lunes

Contrastes

Por llamar a esta entrada de alguna forma. Pero sí. He tenido sensaciones contrastadas, curiosas, nada importantes, pero que te hacen pensar, al menos, dos minutos (casi). Una barbaridad.

El viernes tuve boda familiar. Misa en toda regla, cóctel (malditos zapatos) y cena (para quien le gustase la cocina esa de títulos largos, platos grandes, manjares pequeños… y raros). Pero a lo que iba. Una boda familiar es el momento de encontrarte con todos aquellos consanguíneos a los que no sueles ver, y con los que menos contacto, incluso electrónico, tienes. Por allí aparecen tíos y primos de distintas procedencias: ¡¡como has crecido!! ¡¡que joven te conservas!! ¡¡pero ¿de verdad tú eres fulanito el de menganita?!! y originalidades parecidas, son las frases más típicas/tópicas que se oyen en el momento inicial del reencuentro.Desde hace cincuenta años, las mismas. Te dan ganas de colocarte un identificador con las respuestas adecuadas a las preguntas que sabes que te van a hacer. De decirle a la tía zutanita, que dejaste de crecer hace treinta y cinco años. Pero da igual. Yo lo vivo con cariño y me gusta encontrarles y reunirnos de vez en cuando. Aunque sea para una boda.

La cuestión es que allí eres Aspectivito. Así te llamaban de pequeño, y así te seguirán llamando hasta el fin de tus, sus, días. Da igual que midas medio metro más que ellos, que peses el doble, que tengas hijos mayores, que… es lo mismo. Tú eres Aspectivito, él, Fulanito, y lo seréis para siempre. Y con el nombre cariñosamente (espero) familiar, va una carga de cualidades, defectos, formas de ser, hazañas de cualquier sentido y dimensión que conforman tu “leyenda”. Blanca, negra o simplemente gris, son hechos que dibujan tu manera de ser en la mente de los demás y de la que no puedes escapar. No importa lo que hayas estudiado, en lo que hayas trabajado, lo que consigas o no consiga;, ese pasado está inscrito en tus genes familiares y es imposible zafarse de él. Da igual que los “hechos” recordados sean ciertos, exactos, invenciones o exageraciones. Leyenda o realidad es indiferente. La mente familiar no olvida perpetuando, a fuerza de repeticiones adornadas, aquellos hitos de los que fuiste protagonista o simplemente figurante invitado. Se recrean en contar la historia una y otra vez en cada reunión, casi siempre comenzando por el inefable “¿Te acuerdas cuando…?”. Y te acuerdes o no, te quieras acordar o no, forma parte de ti, como tu apellido. Insisto, sea bueno o sea algo que prefieras olvidar. Fuiste así, eras así y serás así para siempre. Tu rol en el entramado familiar está definido por esa memoria cuasi colectiva y lo tienes que desempeñar te guste o no. Eres Aspectivito y eres así. Y punto.

Pero también el fin de semana me ofreció la posibilidad de reinventarme casi a mi gusto. De ofrecer una imagen de lo que realmente me hubiera gustado ser o hacer. Esta vez estaba en la terraza de la casaprestada con el peque jugando a la canasta. Era una de esas cestas de oficina, de las que se cuelgan del borde superior de la puerta y a las que se arroja una pelota pequeña y blandita, poco más grande que una de tenis, y que no hace estragos aunque caiga en mitad de la mesa de trabajo. Le habían regalado la canasta por su cumpleaños y la estrenaba en ese momento. Pues bien, durante un lace de su juego, arroja la pelota demasiado fuerte y llega a mis manos que, sentado, estaba desempeñando el fundamental papel de locutor entusiasta del evento (reminiscencia de los dibujos de Oliver y Benji, en los que el narrador es el elemento fundamental de cada episodio pues es el que te dice qué estás viendo). Sin modificar mi cómoda postura en la tumbona, tiro la pelota hacia la canasta y tengo la suerte de que se cuela limpiamente por el aro. Mirada de admiración del peque y su comentario: “Papá, tú, de pequeño, jugabas al baloncesto ¿verdad? Eres muy bueno”. Bueno..., te sientes el amo del mundo. Por un momento piensas en decirle la verdad: “Sí hijo, intenté jugar pero era torpe, lento y malo” pero rápidamente consigues que se te pasen los tontos impulsos de sinceridad y te das cuenta de que con esa verdad no vas a ganar nada. Que no es mejor para él saber que fuiste un “manta” Y le dejas creer, por omisión, que sí, que fuiste bueno jugando al baloncesto. Igual que cree, inocente él, que serías bueno jugando al fútbol si no fuera por ese tobillo jodido que tienes.

Estoy de acuerdo en que no es muy honrado. Pero ¿qué daño haces? Él te ve con ojos de adoración y tú, que nunca disfrutaste de un aplauso, te sientes ahora como ganador de la copa del mundo. Te reinventas un poquito. Por unos minutos disfrutas de algo que no fue pero que te hubiera gustado que fuera. Y vamos a ver… tampoco le has dicho aún nada de los reyes magos ¿no? Pues eso.

1 comentario:

Dina dijo...

Yo lo hice mejor, nací entre 2 remesadas de primos (usease, que no soy ni de la remesada de los mayores ni de la remesada de los pequeños... simplemente estoy allí en mi isla particular)así que, como hago poco bulto, nadie se fijo en mi...y nadie tiene esos recuerdos... ni tan siquiera tengo diminutivo (ya que siempre utilizaron el nombre de mi hermana para dirigirse a mi)...
Más adelante dí otro golpe de efecto: deje de acudir a bodas (salvo las de mis hijas, si algún día llegan a hacer esa locura, no pienso acudir a ninguna más)
Haces bien en dejar que el pequeño te considere un héroe... aprovéchate de esta situación de superioridad mientras puedas