La comodidad es uno de esos conceptos relativos que dependen tanto de la persona como de las circunstancias externas y es, por tanto, completamente subjetivo.
Por ejemplo, aborrezco tener que cumplir con algunas funciones inexcusables fuera de mi domicilio, de ese entorno conocido y amable, que facilita la relajación y el logro de los objetivos, dotándote además de unos complementos satisfactorios.
Sin embargo, a pesar de la disciplina que, desde siempre, trato férreamente de imponerme, al mejor estilo de los marines, no siempre puedes dar una respuesta adecuada a tus tareas fisiológicas en la hora que te resulta conveniente y debes de responder a la llamada de la naturaleza allí dónde se produzca.
Ayer fue en la oficina. A media mañana, algo poderoso e impaciente trató de tomar el control de mis decisiones. Intenté imponer mi fuerza de voluntad, luchar contra ello, mantenerme sereno en esos momentos de zozobra interior, para lograr aguardar hasta el regreso a mi domicilio. La lucha fue ardua, casi cruel, pero finalmente hube de rendirme ante el coloso. No tuve más remedio que encaminarme hacia el espacio privativo (menos mal que su existencia es obligatoria) que en este centro, afortunadamente, mantienen extraordinariamente pulcro.
El futurista diseño de este espacio incorpora, sin embargo, una serie de tendencias que no son de mi agrado. La compartimentación interior está realizada en base a paneles de aglomerado recubiertos de una superficie de polímero plástico que ni están fijados en el suelo, ni llegan hasta el techo, dejando unos espacios, incómodos, de comunicación con el resto del área. Su función aislante, por tanto, queda reducida sensiblemente, siendo la vista el único de tus sentidos que no entra en juego, mientras que oído y olfato no encuentran ningún obstáculo para transmitirte toda la información del entorno. El resto de la panoplia sensorial, afortunadamente, no entra en juego en esos momentos.
Al comienzo, tu cerebro busca en la memoria antecedentes, experiencias anteriores y todo lo aprendido que te pueda ser útil en estos momentos. Esa maravillosa computadora de neuronas encuentra rápidamente, pues está grabado a fuego, los sabios consejos maternos que desde tu más tierna infancia te implantaron: “Limpia el borde, pon papel y nunca, nunca te sientes …”. Creo que todas las madres fueron ese día a la escuela pues a ninguna se le ha olvidado transmitir la valiosa información a sus vástagos. Ya es casi genético.
Evidentemente estoy programado desde niño para, como acto reflejo, obedecer esos condicionantes profundos de conducta y me dispongo a cumplirlos a rajatabla. Los pasos uno y dos van bien pero de repente me encuentro con que el tercero no es posible: ¡no estoy en plena forma! ¡Me he abandonado y mis piernas no son capaces de soportar todo mi peso en una semiflexión inclinada! ¡No voy a conseguirlo! Además, soy incapaz de aguantar la flexión y controlar ciertos músculos simultáneamente. Al final, y pidiendo mentalmente la absolución de mi progenitora, procedo a higienizar de nuevo la blanca superficie de contacto y adopto una postura mucho más ergonómica y habitual: sentado.
Te asalta en ese momento, en el que estás iniciando el necesario proceso de relajación, una nueva sensación. ¿Te están espiando? ¿Hay alguien oculto en el cubículo cercano? Oyes que la puerta suena, hay voces, nuevamente la puerta, el correr del agua ¿Queda alguien en el interior? ¿Estás solo? Te sobrepones a la paranoia y concentrándote dejas que el proceso continúe. Sin embargo, en los preliminares, el aire, tu aire, juega en tu contra. Quiere salir, ansía su libertad y lo quiere manifestar a gritos, sin ningún tipo de pudor. Temes que se pueda escuchar su desgarrador lamento desde todos los rincones y especialmente desde el excusado gemelo en el que el observador oculto seguro que está atento. Luchas, pero te hace chantaje. Si no le permites salir, no te dejará completar el resto de la tarea. Finalmente intentas amordazarle con celulosa presionando para que no chille, pero que pueda huir poco a poco. El resultado es un ruido tímido, agudo, sincopado, largo. No lo has podido hacer mejor, era imposible, pero al menos, la fase uno está completada. El resto, al parecer, va a ir mejor. De repente te parece ver una sombra por debajo de la puerta que te confirma lo que temías. ¡No estás solo! ¡Hay alguien ahí fuera!
Pero el proceso ya es irreversible. La función, como en el circo, debe de continuar y luchando contra el aire delator, y los gemidos producto del esfuerzo continuado, vas notando como tus músculos se destensan y una sensación de relajación y alivio te invade.
Cuando estás seguro de que el famoso “tránsito” de José Coronado ha finalizado, cumples con las formalidades finales y agudizas el oído. ¿Ya estás solo? Esperas unos segundos. No se oye nada. Te arriesgas a salir y como una flecha te diriges al lavamanos donde, concienzudamente pero con una rapidez increíble, mojas, lavas, enjuagas y secas a fin de huir con presteza ya que, bajo ninguna circunstancia, puedes permitir que alguien entre y te identifique como el causante del nauseabundo aroma que reina en el ambiente. Y menos, tu jefe.
¡Al fin! Libre. Misión cumplida con éxito y sin bajas. Menos mal. A ver si mañana puede ser en casa con el periódico y el cigarrito. Es otro concepto de comodidad
1 comentario:
Me parece muy divertido lo que has escrito, bueno, en realidad me he estado riendo a carcajada limpia.
¡Cuánta razón tienes! y ¡cierto! a mí también me decía mi madre que no me sentara nunca, nunca y si no habia más remedio, limpiara bien aquél espacio dispuesto a recibir mis posaderas. ¡Y eso que ella nunca ha ido a un servicio de un Bar de copas!, si ve alguno le da un pasmo.
Me ha gustado cotillear por tu blog, me he reído mucho y he descubierto alguna cosa que no había visto nunca, como el google street view, lástima que no haya podido ver Badajoz, no viene :(
Gracias por darte a conocer con tu comentario en mi blog, también te enlazo.
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