jueves

Yo (me) confieso...

Llevo unos meses viviendo sin TV. Tengo aparato de televisión y lo uso para reproducir las películas y series que me gustan, pero no tengo los canales habituales, ni los raros, por lo que no veo ningún programa en vivo y por ello tampoco tengo acceso a los informativos. Por supuesto me mantengo al día con la radio y la prensa electrónica, pero… no sé, me falta algo para alcanzar el nivel de información que tenía antes de irme a vivir al paraíso. O tal vez es que, sencillamente no me interesa lo que ocurre: siguiendo la actitud del avestruz, al no oír hablar de ello quizás consiga que la deuda española baje su tipo, que las agencias de calificación nos suban el rating o que el déficit del estado y de las CC.AA. se enjugue sin necesidad de subidas de impuestos.

Todo este rollo, perdón, introducción, es para decir que a pesar de llevar un año en la radio oyendo que ECI era, es, patrocinador oficial de la jornada mundial de la juventud madrid 2011, ni me había molestado en saber qué era eso, ni me interesaba lo más mínimo. Como podéis comprobar, desde hace ya un tiempo, en la primera página de mi blog figura una “A” mayúscula. Pero una “A” especial, de trazo fino y rojo que tiene un significado concreto.: “Este blog es ateo y partidario del libre pensamiento“ (*). Esto, para mi, quiere decir que tú me dejes en paz y mientras lo hagas tú puedes mantener la creencia que quieras. Lo podemos resumir en otra frase: No vayas a rezar a mi colegio y yo no iré a pensar a tu iglesia. Cada cosa en su sitio y sin molestar a los demás.

Pero no, ahora llega a Madrid eso de lo que no me había ocupado: la JMJ Madrid 2011. Resulta que nos vemos invadidos de miles de jóvenes vestidos con el merchandising adecuado, que se desplazan en un metro subvencionado y que ocupan los espacios públicos en espera de la vista de su líder mundial, momento en el que supongo, tendrán una reacción de paroxismo. Todo esto ocupa una serie de recursos: infraestructuras, seguridad, sanidad, etc. que dicen que saldrán gratis por el patrocinio de la empresa privada. Bueno. Y que además, la ciudad ganará dinero. Bueno…

Entonces, realmente ¿que me molesta? ¿Ver a unos jóvenes, profunda y lamentablemente equivocados invadiendo Madrid? No. Lo mismo pasa cuando hay alguna eliminatoria de Champions contra algún equipo inglés o italiano y no me molesta aunque tampoco me gusta el fútbol. En ambos casos, puede resultar incómodo. Pero no más que otras actividades que se celebran y tampoco comparto: Carnavales, Orgullo Gay, San Isidro, Desfile de las FF.AA…. Todo ello me es ajeno pero me parece bien que se celebre. Con dar un rodeo y no escuchar las machaconas noticias es suficiente. Y, repito, ¿entonces? Llevo un par de días pensándolo, analizándome y creo haber encontrado la respuesta. Ayer, en concreto, al saludar a un fraile (o cura o sacerdote que no lo sé y no conozco muy bien la diferencia) que me presentó una amiga y ver su sonrisa automática, la verborrea incontrolable que no te deja hablar a ti, la preeminencia de lugares comunes en la conversación, la amabilidad forzada, fingida, se me despertaron un millón de recuerdos tapados y que creo que son el origen de esta fobia.

A los 9 años mis padres me cambiaron de colegio. Del pequeño colegio de barrio, en el que tus compañeros eran también tus amigos de juegos en la calle fuera del horario lectivo, y te cruzabas a tus profesores por la calle a cualquier hora, me cambiaron, haciendo un gran esfuerzo económico, al colegio de renombrón, famoso y reconocido en el antiguo régimen, en el centro de Madrid. Tenia que desplazarme en metro, media hora, para ir, volver, volver a ir y regresar de nuevo. Además, como ya tenía 9 años, lo que estudiaba era importante –mis padres dixit- y no podía perder el tiempo bajando a la calle a jugar: había que estudiar. Total, nuevo colegio, sin amigos (el transporte mandaba) y perdiendo lo antiguos. Pero lo malo estaba por llegar. El colegio fue elegido por fama y tradición familiar. Cinco primos (de dos ramas de la familia diferentes) habían pasado o estaban estudiando allí. La fama… bueno, estábamos en 1968 con lo que quizás podáis haceros una pequeña idea. Era un colegio de curas. Escolapios. Por supuesto con enseñanza discriminada, lo cual quiere decir que para mí, las chicas, fueron algo parecido a extraterrestres hasta unos cuantos años después, porque allí no entraban ni de visita. Y es evidente que tampoco había profesoras, limpiadoras ni nada femenino. Las únicas faldas que se movían eran las de las sotanas negras, raídas, de los curas.

El clima, el ambiente era… bueno no sé definirlo con exactitud: era obligatorio ir a misa los domingos al colegio y si por cualquier causa tus padres decidían que ibas a otra iglesia, por ejemplo, a tu propia parroquia, debías llevar un justificante del párroco como que habías ido a misa. Si no, castigo. Lo miércoles a primera hora de la mañana confesión obligatoria (con los mismos sacerdotes que luego eran tus profesores) y a continuación, otra misa. En estas confesiones, que se realizaban sin confesionarios por medio, con el cura sentado en una silla y tú arropado entre sus piernas puesto de rodillas sobre un reclinatorio, y donde a fin de conseguir el ambiente de recogimiento necesario, te abrazaban y te hablaban al oído, caí en la cuenta de que el único pecado importante era la masturbación y dato primordial era cómo lo hacías y cuantas veces. Era lo que tenías que confesar. Incluso antes de comenzar a masturbarte ya te acosaban con esas preguntas, y tú no tenías nada claro ni lo que te preguntaban ni lo que debías responder. En fin…

El orden y la disciplina eran fundamentales. Antes de comenzar las clases teníamos media hora de estudio tanto por la mañana como por las tardes. En este rato, cuidado por un chaval de un par de cursos más adelantado, estaba prohibido totalmente hablar. Al menor murmullo te señalaba con el dedo y te sacaba de pie al pasillo con un libro para estudiar el resto del tiempo hasta el comienzo de las clases. Justo un par de minutos antes, se pasaba por ese pasillo el cura responsable del ciclo, que diríamos ahora. Y te hacía ver lo equivocado de tu actitud mediante un bofetón que debía tirarte rodando al suelo. Si no lo conseguía a la primera, pues se repetía la hostia hasta que acababas tirado. Una vez convencido, ya podías volver al aula para comenzar las clases. Por cierto, si llegabas tarde, un minuto siquiera, a este tiempo de estudio, el tratamiento era el mismo. Orden. ¡¡Oooordeenn!!

Durante el transcurso de las clases, el criterio soberano era el del profesor. Y los había con gran creatividad o simplemente efectivos. ¿Hablabas en clase y el profesor estaba lejos? No importa. Se lanzaba el cepillo de madera de borrar la pizarra con la intención de darte en la cabeza. Si fallaba y daba a cualquiera que estuviera alrededor no importaba, así aprendía. Otros preferían sacar una fila a la pizarra para preguntar la lección. ¡De cara al encerado y de espaldas a la clase! Así si no contestabas o lo hacías mal, te daban con la mano en la nuca de tal forma que tú rematabas con la frente en la pizarra. No os preocupéis, que nunca se rompió ninguna pizarra. Había algunos que preferían un tratamiento individualizado: te preguntaban agarrándote de la patilla, justo delante de la oreja. A la menor vacilación, al menor error, comenzaban a tirar hacia arriba, hacia arriba, mientras tú intentabas contener las lágrimas y te ibas poniendo de puntillas hasta que no podías elevarte más. Uno de mis favoritos era el profesor de... bueno de lo que tocara pues le tuve en matemáticas, francés, lengua… Este, de bendito nombre “Don-Ambrosio” (todos llevaban el don delante cuando no eran curas), sentado en su silla te pedía la mano. Agarraba el dedo medio y lo doblaba sobre si mismo. Cuando no respondías bien comenzaba a apretar en la uña juntando tu dedo sobre si mismo… Y luego estaban los vulgares: los del reglazo (con regla metálica claro) en los nudillos, la bofetada, etc.… Sin embargo no os puedo comentar lo que pasaba en la habitación, por ejemplo, del padre Pedro, cuando en los recreos invitaba a mis compañeros a ver películas (tenía proyector y todo) de Mortadelo y Filemón, Tom y Jerry, etc. Nunca subí.

Durante toda mi estancia en el colegio saqué 10 en conducta. Lógico. Estaba tan muerto de miedo que no me atrevía ni a moverme, ni a susurrar. No hice ni un amigo que pudiese conservar después del colegio. Recuerdo que el día antes de volver al colegio después de unas vacaciones yo enfermaba: vomitaba, lloraba y rezaba a todos esos santos de los que me hablaban para que hicieran un milagro y no tuviera que volver. Pasé miedo, mucho miedo. Mis padres me decían que lo que pasaba era que yo era un cobardica (mira tus primos, ninguno se ha quejado de nada) y por supuesto, como dios manda y hoy reclaman los profesores, apoyaban todas y cada una de las decisiones de los maestros. Si pegaban, castigaban, insultaban o lo que fuera, algo habrías hecho tú. Respaldo total al enseñante.

Así hasta que justo antes de hacer COU logré reunir el valor necesario para darle un ultimátum a mis padres: si querían que siguiera estudiando me tenían que sacar de allí, donde fuera, pero lejos de ese colegio. Tuve la suerte de que mis queridos primos también habían seguido ese camino, fuera del colegio, y no hubo problema. Mi descubrimiento del mundo que comenzó a partir de ahí es otra historia. Pero hasta ese momento, entre mis 9 y los 16 años fueron los peores 7 años de mi vida con diferencia.

¿Y que consecuencias tuvo eso para mí?:


o La lista de los reyes godos no me la sé. Como si hubiese ido a un colegio cualquiera. No sirvieron de nada las hostias, insultos y amenazas.
o Cuando veía el comportamiento de los curas y luego les oía hablar con padres, o en el púlpito predicando, aprendí algunas definiciones: mentira, hipocresía, falsedad...
o No puedo ver hoy en día un cura-sacerdote-fraile, sin identificarle con aquellos. Creo que sobran. Todos.
o Me hicieron plantearme conceptos sobre “el amor”, “el perdón”, “dios”… Hoy soy ateo. No agnóstico (persona que cree que no le es posible al hombre el conocer la razón última del universo) pues no creo que haya razón última, sino ateo (el término ateísmo incluye a aquellas personas que declaran no creer en ningún dios ni fuerza ni espíritu divino) y tampoco comulgo (jeje) con religiones ateas (budismo, por ejemplo).
o Hoy apoyo a mis hijos, de forma total, incondicional, irracional, incluso insana, en contra de sus profesores. Puede que sea malo para la educación, para el profesor e incluso para mis hijos. No lo puedo evitar. Cuando me acuerdo de la sensación de soledad, de incomprensión, de casi desesperación… los apoyo del todo. Sin dudas. Prefiero equivocarme.
o Rechazo total y de plano de todo lo que sea religión, iglesia, dios, curas, monjas, incienso… Hasta el arte de las iglesias me cuesta.
o Estudio de la historia desde un punto de vista muy crítico con todo lo que en este país ha representado el lastre de la iglesia, y lo que ha condicionado y jodido.

Y supongo que muchos más efectos secundarios sea capaz o no de localizarlos. En cuatro o cinco días vendrá el “santo padre” a que... bueno. Da igual. Que lo celebren, si he de ser coherente con lo que pienso, no debo inmiscuirme en esta celebración, como no lo hago con las demás. Pero me dan tanta pena… creo que están tan equivocados… O lo estoy yo. Da igual, mientras continuemos en galaxias diferentes,.


(*) La Out Campaign es una campaña promocional emprendida en 2007 en medios de comunicación y soportes publicitarios de varios países en apoyo del librepensamiento y del ateísmo, organizada por iniciativa de Richard Dawkins. Un intento por destacar una imagen positiva del ateísmo, a la vez que proveyendo un medio por el cual los ateos pueden identificarse unos a otros, adoptando como emblema una letra A de color rojo, en referencia al emblema de la "letra escarlata", una forma irónica de denuncia del estigma social que en algunos lugares tiene el ateísmo.

2 comentarios:

Niebla dijo...

Entiendo que son las consecuencias que hemos sufrido toda una generación que nos educamos en colegios religiosos, es decir, casi todos deberíamos poner esa A roja.
Tu dices que si eres consecuente, no te debes inmiscuir. Yo lo veo de otra manera. No pretendo meterme con las creencias de nadie, nada más lejos de mi intención. Pero si me molesta profundamente que se gasten un dinero público en semejante cosa. Francamente, no creo que esté la cosa para eso. En fin...... habrá que no bajar a Madrid durante esos días, ¿no crees?
Un beso

Aspective dijo...

Pues realmente tienes razón.
Pero como tampoco estoy de acuerdo con la candidatura olímpica, ni con las fiestas de barrio-botellón, ni con tantas cosas... estoy en contra de todas en general y en particular de ninguna.
Me indigna, pero intento disimular y pensar que simplemente es otra cosa que no me gusta...
Y sí, a quedarse en casita, fuera de Madrid...
Un beso