jueves

En la última fusión (Relato Taller Bremen)

Roberto recogió los papeles de la fotocopiadora y se encaminó de vuelta a su despacho. A mitad de recorrido, en pleno pasillo, se cruzó con Ana, la secretaria del departamento vecino.


- Hola Rober, buenos días. ¿Llevas prisa? Te invito a un brebaje de la máquina.


Roberto comprendió que Ana quería cotillearle algo, pues no era habitual en ella tomar café a esas horas y menos del que servía aquel aparato infernal cuyo principal cometido parecía ser “facilitar el tránsito intestinal” como decían en algún anuncio de la televisión.


-Hola Ana. De acuerdo, ¿Quién rechazaría una invitación de una mujer como tú?
-Anda y déjate de tonterías, que nos conocemos hace mucho…


Ya con los vasitos de plástico en la mano, abrasándose, Ana se acercó un poco más a Roberto con cara conspiratoria y bajando el volumen de su voz, le preguntó


- ¿Has oído la última hazaña de tu “amiga” Natalia?
- Sabes que Natalia no es mi amiga, es mi jefa y no es precisamente santo de mi devoción…
- Pues ha hecho otra de las suyas –continuó Ana- Verás, ha propuesto que para el próximo trimestre se reduzca en un 15% el…


A Roberto, mientras escuchaba, se le fue el santo al cielo. Dejó de oír la voz de Ana, que continuaba como un murmullo de fondo y su imaginación voló a Natalia, esa jefa que le habían impuesto en la última fusión y que ocupaba un cargo que claramente debía de ser suyo. Tenía unas ideas muy del gusto de la dirección de la empresa, siempre a costa de putear a los que estaban bajo su mando. Y si podía, también a los que estaban a su mismo nivel. Ahorros, reorganización, cultura de empresa, proactividad (¿Qué coño sería eso, por cierto…?) Todo sonaba muy bien cuando se lo presentaba a los jefes pero siempre se traducía en más trabajo, más responsabilidades y menos incentivos para todos los demás. Habían tenido varios encontronazos, algunos de ellos públicos y muy sonados, lo que le hacía sospechar que se encontraba en la lista negra de Natalia y que, en cuanto pudiera, se desharía de él. Pero no se lo iba a poner fácil. Sus años en la empresa le habían granjeado algunas influencias, algunos buenos amigos y un útil conocimiento de los resortes de la organización. El enfrentamiento estaba encima de la mesa, siempre, eso sí, bajo una capa de educada cortesía, pero sabía que de continuar por ese camino, uno de los dos sobraba y tendría que marcharse. Y él tenía todas las papeletas.


- ¿Me has oído? –le preguntó bruscamente Ana devolviéndole a la realidad-.
- Sí, sí, te he oído -mintió Roberto-. Ya conocía esa nueva patochada. Lo estuve discutiendo con ella varios días, pero no me hizo ni caso, para variar. Al final, se va a cargar el departamento.
- ¿Y tú no puedes hacer nada? –inquirió Ana-
- ¿Qué quieres que haga? Ya lo intento, pero ella es el capitán y yo sólo soy tropa. Doy mi opinión, discuto con ella, pero siempre es inútil.
- Pero esta vez, te perjudica directamente a ti… Bueno, me voy a mi sitio que me van a llamar y siempre me acusan de estar escaqueada por ahí. Hasta luego. ¡Suerte!


Roberto se quedó pensativo. ¿Qué le había contado? No se había enterado de nada. Y encima había dicho que le afectaba directamente. ¿Qué había hecho la tía esta ahora? Se sintió desanimado. Les hacía ver a todos que odiaba mortalmente a Natalia, que se enfrentaba con ella cada dos por tres y que nunca estaba de acuerdo con ninguna de las iniciativas que proponía. Y en parte era cierto, pero no del todo. Por muy cabreado que estuviera, por muy estúpida que le pareciera la idea, cuando entraba a su despacho… todos los argumentos se le venían abajo. Era mirarla… y el resto del mundo desaparecía. Temía incluso que se le notara en la cara y compusiera una expresión bobalicona, sonrisa tonta y mirada con ojos de cordero degollado. La verdad es que perdía todo por ella. No le caía profesionalmente bien, era cierto, y también lo era que le había perjudicado en bastantes ocasiones. Pero sus hormonas se habían impuesto, y su única neurona se había rendido incondicionalmente ante la imagen de Natalia. Realmente no podía decir que estuviera enamorado de ella, pero desde luego, la deseaba a cada momento y protagonizaba todas sus fantasías.


Sabía que así no había manera de ganar ninguna batalla. Lo tenía ya todo perdido. Mostraba, en público, una gran hostilidad hacia ella, hacía todo tipo de comentarios despectivos, y mostraba su malestar allí donde podía. Pero se sentía atrapado. Porque tampoco quería que las cosas cambiaran, que ninguno de los dos se fuera de la empresa, ni siquiera que lo trasladaran pues entonces, su contacto diario, sus intercambios de opinión en el despacho, sus “momentos” como le gustaba pensar a él, desaparecerían. Y ese pensamiento no lo podía soportar. Entre la espada de un futuro profesional dudoso y la pared de una atracción animal totalmente irracional, Roberto sentía una angustia profunda, fruto de la indeterminación, de su incapacidad para tomar camino alguno. Necesitaba el trabajo, quería a su familia, deseaba a su jefa… Un círculo vicioso de difícil salida. Por supuesto, nunca la había insinuado nada a Natalia y jamás había percibido el menor signo de aliento por parte de ella.


Aquella misma tarde, fuera del horario laboral, para aprovechar la jornada al máximo como venía siendo su costumbre, tenían una reunión con los representantes de otra empresa. Como siempre, sus opiniones eran dispares. Pero se impondría la de ella que para eso tenía la última palabra. Finalizada la reunión, Roberto se encontraba como siempre, dividido entre la rabia de ver desechadas sus opciones una y otra vez y el ensueño de haber estado con ella, a su lado, brazo con brazo.


Salieron de la sala de reuniones y acompañaron a los visitantes al ascensor. Cuando se fueron, Natalia se volvió, sonriendo irónicamente, hacia él.


- De nuevo vuelves a estar en desacuerdo conmigo… ¿De verdad ni una de mis ideas te parece correcta? Es increíble… -le espetó-
- Natalia, -contestó Roberto- ya sabes que aquí se hacían las cosas de otra manera. Tu forma de trabajar puede ser más moderna quizás, pero no tiene en cuenta a las personas y yo creo que no sólo los resultados son importantes.
- Roberto, en la empresa moderna, si quieres sobrevivir, lo primero que tienes que conseguir es rebajar costes, ser más competitivo que los otros, garantizar un resultado satisfactorio para tus accionistas…


Siguiendo con la discusión, con su eterna discusión, usando los mismos argumentos que siempre, subieron al siguiente ascensor que llegó, para desplazarse hasta su planta, varios pisos más arriba. Al poco de comenzar a moverse el elevador, la electricidad falló. Todo el edificio se detuvo y ellos quedaron atrapados en el interior de la cabina, iluminados tenuemente por las luces de emergencia. Lo avanzado de la hora, la ausencia de trabajadores en las oficinas, hicieron inútiles sus reiteradas llamadas al botón de ayuda. Nadie les oía y los móviles no tenían cobertura dentro del ascensor.


Nadie vino a rescatarlos. Nadie sabía tampoco que estuvieran allí. Tuvieron que pasar toda la noche. Juntos. Solos. A la mañana siguiente, cuando la oficina se pobló, se restableció la energía y procedieron a sacarles de allí, ambos salieron con cara de perro, discutiendo, casi gritando. Cada uno pensaba lo mismo del otro: “¿No tiene miedo de que la gente murmure cuando nos vean salir juntos, después de toda una noche?”.(*) La discusión, ya pública, subió de tono y alcanzaron a utilizar palabras gruesas que provocaron una llamada desde la dirección de la empresa.


Mientras se dirigían al despacho del director de RR.HH., Roberto sentía en su interior una felicidad irrefrenable. Que noche tan extraordinaria ¡Que mujer era Natalia! Una amante maravillosa…

(*) Frase /Tema de la quincena del Taller Bremen

1 comentario:

Dina dijo...

¿Nadie le había dicho a Roberto el refrán "donde tengas la olla no metas la p........."?