domingo

Sentimientos

Que difícil es ser consecuente con tus decisiones.
Armonizar deseos, anhelos, deberes y obligaciones.
Que raro es que podamos aunar lo que el corazón siente,
con lo que la mente manda.
Que duro renunciar a lo que quieres, a quien quieres,
porque no puede ser, porque es imposible, porque dañas a mucha gente.
Pero el amor no es para siempre y sin embargo
la familia, los hijos… se crean, nacen con la perspectiva de ser, de crecer en un entorno permanente.
Falta de amor, discusiones, desencanto, desilusión, ausencia de anhelos, carencia de expectativas, eso es lo que aportamos a nuestro entorno cercano.
Tristeza.
Y sin embargo creemos que cumplimos con lo que debemos porque continuamos allí mientras nuestro corazón sangra, sufre y padece la ausencia del ser amado.
La melancolía nos puede, nuestro malestar es patente, pero intentamos poner al mal tiempo buena cara.
Creemos que logramos engañar a todos pero nuestra infelicidad se manifiesta en cada acto, cada respuesta y cada gesto.
Contagiamos la desesperanza, sembramos discordia y tristeza pero creemos que hacemos lo mejor.
Cuando lo que nuestro corazón quiere lo que no puede ser, lo que no nos dejan, lo que se mantiene sin convertirse en realidad, se enquista el sentimiento y se convierte en utopía.
Sin el desgaste de la convivencia, sin el día a día, sin las miserias que salen a flote cuando veinticuatro horas al día estamos con alguien, ese ser amado conserva flamante su brillo, su encanto y su esplendor, perseverando en nuestro cerebro como algo maravilloso, mágico, a lo que tuvimos que renunciar.
Y su imagen se engrandece.
Nada puede competir contra ello. Es superior a todo y su perfección avasalla a la cruda realidad diaria.
Cuando eso pasa, cuando tu corazón grita ¡vete!, y tu mente, tus circunstancias, tu entorno, te hacen quedarte, sufres. Todos sufren.
Y quien hasta ese momento ha compartido tu vida, en silencio asiste a tu lucha, contempla su futuro y llora en silencio. El destino le depara vivir sin ti, a quien ama, o vivir contigo sabiendo que tu alma está con otra persona, que su querencia sería estar en otro sitio y con otra compañía.
Y no sabe que elegir.
Y sufre.
Y llora.
E intenta vivir.
Aclaración: A todos los miembros de mi familia, familia política y amigos que se han dirigido a mi sobre este tema, les aclaro que únicamente es un ejercicio de escritura sobre una anécdota que me contaron. No es, repito, no es una experiencia personal ¿Aclarado? ¿Y qué hacéis vosotros leyendo mi blog, cotillas?

1 comentario:

Dina dijo...

Supongo que todos esos sentimientos parten de que somos animales de rutinas, nos da miedo-pánico-terror cambiar esas rutinas adquiridas durante años y nos agarramos al clavo ardiendo de pensar "pronto mejorará la situación"