domingo

Te esperaré. Relato


Una gran promesa implícita.
Una realidad lejana.
Un deseo contenido.
Un imposible…
La corta frase contenía mucho más que las diez letras que la componían. Era un mundo en sí mismo, la esperanza de una vida nueva y diferente.

Cuando la evocaba en su mente, miraba en derredor y sentía lo diferente que podría llegar a ser su penosa y pesada vida. Cuando la abrumadora realidad le asfixiaba y sentía que no podía más, la evocaba en su mente.

No creía, nunca creyó, que pudiese ser verdad. Esas promesas, realizadas en momentos de despedida, de dolorosos adioses, se hacían con el corazón pero sin contar con la razón. Eran verdad, ahí, en ese instante, pero su cumplimento, al conjugarse con el día a día, se volvía imposible. Sin embargo eran como la música evocadora de un pasado, de un momento feliz, que vuelve a traernos la vivencia a nuestros poros y nos eriza de nuevo el vello al sentir el aliento o la caricia casi olvidados.

Te esperaré. Se lo había dicho, se lo había escrito y así lo sentía cuando salió de su corazón. Pero la vida se había impuesto. Cada hora, cada minuto de realidad había contribuido a borrar la intención dejando en su lugar un vacío, que solo el recuerdo de momentos felices, quizás solo imaginados, podía llenar.

Las intenciones son importantes, pero no descuentan besos ni abrazos. Las promesas, las palabras hermosas, las esperanzas sembradas, aportan consuelo en la derrota, en el olvido, en la soledad de la certeza. Pero el sabio conoce como dosificarlas en la memoria, lejos de la creencia o de la fe, para que su influencia no entorpezca el presente ni el devenir de un futuro cierto, que se aleja cada vez más de esos deseos, de aquellas ensoñaciones que provocó en la mente el escuchar el juramento ansiando. Te esperaré.

Sin embargo, cuando abres los ojos y la gris y horrible fealdad del aquí y ahora te impacta sin misericordia, cuando el tacto siente la rugosidad de la realidad, y los acres aromas del humo y la mierda inundan tus fosas, cuando el único sabor que conoces es el amargo y los sonidos, todos, son gritos estridentes, tu mente quiere volver presurosa a la incumplible promesa y refugiarse en ella olvidándose de su vida, de su asquerosa vida real.





Publicado originalmente por Aspective en "El reto de escribir" el 8-1-2010

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