domingo

¿Y si...?. Relato

Odiaba esa sensación con todas sus fuerzas. La duda, la incertidumbre de no saber lo que podría haber sido de no dejarse dominar por la cobardía. Odiaba también la idea de que, quizás, hubiese podido salir bien. El problema es que ese odio, y posiblemente el arrepentimiento, surgían a toro pasado, cuando ya era tarde. Sin embargo, en el momento de decidir, de dar un paso al frente, se quedó inmóvil, quieto, en silencio, como una estatua. Pero las estatuas no lloran. Y él lloraba porque sabía que la estaba dejando marchar. Y que no volvería.


Podría haber sido, tal vez, el gran amor de su vida. Podría haber sido, tal vez, la persona junto a la que encontrar la felicidad. Podría, sí, podría, si él se hubiese decidido a dar un paso, a lo mejor a decir solo una palabra. Algo que hubiese dado respuesta al interrogante que se podía leer en los ojos de ella.


Pero le pudo el miedo a enfrentarse a los convencionalismos y al entorno. O la conformidad, pues pensándolo bien, tampoco tenía una vida tan mala. O el temor al riesgo de cambiar lo cierto, gris y cómodo, por algo que miraba ilusionado, que despertaba su alegría, pero que exigía esfuerzo, sacrificio y que no tenía garantías de éxito.


Fue mucho después cuando, frente al espejo que le miraba acusador, se atrevió a confesárselo. Por primera vez osó murmurárselo en voz alta. Sí, la había amado. Le daban miedo las grandes palabras. Nunca las utilizaba pues argumentaba que de tanto usarlas estaban devaluadas, y que ya no significaban nada. Pero lo cierto es que le daban miedo. Y no la utilizó cuando debió hacerlo. Ni siquiera se lo reconoció así mismo. Estuvo enamorado. Nunca lo diría en voz alta delante de nadie, pero estuvo enamorado de esa mujer doblemente prohibida. Se escudó en cuantas excusas pudo encontrar. Se escondió detrás de nobles argumentos sobre fidelidad, promesas, hijos… Se convenció de que su sacrificio, su cobardía, eran altruistas y dignos. Por el bien de los demás. Por no hacer daño. Era lo que había que hacer, lo que se esperaba de él. Y se quedó quieto y en silencio. Y ella no volvió.


Al dejar de tener noticias suyas, al no verla, cuando no pudo sentirla de nuevo entre sus brazos, nació la pregunta ¿Y si me hubiese arriesgado? Confió en que el tiempo, que según dicen todo lo cura, difuminase su recuerdo y su cuestión. Pero le habían engañado. El tiempo no borra nada, ni el viento lo arrastra. Siguió ahí día tras día, año tras año. Nunca la pudo olvidar.


Y hoy, al fin, conocía la respuesta. Hoy ya estaba seguro. Tendría que haber perseguido su amor. Luchar por su felicidad. Hubiera sido mejor, infinitamente mejor jugar, apostar y perder si hubiera sido necesario, que vivir el resto de sus días con la duda de lo que hubiese podido ser. Con esa incertidumbre que, acrecentada en los malos momentos, siempre, cada día, le estrujaba el corazón, le llenaba de congoja y le corroía las entrañas.


Publicado originalmente por Aspective en "El reto de escribir" el 16/1/2010

1 comentario:

Dina dijo...

Hay historia que es mejor dejarlas en pausa, ese era su destino y es lo fabuloso de ellas... se pararon en el mejor momento, no se deterioraron y su recuerdo no es que siga intacto... más bien, como el buen vino, gana con los años.

Nene, menuda panzada de leerte me estoy pegando hoy y... ¿sabes una cosa?... que lo echaba en falta.