Yo soy bastante despistado. Es totalmente normal en mí estar buscando algo y cuanto más cerca lo tengo, más difícil me resulta encontrarlo. Típico: bajar del coche y como tienes que llevar varios bultos, coger el llavero con la boca. Y luego pasarme media hora buscando dónde porras habré puesto las malditas llaves.
Afortunadamente cada vez que me pasa la gente que me rodea te consuela: “a mí me pasa lo mismo…”
Extrapolando el tema, creo que la cercanía, la proximidad, en lugar de facilitarnos el encontrar aquello que buscamos, lo dificulta. Supongo que muchas veces es por incredulidad, pero cuanto más importante o valioso es aquello que queremos hallar, más nos cuesta reconocerlo. Y todavía más si ya es algo nuestro. No podemos creernos tener lo mejor posible en nada y siempre pensamos que si yo tengo esto debe de haber algo mucho mejor por ahí, impidiéndonos el disfrute de aquello que por mérito o suerte, nos ha correspondido.
Y si, por casualidad, nos damos cuenta, al menos, de que lo que tenemos a nuestro alcance es, como mínimo, algo valioso, entonces y sobre todo en el caso de las mujeres (perdón por anticipado, no me crucifiquéis), comienzan las comeduras de tarro. “Que si esto es lo que quería… o no”, “que si no será demasiado (poned lo que queráis): grande, pequeño, lejano, joven, nuevo, endeble, pronto, tarde, alto, grueso…” cualquier adjetivo vale cuando el objetivo es no ser feliz, no aceptar nuestra suerte, no disfrutar. Y así con decenas de preguntas que nos hacen, al final, no movernos de nuestro rinconcito de infelicidad y mantenernos cómodos, calentitos en nuestra carencia, pudiendo, incluso, hacer gala de algo de autocompasión “Que mala suerte tengo…”
Creo que cuando la vida nos presenta algo bueno delante, en lugar de hacernos preguntas, de mirar alrededor temerosos, comparar, dudar, pensar, valorar, (y aquí también podéis poner todos los verbos que os apetezcan) hay que agarrarlo incluso con los dientes, no soltarlo, pelear por no perderlo, defenderlo, y disfrutarlo con el convencimiento de que nos corresponde. Olvidemos, por favor, la moral judeo-cristiana del premio y el castigo, de que es malo disfrutar, de que todo es “pecado” y vamos a divertirnos y gozar un poco más en esta jodida vida. Al menos, aprovechad todas las oportunidades. Y si hay que pensar, pensemos después lo cojonudo que ha sido, o porqué ha terminado ya. Pero no dejemos pasar la oportunidad por las dudas o por nuestras propias y personales comeduras de tarro. “¡¡A por ellos que son pocos y cobardes!!”
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