Me comentaba hace poco un amigo lo triste que es el paso del tiempo y como este va deteriorando muchas cosas; como el viento con las rocas, el tiempo desgasta y erosiona las relaciones personales.
Me lo decía con cierta sorna, no exenta de tristeza, y me ponía como ejemplo el dormir en pareja. Al poco tiempo de iniciar la convivencia junto a su chica, me decía, le era casi imposible dormir pues ella, llevaba por su gran amor y su imagen del como deben de ser las cosas, adquirida en las películas, se empeñaba en dormir utilizando su hombro como almohada. “Si, muy tierno – me contaba- pero el hombro se te duerme, el brazo que ella te pasa sobre el pecho al cabo del rato no te deja respirar a gusto y por no despertarla, no cambias la postura en un par de horas con lo que te dan calambres hasta en las orejas. Pero todo es perfecto.”
Sin embargo, los meses y años van transcurriendo y poco a poco el romanticismo idealizado deja su sitio a la comodidad y el mejor dormir. Y ahora su chica, la misma que no le dejaba dormir con su cariñoso abrazo, prefiere las dos camas a la cama de matrimonio, se coloca tapones en los oídos (ya que dice que ronca como un condenado) y un antifaz opaco, como las estrellas del Hollywood, con la excusa de que la luz de la mañana le impide dormir bien. Pero él, internamente, teme que lo que realmente ocurra es que la visión de su cuerpo mientras duerme sea algo que ella ya no puede soportar sin ayudas.
El tiempo pasa, y la realidad es la que es. Y las películas siempre acaban demasiado pronto antes de poder mostrar lo que es la crudo del día a día.
Cuando le dejé leer este post, mi amigo me preguntaba si no iba a comentar nada de los calcetines de lana y el pijama de tupida franela versus el salto de cama de fina lencería de los primeros tiempos. Creo que no, respondí. La idea ya está clara sin necesidad de desengañar más a los recién llegados.
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