miércoles

Veintiséis de Diciembre

Veintiséis de diciembre. Acaba de pasar el día de Navidad. El día de la paz y el amor en el mundo, las peleas con los cuñados, los villancicos, el pavo, besugo o cordero, trasnochar, adiós a la lotería que salió muy repartida, mientras haya salud... muchos tópicos, algunos sentimientos, muchas historias que se repiten navidad tras navidad, año tras año.

Generalmente la navidad me gusta, me ha gustado siempre. Este año, cuasi inmovilizado por una lesión (como los futbolistas famosos), he tenido un tiempo que habitualmente llenan las compras, las visitas, etc., para reflexionar tranquilamente y vivir la navidad de una manera diferente, distinta. Simplemente echando la vista hacia atrás te das cuenta de que esos tópicos que parecen inmutables lo son únicamente en la superficie. Comienzas a comparar las navidades vividas, y se te aparecen, como las famosos fantasmas de Dickens, los fuertes, los inmensos contrastes que año a año van apareciendo en tu vida. Ayudado por ese marco fijo que son las fechas señaladas, las costumbre inveteradas, repetidas hasta la saciedad, los cambios resultan mucho más evidentes. El quienes, dónde, cómo, el aire festivo, triste o preocupado del ambiente, van tachonando eslabones de tu vida.

Todas estas modificaciones, estos cambios, vividos desde la inmovilidad forzosa de un sofá delante de una TV, (y un ordenador y un smartphone y un e-reader y...) me exigen un mayor tiempo de introspección y análisis antes de obtener algún resultado ¿útil?

En cualquier caso, y con la fea costumbre de autocitarme, sigue siendo válida la entrada de este blog "Los sonidos de la Navidad" pues forman parte de ese marco inmutable, fijo, del que hablaba arriba.

Y como anécdota, el anuncio de "El Almendro" que vuelve a casa por navidad. Estaba yo haciendo la mili (sí, eso ya os indica el porrón de años que tengo) y comenzaban las fiestas de 1981. Allí estábamos 150 tíos postadolescentes, con las hormas revolucionadas, cada uno haciéndose el gallito más que el de al lado, sin respetar ninguna norma de educación más que las que fueran respaldadas por la fuerza de los galones. Cada jornada, por la tarde noche, la habitación conocida como "teleclub", que era la que estaba amueblada exclusivamente con una tele en las alturas y tropecientas sillas de esas con brazo, como la de las escuelas, nos congregaba en los momentos de ocio. La intención, ver alguna serie, película o retransmisión deportiva. El objetivo, imposible. Cada uno hablando de sus temas con los colegas, la nube de tabaco (aún estaba permitido fumar en cualquier sitio) difuminando la visión y no solo la de la pantalla, las bromas, soeces y machistas generalmente, que talonaban cada comentario de la TV, todo ello convertía en misión imposible enterarte de nada. Pero... llegaba de repente el spot de "El Almendro" el de "vuelveeee, vuelve a casa por navidad". Y ese era nuestro sueño, nuestro anhelo común que casi ninguno iba a cumplir ese año. Una inmensa sensación de tristeza, morriña, ausencia, una pregunta insistente "...¿pero qué hago yo aquí?", un nudo en la garganta, unas lágrimas, nada furtivas pero que tú te empeñabas en esconder como fuera pues todos sabemos que los hombres y menos los machotes como nosotros, no lloran... todo ello se difundía automáticamente por el videoclub. Y el silencio. Por primera vez un silencio total y absoluto. Nadie miraba a nadie. Pasaban segundos, algún minuto y por fin, alguien, un salvador, conseguía decir la perogrullada, la tontería de turno, celebrada con una desaforada algarabía por parte de todos. De nuevo se instauraba el habitual, cómodo, acogedor desorden del gallinero. Habíamos sobrevivido a la más peligrosa de todas las sensaciones de la mili. La tristeza provocada por la morriña. Hasta el siguiente anuncio de "El Almendro"...







Y es que ni los Mayas logran cambiar algunas cosas...


2 comentarios:

Conxa dijo...

Parecía una historia del abuelo "porretas" pero no.

Hay típicos tópicos,que son eso precisamente porque son verdad,verdadera..

Y compruebo que sigues escribiendo genial.

Besazo.

Dina dijo...

Que guay leerte tan tierno