miércoles

Los ojos no sirven de nada a un cerebro ciego (proverbio árabe) Relato

“No hay peor ciego que el que no quiere ver”, “El amor es ciego”, “Soñaba el ciego que veía y soñaba lo que quería”… y frases y refranes y más frases y más refranes. Todas estas muestras de sabiduría popular, que le dicen, me las han espetado en un momento u otro. Y siempre relacionándolas con el amor. Con mi amor. Con mi extraviada capacidad de enamorarme, siempre, de quien no debo. Algo que, al parecer, ven con claridad los demás en su debido momento y que yo no soy capaz de sentir hasta que tengo encima las consecuencias de mi ceguera.

Quizás yo intente aplicar ante todo el otro refrán. La frase justificativa definitiva que excusa las locuras, tonterías y faltas de juicio de las que hago gala “El corazón tiene razones que la razón no entiende” Y con esto ya está todo argumentado.

Pero al parecer, tienen razón. Meto la pata una y otra y otra vez y como animal, pero hombre, tropiezo las veces que me da la gana en la misma piedra. Y debo de tener muchas ganas. O, tal vez, como alguna vez me dijo alguien que no recuerdo, lo que me suceda es que me enamoro del amor más que de la persona. Esta no sería sino la excusa para sentir, para ilusionarme de nuevo, para dejarme llevar…

Busco la sensación una y otra vez. Incansable. Quiero tener mariposas en el estómago, la sonrisa, bobalicona o no, pintada permanentemente en la cara, los ojos brillantes, el corazón acelerado y en un tris de saltar de gozo. Quiero que las simplezas diarias, el viento, al que llamaré brisa, en mi cara, el sol, que en lugar de deslumbrar, templa, el mar, que no rugirá sino mecerá, tengan un valor especial, cuasi mágico, que sólo adquieren cuanto te sientes enamorado.

Necesito trastocar mi orden de valores de tal forma que en lugar de desear la primitiva o la loto, prefiera soñar con un paseo en un velero, desmadejado en cubierta, mecido por las olas y rozando con las puntas de los dedos la mano de mi amada. Que sueñe, cual niño nuevamente, con hazañas increíbles y aventuras sin fin, que me permitan demostrarle a mi siempre hermosa acompañante mi gallardía, aplomo, valor, arrojo y mi disposición, romántica a más no poder, a empeñar mi vida en cualquier empresa que ella desee. Quiero imaginar el brillo de su mirada, la sonrisa que me dispensa ante tamaños esfuerzos, la suave caricia de su mano, el sonido armónico, maravilloso de su risa…

Todo esto no existe, por supuesto. O yo no lo conozco salvo en mi imaginación y en mis espejismos, producidos al buscar, sin criterio, a mi amada, a la persona precisa para volcar sobre ella todas mis fantasías y deseos. Pero como yo lo necesito, (enamorado del amor) la creo una y otra vez y la encarno en cualquier mujer dispuesta, en principio, a dejarse amar por un loco como yo. El sexo vendrá después, por supuesto, pero aún no tiene cabida en mi imaginación, en mis fantasías, en mis locuras.

Y claro, el camino lógico, el que los refranes anuncian, el que quienes me rodean ven con claridad, se recorre una y otra vez. Y los batacazos, desilusiones, desesperanzas, los brucos aterrizajes y encontronazos con la realidad se producen vez tras vez sin pausa.

Y sin embargo aquí es el punto en el que mi ánimo no decae y ante cualquier nueva oportunidad se inflama de nuevo el corazón, las mariposas despegan, la ceguera vuelve y ya estoy dispuesto, otra vez, a disfrutar de aquello que sólo yo veo, siento, creo. Y aunque sé cómo terminará nuevamente la repetida historia, soy incapaz de vivir sin esta ilusión.



Publicado por Aspective el 26/07/11 en el Blogguercedario

Cuento de los Reyes magos…. para padres

Me hicieron llegar esta historia, introducción incluida, y reconozco que me encantó y creo que puede llegar a mitigar, en parte, esa desilusión que todos en algún momento sentimos cuando nos confirmaron (pues saber, saber, creo que todos lo sabíamos ya) quienes eran realmente los reyes. Lamentablemente no conozco el autor del texto.

xXx

"Son muchos niños a los que les cuentan por ahí que los reyes magos no existen y son muchos los padres que no saben como explicar este hecho. Es por ello que dejo esta pequeña historia para padres y niños, para que puedan explicarles este hecho con facilidad:

Una vez, una hija, Paloma, preguntó a sus padres:

- Papás, ¿existen los Reyes Magos?

Los padres de Paloma se quedaron mudos, mirándose, intentando descubrir el origen de aquella pregunta.

- ¿Tú que crees, hija?

- No lo sé: que sí y que no. Por un lado me parece que sí que existen porque vosotros no me engañáis, pero como las niñas del Colegio dicen eso…

- Mira, hija, efectivamente son los padres los que ponen los regalos pero…

- ¿Entonces es verdad?- cortó la niña con los ojos humedecidos- ¡Me habéis engañado!

- No, mira, nunca te hemos engañado porque los Reyes Magos sí que existen, respondió el padre cogiendo con sus dos manos la cara de Paloma.

- Entonces no lo entiendo, papá.

- Siéntate, cariño y escucha esta historia que te vamos a contar:

Cuando el niño Dios nació, tres reyes que venían de Oriente guiados por una gran estrella se acercaron al portal para adorarle. Le llevaron regalos en prueba de amor y respeto y el niño se puso tan contento y parecía tan feliz que el más anciano de los reyes, Melchor, dijo:

- ¡Es maravilloso ver tan feliz a un niño! Deberíamos llevar regalos a todos los niños del mundo y ver lo felices que serían.

- Oh, sí! -exclamó Gaspar- Es una buena idea, pero es muy difícil hacer esto. No seremos capaces de poder llegar regalos a tantos millones de niños como hay en el mundo.

Baltasar, el tercero de los reyes, que estaba escuchando a sus dos compañeros con cara de alegría, comentó:

- Es verdad, sería fantástico, pero Gaspar tiene razón y, aunque somos magos, ya somos ancianos y nos resultaría muy difícil poder recorrer el mundo entero entregando regalos a todos los niños. Pero sería tan bonito…

Y el niño Jesús, que desde su pobre cunita parecía escucharles muy atento, sonrió y en ese momento, la voz de Dios se escuchó en el portal:

- Sois muy buenos, queridos reyes, y os agradezco vuestros regalos. Voy a ayudaros a realizar vuestro hermoso deseo. Decidme: ¿Qué necesitáis par poder llevar regalos a todos los niños?

- ¡Oh, señor! -dijeron los tres reyes postrándose de rodillas- Necesitaríamos millones y millones de pajes, casi uno para cada niño, que pudieran llevar al mismo tiempo a todas las casas nuestros regalos... Pero no podemos tener tantos pajes, no existen tantos.

- No os preocupéis por eso – dijo Dios- Yo os voy a dar, no uno, sino dos pajes para cada niño que hay en el mundo. Decidme, ¿no es verdad que los pajes que os gustaría tener deberían querer mucho a los niños?, preguntó Dios.

- Sí, claro, eso es fundamental, asintieron los tres reyes.

- Y, ¿verdad que esos pajes deberían conocer muy bien los deseos de los niños?

- Sí, sí. Eso es lo que exigiríamos a un paje, respondieron cada vez más entusiasmados los tres.

- Pues decidme, queridos reyes: ¿hay alguien que quiera más a los niños y los conozca mejor que sus propios padres? Puesto que así lo habéis querido y para que en nombre de los tres reyes de Oriente todos los niños del mundo reciban algunos regalos, Yo, ordeno que en Navidad, conmemorando estos momentos, todos los padres se conviertan en vuestros pajes, y que en vuestro nombre, y de vuestra parte, regalen a sus hijos los regalos que deseen. También ordeno que, mientras los niños sean pequeños se haga como si la hicieran los propios Reyes Magos. Y cuando los niños sean suficientemente mayores para entender esto, los padres les contarán esta historia y a partir de entonces, y en todas las Navidades, los niños también harán regalos a sus padres en prueba de su cariño. Y, alrededor del Belén, recordarán que gracias a los tres Reyes Magos todos somos más felices.


Cuando acabaron con su explicación Paloma se levantó y dando un beso a sus padres les dijo:

- Ahora sí que lo he entendido todo, papás. Y estoy muy contenta de saber que me queréis y que no me habéis engañado.

Y todos se abrazaron mientras, a buen seguro, desde el cielo, tres Reyes Magos contemplaban la escena tremendamente satisfechos.

Bueno, no sé si será porque estoy ñoño o qué, pero reconozco que la historia me hizo aflorar alguna lágrima furtiva (de esas que peleas como loco para que no desborde el ojo y resbale por la mejilla...)Creo que así es como le confimaré a mi hijo el tema de los reyes magos cuando llegue el momento. Le contaré esta historia, sí.

martes

Con el tiempo...

PS. Animaladas: Sí, lo mío es despiste de elefante y memoria de pez. El texto que incluí el otro día, ya lo había publicado en abril. Y sin darme ni cuenta. Esto me lo tengo que hacer mirar...




-xXx-


Vuelvo a disfrutar de una vista a "Nebulosas", el blog que yo querría saber escribir. Y vuelvo a copiar otro texto, que como el famosísimo Instantes, se atribuye a J.L. Borges (ya es algo así como un deporte internacional) pero que al parecer, tampoco es suyo. Afirman que la autora de ‘Después de un tiempo’ es Verónica Shoffstall, se titularía After a While y pertenecería al libro Mirrors and other Insults. Tampoco está confirmado.


Pero da igual. En el fondo la cuestión, lo importante, es si te gusta o no, independientemente de quien lo escribiese. ¿Te gusta?

Despues de un tiempo...


Uno aprende la sutil diferencia entre sostener una mano y encadenar un alma.
Uno aprende que el amor no significa acostarse, y una compañía no significa seguridad.
Uno empieza a aprender que los besos no son contratos y los regalos no son promesas.
Uno empieza a aceptar sus derrotas con la cabeza alta y los ojos abiertos.
Después de un tiempo uno aprende que si algo es demasiado, puede perjudicar; recuerda que hasta el calorcito del sol quema.
Uno aprende que cada uno debe plantar su propio jardín y decorar su propia alma, en lugar de esperar a que alguien le traiga flores.
Uno aprende que realmente puede aguantar, que realmente es fuerte, que realmente vale.
Y uno aprende y aprende con cada día.
Con el tiempo aprendes que estar con alguien porque te ofrece un buen futuro significa que tarde o temprano querrás volver a tu pasado.
Con el tiempo comprendes que sólo quien es capaz de amarte con tus defectos, sin pretender cambiarte, puede brindarte toda la felicidad que deseas.
Con el tiempo te das cuenta de que si estas al lado de esa persona sólo por acompañar a tu soledad, irremediablemente acabarás no deseando volver a verla.
Con el tiempo te das cuenta de que los amigos verdaderos valen mucho más que cualquier cantidad de dinero.
Con el tiempo entiendes que los verdaderos amigos son contados, y que el que no lucha por ellos tarde o temprano se verá rodeado sólo de falsas amistades.
Con el tiempo aprendes que las palabras dichas en un momento de ira pueden seguir lastimando durante toda la vida a quien heriste.
Con el tiempo aprendes que disculpar cualquiera lo hace, pero perdonar es sólo de almas grandes.
Con el tiempo comprendes que si has herido a un amigo duramente, muy probablemente la amistad jamás volverá a ser igual.
Con el tiempo te das cuenta que aunque seas feliz con tus amigos, algún día llorarás por aquellos que dejaste ir.
Con el tiempo te das cuenta de que cada experiencia vivida con cada persona es irrepetible.
Con el tiempo te das cuenta de que el que humilla o desprecia a un ser humano, tarde o temprano sufrirá las mismas humillaciones o desprecios, multiplicados al cuadrado.
Con el tiempo aprendes a construir todos tus caminos en el hoy, porque el terreno del mañana es demasiado incierto para hacer planes.
Con el tiempo comprendes que apresurar las cosas, o forzarlas a que pasen, ocasionara que al final no sean como esperabas.
Con el tiempo te das cuenta de que en realidad lo mejor no era el futuro, sino el momento que estabas viviendo justo en ese instante.
Con el tiempo verás que aunque seas feliz con los que están a tu lado, añorarás terriblemente a los que ayer estaban contigo y ahora se han marchado.
Con el tiempo aprenderás que, ante una tumba, intentar perdonar o pedir perdón, decir que amas, decir que extrañas, decir que necesitas o que quieres ser amigo, ya no tiene ningún sentido.
Pero desafortunadamente, sólo con el tiempo...
Y como aun es tiempo, les mando muchísimos saludos a todos, para los que ya no estamos juntos, por todos los momentos buenos y malos que nos tocó vivir y a todos con los que ahora estoy pasando momentos geniales.
Así mismo pido disculpas a todos aquellos a los que en algún momento les he fallado o no he dado lo que esperaban de mí.

(En inglés lo puedes encontrar aquí)





Bueno, que sea de quien sea, tema que dejo a los académicos, a mi me gusta, y lo encuentro acertado.

miércoles

Aquella noche

Porqué te vienen ciertas cosas a la memoria en momentos determinados es para mí un misterio. Y porqué hay instantes en que todos los parámetros de tu vida se juntan para remar al unísono en una sola dirección, creando un minuto mágico también lo es.

Cierto. Habitualmente, en nuestro día a día, unas cosas salen bien, otras no tanto, unos cuantos temas son positivos y otras dejan mucho que desear, y en general, casi todo se va compensando para crear esa rutina lineal que conforma nuestra vida en general. Sin embargo, como decía, hay momentos mágicos en los que de repente todo, cada uno de los componentes de ese instante, funciona en verde y se une a los demás formando algo irrepetible.

Mientras veía la televisión hace un rato he recordado unos de esos instantes en lo que creí explotar de gozo. Sucedió hace casi (no sé si atreverme a decirlo) 20 años, allá por 1992. Yo trabajaba para una multinacional, en un área que comprendía los patrocinios y habíamos sacado adelante un proyecto, en el que muy pocos creyeron, que tuvo muchas dificultades pero que, finalmente, resultó muy favorecedor para los intereses de la empresa. Además, la forma de explotación de los beneficios de este patrocinio que yo ideé fue novedosa, quizás sorprendente y muy, muy rentable. De hecho, se transformó en una serie de documentales que aún hoy acunan vuestras siestas de sofá desde La 2 de TV. Esto me llevó a tener que exponer en una reunión internacional, con representantes de todos los países en los que estaba presente la empresa (nº 1 del mundo en su sector) cómo se había desarrollado el proyecto, bases, acuerdos, beneficios, acciones, etc. Y hacerlo en inglés con turno de preguntas en inglés y francés. Y que esto escribe, seis meses antes, era incapaz de hablar en público en ninguno de los dos idiomas. Pero después de intensivas clases en ambas lenguas, lo pude hacer con dignidad.

Era principios de verano y el calor ya apretaba. Estábamos en Atenas (Grecia) y el entorno en el que nos alojábamos era fantástico. Nos habían preparado un plan de actividades lúdicas, complementario a las jornadas de trabajo, magnífico y nos trataban a cuerpo de rey, con todos los caprichos y mimos. El ambiente era muy bueno. El día señalado, largué mi speech con éxito, algo que me liberó de seis meses de preocupaciones y tensión, y la adrenalina se me disparó. Acabada la jornada, nos llevaron a cenar al centro de Atenas, a un hotel que era el edificio más alto de la ciudad, en cuya azotea, al aire libre y con una temperatura magnífica, nos habían preparado una opípara cena que estuvo amenizada, en vivo, con canciones populares interpretadas por un extraordinario grupo. A los postres comenzó un espectáculo que no se suele prodigar. La Acrópolis, enfrente de nosotros, iluminada por un juego de luces de suaves colores, distintos de los habituales, formando un magnífico todo, se vio bañada por un espectacular juego de fuegos artificiales. Era una visión increíble. A la sensación eufórica propia, le añadía el sentimiento de ser contemplado por la historia, por el lugar, bajo una luz hipnótica y con la música apropiada de fondo.

Y por supuesto, ella. Cressida. Joven, amable, simpática, risueña y guapa. Había sido la encargada de facilitarme toda mi presentación durante los días previos y lo había hecho con eficacia y amabilidad. Nos caímos muy bien. Habíamos coincidido, a propósito, en la misma mesa, en sitios contiguos durante un par de cenas en sitios increíbles a los que nos llevaron, y durante un día en la playa privada de la isla griega propiedad del socio local (magnate griego) de la multinacional. Nos buscábamos, nos sonreíamos y nos entendíamos en un medio francés, medio inglés, medio por signos y sonrisas. Y aquella noche estaba conmigo, en la azotea. Dándome la mano. Apretando mi mano. Me invadía un sentimiento de plenitud y de urgencia, de tener que grabarme a fuego cada detalle, cada segundo, cada sensación pues, además, aquella noche era la última. Al día siguiente regresaría. Cuando subiese, cuando subí, al autobús que me llevaba al hotel, se quedó en tierra, mirándome, diciendo adiós con la mano y lanzándome el único beso que de ella recibí. No hubo nada. Nada se dijo. Nada se explicó. Ella, griega, de Atenas, se iba a casar en dos meses. Yo, españolito de Madrid, casado y con una hija, volvía a casa. Me enseñó unas cuantas palabras en griego, me escribió su nombre en mi paquete de tabaco, y me regaló un sueño y un recuerdo. Fue una noche distinta, mágica, emocionante irrepetible y quizás, por qué no, algo triste.

Nunca me he vuelto a sentir como aquella noche.