Sentirte ridículo y hacerlo.
Quizás, a lo mejor, talvez, no siempre que me he sentido ridículo lo estaba haciendo de verdad. Es posible que, para quien tienes enfrente, lo que esté sucediendo sea algo habitual, pero por la acción o circunstancia, para ti no es tan normal y te sientes ridículo.
¿No sabéis a lo que me refiero? Vamos a ver si con algún ejemplo me explico mejor.
¿Qué sucede cuando vas al taller y tienes que contarle al mecánico lo que le ocurre a tu vehículo? Llegas a uno de estos talleres modernos, con recepción y todo y se acerca un tío con bata blanca que más parece un médico. Lo normal será que, como tú no eres especialista en el tema pero estás muy interesado en que te dejen el coche como nuevo, te esfuerces en hacerte entender recurriendo a un lenguaje no muy especializado y a una profusión de explicaciones inútiles, encima con público, pues todos los que han llegado detrás de ti y esperan también en la recepción, arriman el oído. Tú, lo intentas:
- “Verás es que cuando vas circulando por la carretera, y tocas el freno, dependiendo de la velocidad a la que vayas, tarda más y suena un ruidito así como ññeeeeeeecc, ññeeeeeeecc, ññeeeeeeecc, y el coche tironea un poquito. Pero por ciudad no lo hace, o sea que si voy deprisa lo hace y si voy más despacio pues no, y además tarda menos en parar y no hace ññeeeeeeecc”.
¿Está claro no? En primer lugar, tío, se nota que ingeniero, no eres. Pero esa utilización abrumadora de frases técnicas, la lógica de la explicación, la coherencia del planteamiento, queda totalmente apagada ante tu interpretación de ruidito. ¡Ay! Si Buenafuente te hubiera escuchado, “Tres, el Maiquelyacson” hubiera sido rápidamente sustituido por tu “ññeeeeeeecc, ññeeeeeeecc”.
Me imagino al mecánico, por la noche, tomando unas cañas con sus amigos y haciendo un repaso, entre el descojone general, de los ruiditos que ha sufrido a lo largo del día:
- “Pues hoy me han cantado un puach, puach, puach, otro un blon, blon, blon, blon, pero el que mejor lo ha interpretado ha sido un tío gordo, con barba, que ha llegado al número uno con su ññeeeeeeecc, ññeeeeeeecc, ññeeeeeeecc. Ha estado grandioso. ¡Camarero, otras cañas!
Pues, si, la verdad. Cada vez que tengo que ir a una revisión y hablar con el mecánico me fastidia y me siento ridículo. Sobre todo porque el maldito coche sigue haciendo “ññeeeeeeecc, ññeeeeeeecc, ññeeeeeeecc”.
Otro ejemplo podría ser una ferretería. Una de las de antes, de las tradicionales, tiendas generalmente grandes y oscuras, con pasillos llenos de cajones de madera que contenían un enorme misterio y en las que el dependiente era un tío generalmente feo, expresión de estar hasta las pelotas de todo, con un lápiz aplanado detrás de la oreja y una bata abierta, semi azul o gris o algún otro color de la gama, que había conocido mejores tiempos. Tú, bricolajero impenitente y no escarmentado a pesar de la enorme ristra de fracasos a tus espaldas, has planeado hacer algo fácil: una balda. Realmente son dos maderas, unos tornillitos, un poco de cola y cualquier otra cosa igualmente sencilla. Pero, alma cándida, no has tenido en cuenta que tienes que encontrar… los tornillitos. Y con la cabeza gacha, ánimo de derrota y un poquito de esperanza a ver si hay suerte, te diriges a la ferretería. Y nunca hay suerte. Siempre está llena de fontaneros, albañiles y quince tíos más, de otras profesiones, todos entendidos y con gran experiencia que son capaces de pedir los elementos más extraños y malsonantes que te puedes imaginar ¡¡y les entienden!! Y además, el dependiente malencarado de la bata abierta se dirige sin dudar a uno de los miles de cajoncitos y aparece… con unos tornillitos (¿eso que había pedido eran tornillos?)
Como no consigues fuerzas para huir, poco a poco los marcianos de la extraña jerga van siendo despachados y al fin, te toca a ti.
- Hola buenas tardes. Verá es que yo necesitaba seis tornillitos...
Y te responde preguntando cosas raras sobre la longitud, el calibre, el tipo de rosca, el tipo de cabeza, y cinco cuestiones más que suenan a chino.
- Bueno, (vas preparado y sacas tu arma mágica) pues yo los quiero como estos, pero un poquito más largos.
Y en lugar de ir corriendo a buscarlos, como ha hecho con todos los demás, te sigue haciendo el test:
- Que si de rosca nosequé, que si cincados, que si…
Vamos, a ver, si solo quiero unos tornillos. No estoy participando en la construcción de un rascacielos ni me voy a presentar a un máster en ferretería…
- Verá si yo los necesito para unir dos maderas para hacer una balda para el armario de la entrada que así puedo poner las maletas encima y quitarlas del armario de la habitación porque los abrigos de mi mujer se arrugan al no poder colgar ya que se rozan con las dichosas maletas.
Con esta útil información, te echa un nuevo vistazo para aprenderse bien tu cara para la próxima vez. Se gira, y sin andar ni un paso, saca un cajoncito con tornillos, vuelca en el mostrador un montón de ellos y te escupe:
- ¿Cuántos quiere?
- Tímidamente, Ya que llevas allí un buen rato y has conseguido formar una importante cola detrás de ti, le respondes: seis.
- Los cuenta así, como con desprecio, y dice: 90 céntimos.
Pagas, te vas rápido y, por supuesto, cuando llegas a casa e intentas montar la balda los tornillos no te sirven. Los fuerzas como puedes, y al final instalas la balda, que queda un poco coja y cuando colocas algo gime ññeeeeeeecc, ññeeeeeeecc, ññeeeeeeecc. ¿Se la tendré que llevar al mecánico?
El último ejemplo es en la Farmacia. Y no, no voy a hablaros de preservativos. Voy a hablaros de tampones y compresas. Cuando mi chica me incluye en la lista de la compra los productos de “higiene íntima femenina”. No es que me importe comprarlos. En absoluto. Lo que me fastidia es la falta de información que te hace quedar como tonto. Y además siempre, siempre, hay público y es todo femenino. Ningún tío que se pueda solidarizar contigo. Así, cuando la farmacéutica comienza el interrogatorio tú vas salvando el tipo como puedes:
- Hola buenas, quería una caja de tampones.
- Los quieres de X, Y o Z unidades.
- Eso no te lo han dicho, pero tú, como el refrán; burro grande… “Deme el paquete de Z”
- Para uso diurno o nocturno.
- Coño, para entretiempo, no te jode. En fin, como hay más horas de día que de noche pues te arriesgas: Diurno, por favor.
- Regular, Súper o Maxi-súper…
- ¿Y de qué me está hablando ahora? Bueno, como tu para tu chica quieres lo mejor respondes: “Los extra-maxi-súper-plus”
- ¿Con aplicador?
- Si, por favor, con todos los accesorios: retrovisor, aire acondicionado. Lo mejor para ella que se lo merece todo.
Si además te han encargado compresas, tienes que responder a unas cuantas preguntas más del tipo:
- ¿Normal o tanga?
- Hombre, a mi me pone más el tanga así que…”Tanga”
- Con alas o sin alas.
- No voy a hacer otro chiste fácil. Se te pasan por la cabeza varias respuestas ingeniosas, pero muy serio y digno, en tu línea respondes: “Con alas” mientras piensas que si no las quiere así, que las corte, joder.
- Las quiere blancas o negras
- ¡Coño, también son racistas! ¿Y yo que sé? ¿Sirven para lo mismo, no? Como en el fondo eres un clásico las eliges blancas. Así seguro que aciertas porque ella dice siempre que el blanco combina con todo.
Y cuando ves que te va a hacer otra pregunta,
-Plegadas o…
Le indicas: Mire, deme las que quiera, porque de todas maneras no voy a acertar…
Y sales de la farmacia con un paquetito pequeño pequeño, lleno de alegres colores, sabiendo que cuando llegues a casa vas a volver a quedar como un tonto: “No eran estas. ¿Es que todavía no sabes las que utilizo?”
Francamente, prefieres no contestar e irte a comprar unos tornillitos para la siguiente chapuza.
PD.: Me encantan las grandes superficies, Leroy, Carrefour, en las cuales tú coges lo que quieres sin que nadie te pregunte nada. Te equivocas igual, pero te ahorras unos sofocos…
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