. Supongo que cuando los americanos se dieron cuenta de que estábamos en el mapa y vinieron a vendernos sus cursos de inglés, cambiaron el nombre de todos los actores: Antoni Kin, Yoni Beismuler, Kir Duglas, Tirone Pover y demás elenco, se rebautizaron a unos nombres impronunciables y anglosajones. Pero me gustaba más, me gusta más, oir la pronunciación original made in spain de la época. Parecían más nuestros.

Hay docenas de películas que se me vienen, a borbotones, a la memoria. Casi todas en blanco y negro, que mi imaginación coloreaba en el más puro Technicolor ©. El cine, desde entonces, es uno de mis pasatiempos favoritos y pese a la mula, y los vecinos de butaca coñazos, voy cuando puedo. Pero no es lo mismo. Algo le falta, que las películas que ya no me conmueven ni me hacen soñar como entonces. Será el suelo de la cocina, la mala memoria de mi madre, o la vívida imaginación del niño que fui. Será. Pero no es lo mismo.





Publicado originalmente en El Blogguercedario por Aspective el 25/11/2009

domingo

"Te quiero hermanito" Relato.

Se lo decía bajito, con cariño, susurrándole suavemente al oído mientras con su mano le acariciaba los cabellos. Él estaba en un duermevela, en coma lo habían llamado los médicos, del que no sabía si podría despertar. “No es fácil, en casos como este, predecir cómo va a evolucionar”, habían dicho. “Va a depender, en gran parte, de sus ganas de vivir”.

Sus ganas de vivir… ¿Cómo se pueden medir las ganas de vivir de alguien? Miró a su hermano postrado en una cama de hospital, desecho por dentro, consumido por la enfermedad, con llagas abriéndose por doquier, sucio, con una melena grasienta y descuidada, uñas roídas, rotas y ennegrecidas y el color de quien ha pasado demasiado tiempo a la intemperie. Sin embargo ella lo vio tan guapo y alegre como su recuerdo le permitía.

“Te quiero, hermanito”

Antes no fue así. Antes de conocer a Sonia, no era así. La historia, reflexionó, era casi vulgar. Estaba cantada. Conoció a Sonia y se enamoró de ella. Locamente. Pero no era la mujer adecuada y eso estaba claro. Claro para todos, menos para él, que cada día se levantaba, andaba, respiraba sólo pensando en ella. Pero ella se fue, la historia terminó y, como todos habían predicho, mal. Se quedó sólo, se hundió en su interior y no pudimos o supimos sacarle de ahí. “Te quiero hermanito, perdóname si te fallé, si no supe anclarte al mundo, elevar tu ánimo, calmar tu doliente corazón, perdóname”. Poco a poco él cayó en una negra depresión, en un pozo cada vez más profundo, habitado únicamente por ataques de pánico, manías y obsesiones enfermizas. Perdió el trabajo, dejó de atender las llamadas de sus amigos, se encerró en casa, en la cama, en sí mismo, hasta que un día desapareció. No dejó recado, ni notas, ni se despidió, simplemente se fue sin un adiós. Por supuesto le buscamos, denunciamos su ausencia, pusimos anuncios y pasquines y recibimos llamadas de bienintencionados que creían haberle visto. Incluso llegamos a la TV a un programa de esos en los que vomitas las tripas a cambio de conseguir que su foto saliera en pantalla. Pero fue inútil. Sencillamente, no estaba.

Habían trascurrido cuatro años, cuatro largos años sin noticias, hasta recibir la llamada de la policía en la que nos informaron de que le habían encontrado tirado, medio muerto, en una calle cualquiera, cerca de un barrio marginal conocido por el trapicheo que allí se daba. Nos comunicaron a qué centro médico de la ciudad le habían trasladado y el diagnóstico fue demoledor: “Tiene el VIH, ha desarrollado la enfermedad y está destrozado interiormente. Se ha debido meter de todo. Además, tiene hepatitis y…” La retahíla era larga, sobrecogedora.

Ella le miraba con los ojos húmedos mientras le seguía acariciando con ternura y hablándole al oído. Quería que recordara, que regresara con ella, que volviera a ser, como siempre, su hermano mayor. Aquel que desde que ella tenía memoria la acompañaba cada día al colegio, agarrados de la mano. El que cada vez que alguien se metía con ella, le tiraba de las coletas, o se burlaba de cualquier cosa, se erigía en su paladín y con su presencia o con sus puños, conseguía que las cosas volvieran a su sitio. Su hermano mayor, que se la llevaba a su cuarto y la distraía con juegos y tonterías cuando sus padres decidían dirimir sus diferencias a gritos e insultos. El que la fue a recoger a la salida de sus primeras fiestas. El genio en matemáticas que conseguía que dejara de odiar a Pitágoras y Gauss. El hermano que le ayudaba con las tediosas láminas de dibujo técnico que ella no tenía paciencia para acabar. El que le prestó su hombro y engujó sus primeras lágrimas cuando llegaron los juegos de amor adolescentes. Aquel del que todas sus amigas estaban enamoradas porque era alto, guapo, inteligente y tenía la sonrisa, esa media sonrisa, que las dejaba embobadas.

Te quiero, hermanito. Pero no te vayas. Te he echado mucho de menos: tus palabras, tus sonrisas, tus consejos, tus miradas cómplices. Todo lo que me has enseñado y me has querido. Siempre un puerto seguro, un refugio cálido frente a un mundo cada vez más hostil. No te vayas, quédate conmigo, por favor. ¿Qué voy a hacer sin ti?



Publicado originalmente en El Blogguercedario por Aspective el 21/1/2009

Te esperaré. Relato


Una gran promesa implícita.
Una realidad lejana.
Un deseo contenido.
Un imposible…
La corta frase contenía mucho más que las diez letras que la componían. Era un mundo en sí mismo, la esperanza de una vida nueva y diferente.

Cuando la evocaba en su mente, miraba en derredor y sentía lo diferente que podría llegar a ser su penosa y pesada vida. Cuando la abrumadora realidad le asfixiaba y sentía que no podía más, la evocaba en su mente.

No creía, nunca creyó, que pudiese ser verdad. Esas promesas, realizadas en momentos de despedida, de dolorosos adioses, se hacían con el corazón pero sin contar con la razón. Eran verdad, ahí, en ese instante, pero su cumplimento, al conjugarse con el día a día, se volvía imposible. Sin embargo eran como la música evocadora de un pasado, de un momento feliz, que vuelve a traernos la vivencia a nuestros poros y nos eriza de nuevo el vello al sentir el aliento o la caricia casi olvidados.

Te esperaré. Se lo había dicho, se lo había escrito y así lo sentía cuando salió de su corazón. Pero la vida se había impuesto. Cada hora, cada minuto de realidad había contribuido a borrar la intención dejando en su lugar un vacío, que solo el recuerdo de momentos felices, quizás solo imaginados, podía llenar.

Las intenciones son importantes, pero no descuentan besos ni abrazos. Las promesas, las palabras hermosas, las esperanzas sembradas, aportan consuelo en la derrota, en el olvido, en la soledad de la certeza. Pero el sabio conoce como dosificarlas en la memoria, lejos de la creencia o de la fe, para que su influencia no entorpezca el presente ni el devenir de un futuro cierto, que se aleja cada vez más de esos deseos, de aquellas ensoñaciones que provocó en la mente el escuchar el juramento ansiando. Te esperaré.

Sin embargo, cuando abres los ojos y la gris y horrible fealdad del aquí y ahora te impacta sin misericordia, cuando el tacto siente la rugosidad de la realidad, y los acres aromas del humo y la mierda inundan tus fosas, cuando el único sabor que conoces es el amargo y los sonidos, todos, son gritos estridentes, tu mente quiere volver presurosa a la incumplible promesa y refugiarse en ella olvidándose de su vida, de su asquerosa vida real.





Publicado originalmente por Aspective en "El reto de escribir" el 8-1-2010

¿Y si...?. Relato

Odiaba esa sensación con todas sus fuerzas. La duda, la incertidumbre de no saber lo que podría haber sido de no dejarse dominar por la cobardía. Odiaba también la idea de que, quizás, hubiese podido salir bien. El problema es que ese odio, y posiblemente el arrepentimiento, surgían a toro pasado, cuando ya era tarde. Sin embargo, en el momento de decidir, de dar un paso al frente, se quedó inmóvil, quieto, en silencio, como una estatua. Pero las estatuas no lloran. Y él lloraba porque sabía que la estaba dejando marchar. Y que no volvería.


Podría haber sido, tal vez, el gran amor de su vida. Podría haber sido, tal vez, la persona junto a la que encontrar la felicidad. Podría, sí, podría, si él se hubiese decidido a dar un paso, a lo mejor a decir solo una palabra. Algo que hubiese dado respuesta al interrogante que se podía leer en los ojos de ella.


Pero le pudo el miedo a enfrentarse a los convencionalismos y al entorno. O la conformidad, pues pensándolo bien, tampoco tenía una vida tan mala. O el temor al riesgo de cambiar lo cierto, gris y cómodo, por algo que miraba ilusionado, que despertaba su alegría, pero que exigía esfuerzo, sacrificio y que no tenía garantías de éxito.


Fue mucho después cuando, frente al espejo que le miraba acusador, se atrevió a confesárselo. Por primera vez osó murmurárselo en voz alta. Sí, la había amado. Le daban miedo las grandes palabras. Nunca las utilizaba pues argumentaba que de tanto usarlas estaban devaluadas, y que ya no significaban nada. Pero lo cierto es que le daban miedo. Y no la utilizó cuando debió hacerlo. Ni siquiera se lo reconoció así mismo. Estuvo enamorado. Nunca lo diría en voz alta delante de nadie, pero estuvo enamorado de esa mujer doblemente prohibida. Se escudó en cuantas excusas pudo encontrar. Se escondió detrás de nobles argumentos sobre fidelidad, promesas, hijos… Se convenció de que su sacrificio, su cobardía, eran altruistas y dignos. Por el bien de los demás. Por no hacer daño. Era lo que había que hacer, lo que se esperaba de él. Y se quedó quieto y en silencio. Y ella no volvió.


Al dejar de tener noticias suyas, al no verla, cuando no pudo sentirla de nuevo entre sus brazos, nació la pregunta ¿Y si me hubiese arriesgado? Confió en que el tiempo, que según dicen todo lo cura, difuminase su recuerdo y su cuestión. Pero le habían engañado. El tiempo no borra nada, ni el viento lo arrastra. Siguió ahí día tras día, año tras año. Nunca la pudo olvidar.


Y hoy, al fin, conocía la respuesta. Hoy ya estaba seguro. Tendría que haber perseguido su amor. Luchar por su felicidad. Hubiera sido mejor, infinitamente mejor jugar, apostar y perder si hubiera sido necesario, que vivir el resto de sus días con la duda de lo que hubiese podido ser. Con esa incertidumbre que, acrecentada en los malos momentos, siempre, cada día, le estrujaba el corazón, le llenaba de congoja y le corroía las entrañas.


Publicado originalmente por Aspective en "El reto de escribir" el 16/1/2010

Tu rostro. Relato

En ocasiones, cuando tengo la guardia baja y las defensas rendidas, de nuevo veo tu rostro. Lo veo en la penumbra de aquel rincón impensable, era la primera vez, y cien ojos invisibles nos contemplaban. Fue un roce fugaz, un amago y un adiós extemporáneo. Sin embargo, tu rostro quedó impreso en mi retina, indeleble en mi memoria, como el sutil contacto que tuvimos.

Veo también esa sonrisa, deliciosa, amable, que surge de repente y cambia el día y el ánimo que, cual piedra filosofal, transmuta el entorno y crea un edén donde estaban el frío cemento y el sucio asfalto. Mientras, tu lengua pícara, juguetona, se esboza levemente entre tus dientes y muestra a la niña traviesa que aún habita en ti.

En ocasiones, cuando el sueño va ganando terreno a la vigilia y la oscuridad reina en derredor, creo ver el brillo de tus ojos, de los cuales los míos no pudieron apartarse aquella vez. Quizás es el titilar de los astros nocturnos asomándose por mi ventana y el sueño, o la ilusión, que me empujan a la confusión y sólo veo lo que tanto ansío ver de nuevo.

En ocasiones, cuando la brisa arrecia y la siento firme en el rostro, veo, imagino, sueño, que son tus manos que se acercan a mi cara y la acarician, como aquella vez, deteniéndose un segundo en su camino, y permitiendo que ese suave contacto de tus dedos lo sintiera cálido y dulce y me hundiera en un gozo relajado, cerrando los ojos, intentando extender hasta el infinito el momento.

En ocasiones, cuando el invierno media y su fin aún no se insinúa, veo en los alcorques de mi jardín, húmedos, mojados por la escarcha, el crecimiento pausado y lento de los frutos de los limoneros que planté para que inundaran con su perfume, tu perfume, mi casa y así estuvieras siempre presente, siempre conmigo, envolviéndome en tu aroma.

En ocasiones, sin embargo, veo la verdad. Miro, con desesperación, en todos los lugares donde alguna vez te encontré, te busco ansioso, loco, angustiado. Pero no estás. Sé que no fuiste una ilusión pues mi imaginación no pudo inventar, pobre de ella, la sensación de aquel beso, de aquel abrazo. Pero no estás. Igual que la magia o la casualidad te hizo llegar hasta mí, de repente, sin avisar, sin estar preparado para ti, un día, sin que nada despertara mis alarmas, tal y como anunciaste que podría suceder, desapareciste, te fundiste en una nada inmensa que no puedo abarcar con mi búsqueda.

Fiel a tu compromiso me dejaste un mensaje. Dijiste una única palabra. La que nunca quise escuchar. La que me dejó deshecho y roto: "adiós..."


Publicado por Aspective originalmente en El Blogguercedario 12/9/2009

Ya no pude parar de reir. Relato.

Me escapé esa tarde del trabajo. Solté una excusa sobre una visita al médico y me largué hacia esa zona, cercana a Madrid, que constituye la falda de Navacerrada. Pinares, manantiales, aire puro y sensación de naturaleza, de aislamiento, de verdad. Siempre que necesito pensar, recargar las pilas o recibir un baño de optimismo acudo a esos bosques que, desde niño, siempre han sido un lugar especial para mí.

La tarde era soleada. El ambiente olía a tierra, a agua, a pino y jara. Después de unos cuantos días de lluvia la primavera se enseñoreaba del clima y nos mostraba su faz más amable. La luz se filtraba entre las copas de los árboles y los helechos crecían desaforados por doquier. En los claros, la jara en flor te embriagaba como un adelanto del verano aún lejano.

Por allí me puse a caminar, golpeando al pasar las piñas caídas. Iba concentrado en mí, intentando mirar en mi interior. Discernir la verdad de la mentira y de lo imaginario. Tenía que aclararme antes de meter la pata hasta el corvejón y hacer o decir algo de lo que después me arrepentiría.

Al menos una cosa estaba clara. Yo la quería, deseaba seguir con ella. Sobre eso no tenía dudas. Pero ¿y ella? Ahí es donde radicaba el quid, donde estaba el meollo. Decía, de palabra, que me quería y en ningún momento se podía deducir de sus planes futuros, de sus planteamientos de convivencia que no fuese así. Pero ¿me amaba? ¿con lo que ella me daba era suficiente? ¿qué debía hacer?

Yo había llegado a la conclusión de que ella no estaba enamorada de mí. A pesar de sus verbalizaciones “te quiero mucho”, y pequeños mimos del día a día, ciertas cosas, tal vez nimiedades, me inducían a pensar lo contrario.

Creo que me apreciaba pues no se está casado con alguien tanto tiempo, se vive, se tienen hijos, sin que se cree un poso, un fondo al menos de complicidad. No ha habido entre nosotros problemas, al menos problemas serios, más allá de quién baja la basura o recoge el lavavajillas. No había discusiones, ni nada de lo que tradicionalmente se argumenta como excusa. Ni siquiera creo que hubiese una tercera persona de por medio. Entonces ¿por qué tenía la impresión de que ya no me amaba?

Por la falta de contacto. No, no estoy hablando de sexo. En cada pareja la media, las cifras, no valen y múltiples circunstancias pueden explicar su ausencia. Hablo de roce, de abrazos, de cuando te agarran por el brazo o recuestan la cabeza. No hay contacto. Nos movemos en un espacio pequeño, limitado y no hay contacto. Dormimos en extremos opuestos de una gran cama y logramos despertarnos sin habernos rozado siquiera.

Hablo de alegría. De su ausencia. De cómo estar en casa la enerva y ha perdido la alegría que fue una de sus máximas virtudes.

Hablo de tiempo. De buscar mil y una excusas reales, verídicas, nimias, pero excusas que le permitan llegar a casa justo para cenar, o no, y retirarse a leer a la cama. De cómo prefiere la soledad de su lecho a la compañía en el sofá.

La complicidad que ya no está y que con aquellos viejos amigos, aún queridos, sigue manteniendo. Y de cómo la alegría con estos sigue surgiendo.

Hablo del lenguaje corporal. Del sitio que sin pensar, mientras se habla, se elige para sentar. De la ropa que escoge para trabajar o para ir conmigo.

La última vez, ¿la primera? que yo directamente le pregunté si me quería me dijo que sí, que claro que sí, que no como al principio, pues los años pasan, pero que sí me quería. Y no me atreví a preguntar más.

No lo sé. Estoy hecho un lío. Son muchos mensajes contradictorios o es únicamente mi imaginación la que juega en campo equivocado.

¿Qué debo de hacer? ¿Debo hablar con ella? Cuando lo he intentado, además de enfadarse, lo niega todo, lo achaca a mis celos, a mi estupidez a lo que sea, pero por culpa mía.

¿Será verdad?

Intentaré de nuevo hablar. Me imagino la escena. ¿Le diré eso de “cariño, tenemos que hablar”? ¿O eso es válido solo para mujeres? Temo la respuesta. Temo que sea sincera y me diga aquello que tantas veces escuché en mi juventud: “Te quiero, te quiero mucho pero como amigo”. Sí, me imagino la escena y comienzo a reír, mientras las lágrimas se desbordan.

Inicié el camino de vuelta. Ya no pude parar de reír, ni de llorar. Y en el fondo, por crearme esa desazón, ese sinvivir, esa angustia, no sabía si la amaba o la odiaba con toda mi alma.



Publicado originalmente en El Blogguercedario por Aspective el 20-4-2009

Oportunidades desaprovechadas

Yo soy bastante despistado. Es totalmente normal en mí estar buscando algo y cuanto más cerca lo tengo, más difícil me resulta encontrarlo. Típico: bajar del coche y como tienes que llevar varios bultos, coger el llavero con la boca. Y luego pasarme media hora buscando dónde porras habré puesto las malditas llaves.
Afortunadamente cada vez que me pasa la gente que me rodea te consuela: “a mí me pasa lo mismo…”

Extrapolando el tema, creo que la cercanía, la proximidad, en lugar de facilitarnos el encontrar aquello que buscamos, lo dificulta. Supongo que muchas veces es por incredulidad, pero cuanto más importante o valioso es aquello que queremos hallar, más nos cuesta reconocerlo. Y todavía más si ya es algo nuestro. No podemos creernos tener lo mejor posible en nada y siempre pensamos que si yo tengo esto debe de haber algo mucho mejor por ahí, impidiéndonos el disfrute de aquello que por mérito o suerte, nos ha correspondido.

Y si, por casualidad, nos damos cuenta, al menos, de que lo que tenemos a nuestro alcance es, como mínimo, algo valioso, entonces y sobre todo en el caso de las mujeres (perdón por anticipado, no me crucifiquéis), comienzan las comeduras de tarro. “Que si esto es lo que quería… o no”, “que si no será demasiado (poned lo que queráis): grande, pequeño, lejano, joven, nuevo, endeble, pronto, tarde, alto, grueso…” cualquier adjetivo vale cuando el objetivo es no ser feliz, no aceptar nuestra suerte, no disfrutar. Y así con decenas de preguntas que nos hacen, al final, no movernos de nuestro rinconcito de infelicidad y mantenernos cómodos, calentitos en nuestra carencia, pudiendo, incluso, hacer gala de algo de autocompasión “Que mala suerte tengo…”

Creo que cuando la vida nos presenta algo bueno delante, en lugar de hacernos preguntas, de mirar alrededor temerosos, comparar, dudar, pensar, valorar, (y aquí también podéis poner todos los verbos que os apetezcan) hay que agarrarlo incluso con los dientes, no soltarlo, pelear por no perderlo, defenderlo, y disfrutarlo con el convencimiento de que nos corresponde. Olvidemos, por favor, la moral judeo-cristiana del premio y el castigo, de que es malo disfrutar, de que todo es “pecado” y vamos a divertirnos y gozar un poco más en esta jodida vida. Al menos, aprovechad todas las oportunidades. Y si hay que pensar, pensemos después lo cojonudo que ha sido, o porqué ha terminado ya. Pero no dejemos pasar la oportunidad por las dudas o por nuestras propias y personales comeduras de tarro. “¡¡A por ellos que son pocos y cobardes!!”

viernes

Los escándalos sexuales y el abuso de poder

En relación con el escándalo del ex-presidente del FMI, Dominique Strauss-Kahn, publica El País un artículo analizando las variables "sexo, poder y violencia de género". Copio un par de párrafos que me han parecido significativos:


"(...) La gama de los "escándalos sexuales" de la clase política masculina de los últimos tiempos es amplia y va in crescendo. Parte de los incidentes de infidelidad conyugal (el más reciente, ¿Schwarzenegger?), es condenada por la ética puritana pero, en último término, todas las éticas, puritanas o no, la acaban exculpando en un acto conciliatorio en el que típicamente concurren la caracterización de lo ocurrido como algo que atañe a la vida privada: la rehabilitación del orden familiar amenazado a través de un gesto de perdón ofrecido públicamente por el esposo infiel (asunto Bill / Hillary Clinton) y el trasfondo de una sociedad que entiende y tolera que el hombre de poder sea, casi por definición, un seductor de mujeres.

Mucho habría que decir acerca de las formas de violencia que históricamente se han condonado al amparo de la doctrina de la intimidad familiar. Baste decir que secularmente dicha doctrina ha impedido visibilizar que, en sociedades patriarcales, expresiones de dominación, y no solo de afecto, caracterizan la relación conyugal, algo que, entre nosotros, ha dado lugar a ejemplos tan castizos como el de los abusos en impunidad del "señorito" a la "sirvienta". Lo que en todo caso resulta impresionante es la fuerza de su legado cuando observamos que en calidad de "sexo" y de "privadas" se siguen condonando otras muchas formas de abuso de poder. Esto incluye las que se dan, por un lado, en las esferas paradigmáticamente públicas (el mundo laboral y el de la política) y por otro, en situaciones en las que la relación de superioridad jerárquica del hombre con respecto a la mujer con la que tiene sexo es tan clara que no puede uno sino desconfiar de que sean expresión de libertad (asuntos Bill Clinton-Monica Lewinsky, Dominique Strauss-Kahn/Piroska Nagy). Más grave aún es, por supuesto, pensar que incluso las formas de abuso de poder más indiscutiblemente delictivas puedan encontrar acomodo en la vida y en la carrera de los grandes hombres políticos. Pensemos no solo en DSK, a quien se acusa ahora de intento de violación y abusos sexuales, sino por un momento también en Silvio Berlusconi, acusado de prostitución de menores y abuso de poder. (...)

lunes

Poesía que se puede entender

No soy yo alguien muy aficionado a la poesía. Al no haber sido educado en su lectura me suele resultar farragosa, necesario de interpretarla, sin hacer lectura directa, y aburrida. Pero hay excepciones. Y hoy me han dado a conocer este texto que me ha gustado. Gracias



AMOR A PRIMERA VISTA

Ambos están convencidos
de que los ha unido un sentimiento repentino.
Es hermosa esa seguridad,
pero la inseguridad es más hermosa.

Imaginan que como antes no se conocían
no había sucedido nada entre ellos.
Pero ¿qué decir de las calles, las escaleras, los pasillos
en los que hace tiempo podrían haberse cruzado?

Me gustaría preguntarles
si no recuerdan
-quizá un encuentro frente a frente
alguna vez en una puerta giratoria,
o algún "lo siento"
o el sonido de "se ha equivocado" en el teléfono-,
pero conozco su respuesta.
No recuerdan.

Se sorprenderían
de saber que ya hace mucho tiempo
que la casualidad juega con ellos,

una casualidad no del todo preparada
para convertirse en su destino,

que los acercaba y alejaba,
que se interponía en su camino
y que conteniendo la risa
se apartaba a un lado.

Hubo signos, señales,
pero qué hacer si no eran comprensibles.
¿No habrá revoloteado
una hoja de un hombro a otro
hace tres años
o incluso el último martes?

Hubo algo perdido y encontrado.
Quién sabe si alguna pelota
en los matorrales de la infancia.

Hubo picaportes y timbres
en los que un tacto
se sobrepuso a otro tacto.
Maletas, una junto a otra, en una consigna.
Quizá una cierta noche el mismo sueño
desaparecido inmediatamente después de despertar.
Todo principio
no es mas que una continuación,
y el libro de los acontecimientos
se encuentra siempre abierto a la mitad.


Wislawa Szymborska

martes

Del Facebbok

Cuando se rompan tus sueños, recoje las piezas y comienza a construir uno nuevo

domingo

Hoy y mañana y pasado...

Es domingo. Por pocos minutos pero domingo. Ha transcurrido mi primer fin de semana con el peke en casa, en mi nueva-vieja casa. Y ha sido un fin de semana excelente, lleno de actividades y sin un momento para aburrirnos. Ni él ni yo. Hemos contado con la visita de familiares, hemos ido a casa de familia, de amigos, él ha tenido cumpleaños, yo una relajada tarde de compras sin prisa, sin gastar demasiado, tranquila, satisfactoria. Han venido mis hijas, mi madre, la familiar dueña de la casa, hemos improvisado una comida para seis...


Además ya tengo ADSL y teléfono y he conseguido ver la TV sin tener que mover la mesita que la sujeta, por toda la habitación, buscando el ángulo correcto para poder ver determinado canal. Me han enseñado a planchar camisas, mis enormes camisas, que era mi única asignatura pendiente para ser autosuficiente como amo de casa. Aclaro que, que me hayan enseñado, no significa que yo haya aprendido ¿eh? No tiene nada que ver.


Hemos reido mucho, hablado, repasado cosas prácticas... y olvidado los sentimientos. Y ahora deben de estar ya dormidos, porque me sorprende la extraordinaria rapidez con la que me estoy haciendo a la idea del divorcio: me parece bien y me siento bien. No lo entiendo, la verdad.


Mañana por la tarde, después del trabajo, tenemos la primera cita con el abogado que, supuestamente, va a tramitar el divorcio. Tengo delante la imagen de mi primer divorcio, las tensiones, los nervios, la mala leche, muchas cosas negativas. Sin embargo para mañana no tengo nada de eso. Me parece bien. Yo, que no quería el divorcio, que me sentía... no sé definirlo, mal, resulta que hoy, ahora, no solo no me importa, sino que lo veo algo positivo, algo que me abre puertas a una nueva etapa que me ilusiona.


Contribuye mucho, muchísimo, a ello, el sitio. Es viejo, rústico, sin las comodides mínimas y en algún caso, ni las esenciales. La mitad de las cosas no funcionan, o rozan, o chascan, o se caen... pero me da paz, alegría, incluso esperanza. Optimismo. Me siento bien, me sienta bien. Y no echo de menos nada. Hoy. Quizás pasado mañana sea diferente, pero hoy ha sido, es un buen día. Y espero que mañana tambien lo sea. Y pasado. Y el otro...

viernes

Por delegación

Creo que voy a tener que cerrar este blog y dejar un enlace permanente a "La novia de papá" ya que publica lo que siento, lo que yo quisiera escribir, pero mucho mejor. Y no se puede mejorar lo óptimo y menos por mi.

De nuevo da en la diana. En dos post distintos, de diferentes días, cuenta una historia y publica un poema. Yo únicamente me voy a limitar a reproducirlos, dándole a Paloma Bravo las gracias como siempre por saber expresar tan fenomenalmente lo que yo siento y no darme más que facilidades para que reproduzca sus trabajos.

El primero "Tiempos modernos" reproduce una supuesta carta de una supuesta pareja feliz, en las versiones de "él" y "ella". Os copio la versión de "ella":

"Todo empezó hace casi cinco años, en el trabajo... Complicidad casi instantánea que sólo fue creciendo, haciéndose más fuerte. Él estaba casado, con una hija, a punto de la segunda. Yo dejé a mi novio. No había pasado nada, pero era evidente que yo estaba enamorada de otro hombre y... Y llegó la Navidad: más ocasiones para comer, copas de oficina, cosas que no se dicen pero que casi puedes tocar.

Hay tantas historias de atracción entre compañeros de trabajo... Yo sabía que lo nuestro no era eso. O sí: era eso y más. Porque también estaban las citas furtivas, las llamadas secretas, los mensajes...

Sin haberlo buscado, sin que nos diéramos cuenta, estábamos metidos en algo desconocido y difícil de afrontar. Y no estábamos solos porque ella, su mujer, se enteró: unos celos patológicos le ayudaron a descubrir el engaño.

Entonces entramos en el infierno: cotilleos, rumores, miradas, malos gestos... Sentirme juzgada y observada. Pero el peor infierno era el de nuestra cobardía: un año de indecisión, de sabernos enamorados, de saber que éramos, juntos, lo que llevábamos toda la vida esperando. Pero él no era capaz de lanzarse y yo, que siempre había sido dura, aguantaba, esperanzada y blandita, aguantaba un tiempo que no parecía acabar nunca.

Pero acabó: esta vez pudo más el amor que los convencionalismos, las responsabilidades, las presiones...

Hace ya más de un año, con una adaptación difícil, nos hemos adaptado a nuestra vida real, a nuestro amor, y hemos adaptado a dos niñas pequeñas...


Soy una "novia de papá". Estoy enamorada. Soy feliz."

Esta carta puede reflejar muchas historias actuales y pasadas de mucha gente. La mía, la de mi futura ex-mujer, muchas, pues al fin, como la propia carta dice, es una historia tan normal...

El siguiente post "Ya no" es una poesía de una despedida. Yo la reproduzco para otro tipo de despedida.

"Ya no será
ya no
no viviremos juntos
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme
nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.
No llegaré a saber

por qué ni cómo nunca
ni si era de verdad
lo que dijiste que era
ni quién fuiste
ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido
vivir juntos
querernos
esperarnos
estar.

Ya no soy más que yo
para siempre y tú
ya
no serás para mí
más que tú. Ya no estás
en un día futuro
no sabré dónde vives
con quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca
como esa noche
nunca.

No volverá a tocarte.

No te veré morir."

Sólo sé que cada vez que la leo, y releo, acabo llorando.

(Para una información más completa sobre autores o ver los post completos, dirigiros a su blog. Merece la pena.)

jueves

Esta noche

Sólo, en mi nueva vieja casa.


Han pasado una docena de días desde la entrada anterior y muchas cosas han cambiado. La separación temporal se ha convertido en una demanda de divorcio.

Realmente no sé como se ha desarrollado el proceso, pero... ella lo quiere así. Empezar de nuevo. Sin mi. Sin mis problemas, ni lo que llevo conmigo.

Pero no quiero hablar ahora de eso. Tiempo habrá para analizar, pensar, juzgar, arrepentirse, o no, de todo ello. No. Quiero hablar de la soledad, del disfrute de la soledad. Por primera vez en mucho tiempo, en años, estoy relajado. No tengo que dar cuentas a nadie del uso de mi tiempo. Lo puedo perder o emplear como quiera sin que nadie me pida explicaciones o sin que yo me sienta obligado a darlas.

En un sillón, aplastado por innumerables años de posaderas presionando hasta convertir el relleno en un molde perfecto, mirando cualquier serie en la TV, fumando, pensando, estoy simple y llanamente relajado. No quiere decir que me sienta contento o feliz pues hay demasiadas incógnitas en el futuro cercano como para poder verme de esa manera. De hecho, ando más cerca de la depresión que de cualquier otro sentimiento. De la pena por perder, creo que injustamente, algo muy querido. Pero he dicho que hoy no va de eso. Hay una sensación nueva que me encanta. Sí, ya sé que parece una tontería, quizás lo sea, pero estoy a gusto. Sólo.

Mañana reiré, lloraré, me preocuparé, y sufriré. O no. Pero hoy, ahora, esta noche, estoy relajado.