martes

Información: la necesaria, completa y exacta.

La información es poder. O al menos, es necesaria para poder llevar a buen puerto aquel dicho de “bien está lo que bien acaba”. Bueno, no os perdáis, esto va de una carrera. Una carrera infantil.

El peque, está estos días de vacaciones con su madre y la familia de esta, que dios guarde muchos años, en la Castilla La Vieja profunda (no sé exactamente a qué autonomía pertenece esa provincia, he llegado tarde a ese plan de enseñanza…), en un pueblo muy afamando por sus legumbres. Dentro del programa de animación veraniega del lugar, dado que el pueblo no ofrece, per se, muchas opciones de diversión, se organiza un fin de semana de agosto una jornada deportiva centrada fundamentalmente en las carreras. Carreras de correr, de las de siempre, de las de preparados, listos, ya y hala, to cristo a correr para ser el primero en llegar a la meta. Su reglamento es fácil de entender: hay que correr sin hacer trampas, siendo estas cualquier cosa que entiendan los jueces que no se puede hacer. Y punto. El recorrido, para los pequeños que es lo que ahora me ocupa, es de un trazado sencillo: dos vueltas a la plaza.

El sábado pasado tuvo lugar esta carrera y el peque, en la categoría correspondiente a su edad, quedó el cuarto, que no está nada mal, dado que según me explicó mi ex, los tres primeros son niños federados que entrenan y corren habitualmente atletismo en un club ad-hoc. Y mi hijo corre en el patio del colegio y punto. Pues eso, que ole sus huevos. Pero esta ha sido su tercera participación. No recuerdo la clasificación del año pasado, pero me acuerdo perfectamente del puesto en que quedó el primer año que corrió, cuando tenía 5 años: el último. Y la culpa fue de sus padres (entre los cuales me incluyo) por no facilitar correctamente la información necesaria.

A ver (no haber, sino “a ver”) que me explico. Como era la primera participación de mi hijo en esta carrera que recia raigambre familiar (ya la habían ganado, años ha, varios de sus tíos) y dado que el crío no es oriundo del pueblo, decirle que había que dar dos vueltas a la plaza le dejó bastante frío. Procedimos por tanto, el día anterior por la tarde, viernes para más señas, a visitar la “plaza del pueblo” y dar un paseo por todo su perímetro para que el niño pudiese reconocer el terreno sobre el que competiría el día siguiente (es necesario decir que la plaza es rectangular con una calzada para coches, por la que se correría que rodea una gran isla-parque central y que tiene cinco bocacalles que llegan-salen de la plaza). Al ser también su primera carrera oficial, le inculcamos las más elementales nociones sobre cuando salir, lo que debía y no debía hacer, etc. Es decir le preparamos perfectamente, según pensamos entonces.

Llega el gran día. Le prendemos el dorsal con su número correspondiente a la camiseta, un pequeño calentamiento para evitar tirones, grandes dosis de ánimo para elevar la moral… es decir, lo normal. Cuando por fin está en la línea de salida, con toda la caterva de críos preparada para correr, piensas en lo que le has dicho siguiendo la máxima del barón de Coubertín: que lo importante no es ganar sino divertirse y participar, etc. Chorradas. Allí estás tú muerto de nervios y dispuesto a morder lo que sea para que gane. (Atención psicólogos: yo no gané nunca nada y es un claro caso de volcado de frustraciones paternas sobre los hombros del crío, pero paso de vosotros). …Y ¡zas! el pitido de salida. Todos comienzan como desesperados a correr mientras tu hijo se queda parado. (Luego te explicaría que como le daban codazos en la salida y él no debía darlos porque tú se lo habías dicho…) Cuando por fin, después de desgañitarte como un energúmeno para que empiece a correr, comienza su recorrido, ves que se va parando en cada bocacalle y asomando la cabeza mirando en ambas direcciones, calle a calle, una a una, prudentemente ¡¡¡para mirar si vienen coches antes de cruzarla!!!

Claro. El recorrido de reconocimiento lo habíais hecho un vienes tarde con el tráfico plenamente activo y no le habías advertido de que durante la carrera la circulación estaría prohibida. De entrada piensas que tu hijo es tonto. E inmediatamente te das cuenta de que no, de que es un niño obediente, que recuerda las normas que le has inculcado, que es prudente, que no se deja arrastrar por los demás (era lógicamente el único que se paraba a mirar antes de cruzar) y que tú has sido quien no le has dado toda la información necesaria suponiendo que el niño sabría eso…

Él llegó tan contento (¿lo importante no era participar?), orgulloso pues había cumplido además con todas tus normas (no dar codazos, no empujar, mirar antes de cruzar…) Tan contento y el último, él. Y finalmente eres tú el que piensas que has hecho algo mal, porque esa carrera no ha sido normal. Para nada. Y pedir la repetición parecía fuera de lugar ¿no?

3 comentarios:

@myemptybag dijo...

jajaj alguien debe explicar al chaval que las normas están para saltarlas!!

un abrazo, te iré siguiendo!

Anónimo dijo...

Ohh... a mi me ha dado ternurita pensar en el buenazo de nene aguantando codazos y mirando las carreteras por si venían coches.
¡Es que esas cosas se avisan hombre!

SONVAK dijo...

jajajajajaja... el caso es que de esta manera se convirtió en un recuerdo más bonito :)
Besos
S.